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Mandados a B/.100 x hora

Extracto de "En vida real: un estudio e historias sobre el panameño de hoy".

La estabilidad y costumbres de las familias de clase alta de la ciudad capital están cambiando conforme al crecimiento social, económico y cultural del país. En esta historia Raquelita, dispuesta a una mañana de mandados y preparar las cosas para una cena en su casa, termina el día con una sorpresa no tan agradable...

Sentada en el asiento de conductor de su sedán alemán del año, de un conservador y elegante color champaña, la señora Raquelita aceleraba y desaceleraba, angustiada, apurada, mirando el reloj digital del auto que le decía que ya eran pasadas las 10:30 de la mañana. Desde el retrovisor vio a la empleada salir por la puerta de la casa, tropezándose y casi cayendo al piso, porque con ambas manos cargaba un enorme comforter tamaño king que a penas le permitía ver hacia dónde iba. La prenda de cama estaba sucia y debía ir a la lavandería, y entre todo su quehacer de la mañana se le olvidó meterlo al maletero antes de que la señora de la casa saliera a hacer sus mandados del día.

Presionando un botón ergonómico con un blanco y bien manicurado dedo índice, Raquelita bajó el vidrio de su ventana hasta la mitad, y con un acento que otros panameños describirían como “con una papa en la boca”, ella gritó.

− ¡Apúrate Yeimi, que no te puedo esperar todo el día, coño!

− ¡Voy señora, es que este sobrecama pesa más que una vaca preñada!

Una vez que el enorme edredón estuvo guardado, y sin más instrucción o despedida de la patrona, el auto arrancó y avanzó hasta el enorme portón, que después de presionar otro botón, se abrió lentamente, como conspirando contra el apuro de la conductora. Ella había hecho la lista de los mandados en su tablet, la cual descansaba como un amigo en el asiento del copiloto sobre una gigantesca cartera de cuero. La lista leía:

-Gasolinera

-Lavandería (dejar comforter gris, recoger vestido y alfombra)

-Regalo Tía Mini

-Contrato cel

-Súper para cena (steaks, ostiones, espinacas, Tabasco, Protos, risotto, macarons)

En realidad la vida de Raquelita se podría resumir en una constante sucesión de apuros: apuro para cumplir todos sus deberes en su colegio de monjas, apuro para terminar la carrera universitaria en un college de Boston, apuro para casarse con el partido perfecto, apuro para tener hijos (simultáneamente que sus hermanas, primas y amigas), apuro para mantener la casa impecable, apuro para compartir con las amigas, apuro para hacer las pocas cosas que le gustaban. Pero criada con valores y buena disposición, su actitud era siempre optimista, dispuesta, alegre… y las dos o tres modestas cirugías plásticas que se ha hecho con los años apenas cubrían una expresión que, al buen observador, escondía un constante estrés.

Con el aire acondicionado al máximo y la radio reproduciendo canciones de los jóvenes italianos Il Divo, la señora de la casa iba haciendo su ruta mental para evitar el tráfico lo más posible, una tarea que con el constante crecimiento de la ciudad cada vez le costaba más. Para ella el infierno sería un tranque interminable, y si de su voluntad dependiera, la ciudad capital se mantendría tal cual como ella, su familia y sus amigos la han conocido, con las mismas calles, barrios, residencias, tiendas y espacios frecuentados, incluyendo los caminos a sus casas de playa y montaña y excluyendo como ajeno todo lo demás con lo cual nunca, o muy pocas veces, tenía contacto. A pesar de que ya era tarde en la mañana el tráfico estaba suave y se relajó un poco.

Primera parada, la gasolinera. Uno de los más sabios consejos que le dio su padre cuando le enseñó a manejar fue: nunca dejes que el tanque se vacíe, llénalo apenas quede un cuarto. Pero este mes se había enredado con varias cosas y ya el tablero le mostró el iconito encendido de “tanque vacío”, así que tenía esa presión encima. Llegó a la gasolinera usual y la atendió un chico nuevo, no el amigable de siempre.

− Lleno de 95 por favor. Y revísale los líquidos, que tal vez algo se le haya acabado. ¡Me das una factura! − expresó con firmeza.

El muchacho puso la máquina a llenar el tanque y abrió la capota para inspeccionar. Le faltaba un cuarto de aceite y una botella de coolant al motor. Vertió los líquidos, echó algo de agua con la manguerita al tanquecito para el limpiavidrios, y con toda la calma del mundo (que empezaba a irritar a la clienta) fue a una mesita a llenar la factura.

− Son B/. 123.45, señora.

Sin pestañear, Raquelita dio el primer tarjetazo del día, firmó el papelito y arrancó. Ella estaba conciente, tanto por comentarios de su marido como por algunos titulares de periódico que alguna vez ojeó, que el precio de la gasolina estaba por las nubes. Pero el tanque del auto necesitaba ser llenado constantemente, y a pesar de estar amarrada a presupuestos, este era uno de los gastos que no cuestionaba… ¡tal vez porque no podía regatearlo!

Siguiente parada, la lavandería. Manejó unos cinco minutos y llegó. Se bajó del auto, pero sin apagar el motor, caminó hasta el mostrador y saludó a la amigable señora que siempre la recibía. Entregó el papelito para retirar la alfombra y el vestido, ambos manchados con vino tinto tras un tonto accidente doméstico que le hizo pasar una gran pena durante una cena familiar. Otro chico salió de la trastienda y se le ordenó ir al auto champaña y del maletero sacar un edredón para lavar (como si nada y desde el counter, la respetada clienta abrió la puerta a control remoto). Decidió pagar ambas cuentas de una vez, y el recibo rosado que le fue entregado sumaba un total de B/.115.00. Tarjetazo número dos. Su comforter estaría listo dentro de tres días.

Ahora le tocaba comprar el regalo de cumpleaños de su querida tía Mini (de Minerva, pero dicho irónicamente porque era algo obesa), la hermana de su mamá y una constante presencia en su vida. Cumplía 75 años, y para la sobrina, prácticamente una profesional en el fino arte de regalar, cada vez se le hacía más complicado el encontrar algo diferente para la tía. Por suerte su amiga Suzy acababa de abrir un nuevo y más amplio local para su reconocida tienda de regalos y antigüedades, y para matar dos pájaros de un solo tiro (saludar y felicitar a la amiga, comprar el pendiente) decidió ir allí. El nuevo espacio estaba ubicado en un lugar conocido para ella, la antigua casa de los Iturbide, una familia de Asturias que llegó a Panamá después de la guerra civil y que se estableció como importadora y exportadora de muebles. Sus hijas eran contemporáneas Raquelita y amigas en la escuela, pero ya de grandes ambas se casaron con europeos, eventualmente yéndose del país, y los padres, una vez jubilados, decidieron regresarse a la Madre Patria, poniendo su casa con toques de arquitectura bellavistina de los años 40 en el mercado. Cuando la amiguita Suzy los abordó para comprarla, buscando un lugar accesible para su negocio y sus clientes, los viejos no vacilaron y le dieron un buen precio. La restauración y adaptación de la propiedad de una planta costó más de lo que los Iturbide alguna vez gastaron por ella. Raquelita entró al local y de una vez encontró a su amiga en la caja.

− ¡Hola amiga! ¡Qué bella quedó la casa!

− Uf, y si supieras todo lo que me costó… estuve al borde del infarto dos veces. Un tip: busca un arquitecto que no sea pariente tuyo. ¿Pero cómo estás, gorda? Tengo meses de no verte…

− Pues tú sabes, en las mismas. Ansiosa porque Betito se está tomando en serio ese negocio con los gringos. ¡Mira que hoy van a cenar a la casa y todo! Yo le digo que lo tome con calma, pero creo que ya está decidido.

− Mira, Raquelita, tu sabes que en los negocios el dinero habla primero y no hay que fijarse tanto en todo lo demás. Si hacen una propuesta concreta, y tienen la plata para apoyarla, pues qué importa si son americanos, españoles, venezolanos, chinos o lo que sea. Tú sabes que yo lo veo así.

− Sí, claro, te entiendo, pero recuerda como es Betito y su familia, pero bueno, ya veremos. Yo solo cruzo los dedos y le dedico una oración más por él a la Virgencita de Guadalupe.

− Ay, amiga, ¡cada quien lo suyo! ¿Pero y qué te trae por acá? ¿Algo para tu casa? ¿Un regalo?

− Sí, mira que la tía Mimi cumple y no tengo idea de qué darle. Pensaba en regalarle uno de esos almohadones bien bonitos que tienes, para que lo use cuando reposa en la sala, pero…

− ¡No, ya sé! ¿Ella no se volvió loca con los iconos ortodoxos en ese viaje a Grecia hace años? Mira que una amiga griega se acaba de mudar de una casa a un apartamento y me dio a consignación un montón de íconos y artesanías griegas. Hay uno de la Inmaculada que seguro le gustará. No tan caros además.

− ¡Muéstrame lo tuyo, amiga! Tu sabes que yo siempre confío en tu buen gusto.

Tras una hora conversa y mirar opciones, Raquelita encontró lo que buscaba y dio el tercer tarjetazo de la mañana, esta vez por B/.350.00 (el icono era hermoso, antiguo, bien conservado y de aproximadamente 10 centímetros cuadrados), lo cual consideró adecuado. Total, los regalos siempre los compraba con su tarjeta, porque todo lo demás iba con la tarjeta de Betito; la diferencia no era el límite de las mismas, mas bien los fondos que las mantenían, y aunque ella disponía responsable y eficientemente del dinero de su marido para todos los gastos y necesidades de casa y familia, tenía carta blanca para hacer con su dinero lo que quisiera.

Cuarta parada, ya rayando el medio día, era el mall. No ese otro ni el que está por allá, sino el mall, tan familiar para ella y su entorno que ya ni usaba su nombre comercial. Entró por la entrada de siempre y dejó su carro con el valet. Ya estaba mentalizada a hacer algo que odiaba, y eso era ir al local de la empresa de telefonía, tomar su boletito, esperar su turno y poner un reclamo por el celular nuevo que le dieron pero que se dañó al segundo día. El aparato era de esos “inteligentes” que sus hijos, y hasta sus nietos, le habían enseñado a usar; con este modelo no hubo ni tiempo para eso porque su batería murió permanentemente sin razón alguna. Por gracia de Dios, o quizás era su día de suerte, le tocó una persona despierta, atenta e inteligente que en media hora le consiguió un teléfono nuevo. Con el contrato ya estaba acostumbrada a cambiar de modelo cada dos años, casi, y solo ahora había tenido problemas y estaba agradecida de haber podido resolverlo sin mayor drama.

Ahora estaba en el súper mercado, su quinta parada. Y al igual que con el mall, este era el súper, su súper, un lugar en el que encontraba exactamente lo que quería cuando lo necesitaba, fuese lo que fuese, inclusive todos los productos americanos y europeos que conocía de sus viajes o que veía en cable. Los propietarios eran amigos de la familia, así que había una conexión allí, ya que aunque habrían nuevos súper mercados y los precios siempre eran competitivos, ella no se enredaba y era fiel a lo suyo… porque hay cosas que valen más que la calidad y el dinero, como el prestigio y los valores, y este era un súper con prestigio y valores similares a los que ella se enorgullecía de ostentar.

Las compras del mes ya las había hecho un par de días atrás. Su visita ahora era más corta y concreta, ya que iba a buscar los ingredientes para la importante cena de esta noche en su casa. Sabía que los invitados eran americanos cristianos clase alta, quizás una generación mayor a la de ella y su marido, razón por la cual apreciarían la calidad sin rodeos de una buena comida de bistec, pero de carne importada, por supuesto. En internet había buscado una receta que emulara el menú de un steakhouse americano, así que imprimió la guía y los ingredientes y le dio el papel a la empleada, que bajo su tutoría se había convertido en una chef bastante decente.

Como iba apurada quiso demostrarlo dejándose puestos los lentes oscuros (graduados) y manejando el carrito como un misil guiado, tratando de hacer tiempo récord para poder llegar a casa, almorzar y dejar la cena en marcha para ella también prepararse para la noche. Consiguió los bistec importados congelados, el arroz para el risotto con hongos, la espinaca enlatada (porque la nacional es muy babosa) para la creamed spinach, una docena de ostiones frescos para la entrada, y la picante salsa Tabasco para acompañarlos. De postre llevaría esas galletitas francesas rellenas multicolores y multisabores llamadas macarons (¡pronunciado macarrúns!) que tanto se habían puesto de moda en las tiendas gourmet este año. Ya tenía agua con y sin gas en casa, pero faltaba el vino, y la elección fue tres botellas de Protos Reserva 2011, uno de los favoritos de su marido y un maridaje adecuado para la robusta cena.

Estaba en la caja lista para pagar, contenta de que todo le había tomado menos de 15 minutos. ¡Hasta pudo usar la caja rápida para no más de 20 artículos! Pero cuando dio el cuarto tarjetazo de la mañana, esta vez por B/.205.38, una suma modesta considerando que esa misma cena en un restaurante les costaría el doble (y que solo en vino se le estaba yendo la mitad del gasto), se pasmó por unos segundos cuando la cajera le dijo que la tarjeta había sido rechazada. “No puede ser, señorita, por favor pásela otra vez”, dijo nerviosa. Esto no le había sucedido en años, ni recordaba cuándo había sido la última vez. La tarjeta fue pasada y rechazada una segunda ocasión por la maldita maquinita esa. “Señorita, no puede ser. Esa tarjeta tiene el límite más… mire, mejor use esta”. Y para evitar más nervios y una posible escena en pleno súper, dio su tarjeta y no hubo problema. Pero su instinto femenino le mandó una alerta. Una alerta roja.

*****

Almorzó un plato de crema de zapallo y una ginger ale con hielos en el desayunador mientas le daba las instrucciones a Yeimy para la cena: cómo sofreír el ajo y la cebolla en mantequilla y cuánta crema usar para el acompañante de espinacas; mantener el caldo de pollo caliente y tener paciencia con el arroz, al cual hay que irle echando cucharadas de líquido poco a poco (y abundante parmesano al final); como disponer en un lindo platón el colorido postre; la carne se haría al momento y término medio. Tenía una bandeja y tenedores especiales para los ostiones, que ya estaban abiertos, conservando su licor en el refrigerador.

Ya en su cama, dispuesta a tomar una siesta, buscó su tablet para confirmar por internet qué estaba mal con la cuenta de la tarjeta de Betito. Pero por alguna razón el sitio no le permitía entrar con el nombre de usuario y la contraseña que regularmente usaba. Intentó varias veces y nada. Probó lo mismo con su tarjeta y todo estaba en orden, gracias a Dios. ¿Será que Betito cambió el usuario y la contraseña? ¿Porqué lo habría hecho? ¿Habrá un problema con su cuenta? ¿Había algo que no le ha dicho? ¿Qué estaba pasando? Tuvo que tomarse dos pastillas de valeriana para poder descansar.

*****

James Rose, empresario de fe mormona oriundo del estado de Minnesota, hizo sus millones en el negocio de las alfombras, vendiéndolas al por mayor a todo tipo de negocios y clientes particulares, irónicamente, como el cliché de un persa de antaño, porque su mentalidad republicana y cristiana le decía que el enemigo de su nación y de todas las libertades que él valora estaba en medio oriente. Pero tenía en buena estima a Panamá, sobre todo después de haber pasado un par de años de su infancia viviendo en la mítica zona del canal mientras su padre, un ex mayor de la Fuerza Aérea americana, estuvo apostado en la base de Howard. Con el pasar de los años siempre le siguió el hilo al crecimiento de la pequeña nación, sobre todo después de que sus paisanos se fueron del país, curioso por ver cómo los lugareños manejaban el asunto. Para su sorpresa los panameños habían hecho un buen trabajo, y poco a poco amigos de su edad le comenzaron a contar esto y lo otro de Panamá: que si era muy bueno para el shopping; que si Boquete era ideal para vivir una buena temporada del año tras la jubilación; que si fulanito y sutanito habían invertido en x o y negocio allá y que les había ido bien. Todo esto despertó su curiosidad.

Al llegar a los sesenta y cinco años tomó unas decisiones: vendería su negocio de alfombras, valorado en ocho cómodas cifras, y le daría una herencia en vida a sus hijos para que no lo molestasen. Viajaría a esos lugares que siempre quiso conocer con Thelma, su mujer desde la secundaria. Compraría una segunda residencia en un lugar cálido para huirle al congelante invierno de su tierra. Y, de ser posible y factible, invertiría en un nuevo negocio para ejercitar su estilo gerencial, de preferencia en un país distinto al suyo, como para dar un sabor internacional a su legado empresarial.

Ya establecidos en una restaurada y cómoda casa en el nuevo barrio, antigua base militar de Albrook, James y Thelma, ambos empresarios sagaces debajo de su fachada de expatriados relajados en bermudas caqui y camisas floreadas, comenzaron a investigar sobre posibles inversiones en Panamá. Bienes raíces, tiendas especializadas, servicios varios, importación de productos… las opciones eran muchas, pero valoraban el input o el insight que un paisano pudiera darles. En una panadería que servía bagels, esa especialidad panadera judío americana que se traduce como una dona densa de varios sabores, conocieron a otro expatriado que aparentemente estaba bien enterado y conectado en la ciudad. Él les habló de Especias La Abuela, una empresa local dedicada a producir y vender todo tipo de especias y condimentos. El contacto le decía a la pareja que el negocio, con una marca reconocida localmente y propiedad de una familia acaudalada, posiblemente sería puesto a la venta porque querían deshacerse del mismo ya que con el tiempo, y la creciente competencia, se les había hecho difícil adaptarse y expandirse. Mientras más les contaba la fuente, más salivaban los inversores ante la idea de exportar estas especias exóticas, hechas en el trópico, a las miles de tiendas comida especializada para la enorme población latina de Estados Unidos. Un par de llamadas y 24 horas más tarde se había fijado una reunión.

Betito para los amigos, al igual que James, era un ávido golfista, y se organizó un encuentro en el club de golf del primero para jugar 18 hoyos en trío con el expatriado conector. Mr. Rose ganó la partida por un leve margen, y bien impresionado con el panameño abiertamente le habló de su interés, no de asociarse con él, mas bien de comprar toda su empresa. Betito casi mete el carrito de golf en un lago artificial cuando el jovial americano le hizo semejante propuesta con tanta casualidad. Le dijo que le diera un par de días para pensarlo, y una semana después lo invitó a cenar a su casa para discutir el tema con más profundidad (y que las esposas se conocieran).

Y ahora James y Thelma se encontraban sentados en el lujoso comedor de la mansión de Betito Y Raquelita. En silencio James pensó: “estos son los típicos old money conservadores católicos, firmes a sus valores pero tan amarrados a ellos que se traban en los negocios”. Con todo el dinero que él hizo, no que heredó, James y su familia nunca cayeron en semejantes lujos, a pesar de vivir bien, y tanto él como Thelma notaron un ligero desdén en la mirada de la esposa Raquelita, quien se veía algo estresada por ninguna razón en particular. Como todos hablaban inglés en este idioma fue la conversación.

− La cena ha estado deliciosa, Raquelita − dijo con sincero gusto el americano.

− Sí, excelente. Tal cual como el restaurante Morton’s de New York − agregó la esposa.

− Pensé que sería de su agrado − respondió Raquelita − y el mérito es más para Yeimi, que siempre se luce en la cocina.

− Nos sacamos la lotería con esa chica − interpuso Betito con orgullo − puede preparar lo que sea siempre y cuando le des la receta. ¡Pensar que cuando llegó aquí nunca había visto un brócoli!

− Bueno, Betito − los diminutivos en castellano siempre suenan chistosos en los angloparlantes − yo he venido acá a pénahmah para darte otro boleto de lotería. Como te conté en la cancha de golf, hace años vendí mi negocio, repartí capital a mis hijos y asociados e invertí. Un buen corredor de bolsa es un buen aliado para todo empresario, y hoy en día no tengo mayor preocupación por mis inversiones y dividendos. Tanto así que me interesa abrir otro negocio que me enseñe algo nuevo, que me entretenga y que pueda crear un puente entre este lugar que tanto hemos llegado a disfrutar y nuestro verdadero hogar. Por lo que hemos hablado veo que eres una persona de valores, al igual que tu querida esposa y toda tu familia, sin duda alguna, y solo con el nombre y el producto de tu empresa ya me enganchaste. ¿Hemos probado algo de lo suyo en esta cena?

− ¡Sí, claro! − respondió rápidamente Raquelita − siempre cocinamos con lo nuestro. La carne tenía nuestra sal de Aguadulce y la pimienta que crecemos en Veraguas.

Fue un buen intento de bluff por de parte de la panameña, pero los gringos se habían hecho expertos en detectar mentirosos. Por razones obvias dejaron el detalle, pero lo notaron. Betito había comenzado a sudar, y mientras James hablaba comenzó a abrir la tercera botella de vino. La pareja inversionista estaba relajada y atenta.

− Como bien sabrán − continuó Mr. Rose − nuestro país tiene una población de latinos cada vez mayor, y antes de ver eso como una amenaza, tema que no he de tratar aquí porque además aborrezco la política, yo lo veo como una gran oportunidad de negocios, y la idea de importar una marca latinoamericana con un producto bien hecho para abarcar ese mercado me parece una idea viable.

− Bueno, no es como si la compañía esté abiertamente a la venta, o que yo esté buscando socios, pero tu plan de expandir y exportar es un sueño que he tenido por mucho tiempo y que no he podido realizar. Raquelita puede confirmar esto. Y ahora, si me permites ser completamente honesto, estaba pensando en cómo arrancar una nueva etapa para la empresa, mejorando muchas cosas que quizás debimos atender antes. Pero pues no he sabido cómo….

Las esposas guardaban un respetuoso silencio mientras dejaban que los esposos airearan sus pensamientos. Pero así como Thelma tenía esa sonrisa del gato que atrapa al ratón, Raquelita cada vez se notaba más incómoda y forzada.

− Creo que te entiendo, Betito. Y eso es precisamente lo que puedo hacer. Y también pensando en que ustedes, tu y tu esposa, comiencen una nueva etapa en pareja. Thelma y yo tuvimos un segundo aire cuando vendí mi primer negocio, y eso es algo que nos ha enriquecido mucho. Y pues eso es lo que te ofrezco: comprar Especias La Abuela, refrescar la marca y los procesos de la empresa, y exportarla a Estados Unidos. Tu y tu familia, como dueños únicos, quedarían resueltos de por vida, ¡y tu podrías continuar involucrado en el desarrollo de la compañía!

Raquelita y Betito intercambiaron una mirada con sonrisas nerviosas.

*****

Ya en la cama, tras ponerse cremas y piyamas, toda la satisfacción de Raquelita por un día productivo y una cena exitosa se desvanecía ante una profunda angustia y duda sobre su marido y el negocio de la familia. Betito salió del baño a la cama con una expresión de indigestión. Su esposa fue al grano, apurada como siempre.

− Mi amor, hoy la tarjeta no pasó en el súper. Traté de ver lo que pasaba por internet pero no pude entrar al sitio del banco. ¿Pasa algo? Y de ser así, de que una vaina extraña sí esté pasando y no me lo hayas dicho, ¿no es mucha casualidad que ahora se aparezca este señor y te ofrezca comprar todo?

− Sí, sí. Lo siento, Raquelita, lo siento. ¡Es que todo sucedió tan rápido! Nunca pensé que algo así podría pasarme a mí. ¡A nosotros! Pero la verdad es que el negocio está al borde de la quiebra, apenas si hemos sobrevivido este año, y lo que Mr. Rose plantea no es tan descabellado. Además, y además…

Betito se lanzó a sollozar en las piernas de su esposa. Parece que había un viajo préstamo que él tomó y que nunca pagó, y el acreedor, que no era precisamente un banco, estaba tocando a la puerta y hablando de grandes intereses acumulados con los años. Raquelita, en shock, solo lo abrazaba, sabiendo en el fondo que pronto sus vidas cambiarían. Y a pesar de todo para bien.

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Este cuento está inspirado en los resultados de un estudio cualitativo y cuantitativo hecho por IPSOS en 2013 -con una muestra representativa y cobertura nacional- y comisionado por Génesis Comunicación Estratégica.

Cuento extraído de "En vida real: un estudio e historias sobre el panameño de hoy".

ISBN 978-9962-05-741-3

Publicado como ebook por Génesis Comunicación Estratégica, 2014.