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Las raíces de Roma

El aclamado director mexicano, guste o no, triunfa otra vez con su historia más personal hasta el momento.

Esta ha sido la película más comentada de la temporada, razón por la cual evité verla hasta que sucumbí un viernes en la tarde, días después de haber confirmado su éxito con dos estatuillas de Globo de Oro para mejor película extranjera y mejor director. Mi reacción fue igualmente positiva, pero por razones que van más allá de la cinematografía y la actuación y que les explicaré seguidamente.

Antes de eso, las controversias. Roma dio que hablar desde un principio porque el director, en una acción inédita para él pero que pronto será más común, decidió desarrollar este proyecto con la producción de Netflix, el proveedor digital de contenidos. Esto limitó su proyección en cines para concentrarse en reproducciones en dispositivos móviles y en salas residenciales. Los grandes estudios pueden hacer todas las pataletas que quieran debido al cambio en la dinámica de producción cinematográfica hollywoodense, eso es su problema, y directores respetables como Martin Scorsese también están tomando esta ruta como una nueva opción para su trabajo. El punto es que Cuarón supo aprovechar la oportunidad tanto para su beneficio creativo como para el del público espectador.

El otro drama que hubo alrededor de esta película fue sobre la posible actitud condescendiente que proyecta la historia, al representar la vida de una familia clase media o medio alta desde el punto de vista sus empleadas domésticas indígenas, lo cual creó el cuestionamiento de ¿qué sabe un niño fresa o yeyesito sobre las necesidades o profundidades de una mujer de una casta diferente a la suya? Se hicieron artículos sobre este aparente mal latinoamericano, en el cual los artistas, teniendo mayores posibilidades de expresión, expían los posibles malos karmas de sus antepasados contando con cierto respeto las historias de las personas con menos posibilidades que ellos.

Tenemos muestras para esto en Panamá: la película Chancede Abner Benaim, la cual fue seguida por su documental Empleadas y patrones, ambos abordando primero con humor y luego con un poco más de seriedad la relación obrero-patronal a nivel doméstico en las familias de cierto estrato social. La fotógrafa Sandra Eleta hizo lo mismo con su serie La Servidumbre, la cual mostraba a sirvientas y empleadas de familias adineradas de España y Panamá haciendo su trabajo con una dignidad y estilo similar al de sus patrones acomodados. En ambos casos, explicaron los artistas, su intención era precisamente dignificar, empatizar y exaltar a estas personas con las cuales ellos conectaron de una manera emocional.

Todo este bla bla bla me había enfriado a recibir la nueva película de Cuarón, director que ya había demostrado su talento con creces. Desde la irreverencia y honestidad de Y tu mamá también, hasta la proeza técnica con el steadycam en la apocalíptica Children of Men, una de las mejores películas de Harry Potter, y llegando a la excelencia de ciencia ficción que es Gravity, esta última capaz de asombrar a maestros como Kubrick y Spielberg por su presentación íntima y fluida de lo que significa estar en el espacio. Si habría de ver su nueva Roma, la cual toma el título de un barrio llamado Colonia Roma en la ciudad de México, sería por eso: la conexión mexicana de su temática.

Y es precisamente su elemento mexicano lo que, en mi opinión, hace grande a Roma. Habiendo recibido galardones internacionales por todos lados, reconocimientos de pares y héroes y el respeto de la gente, apenas pudo Cuarón se sacó de debajo de la manga una historia personal que, contada con su maestría, logra conectar con todo el mundo.

Roma es un homenaje al México de los años 70. Los sonidos, los ambientes, situaciones y costumbres de la época son sintetizadas en la vida de la familia promedio con cuatro hijos, una abuela y dos empleadas. Entiendo cómo el decir “una familia promedio de cuatro hijos y dos empleadas” suena contradictorio, sin embargo, el crecimiento que tuvo la clase media en Latinoamérica desde mediados del siglo XX es una realidad, y en tiempos de economías pasadas era más posible vivir en una casa de buen tamaño y tener personal de servicio sin necesariamente ser adinerado. Esto es un hecho que se puede confirmar desde México hasta Chile. Ahora los tiempos son muy diferentes en todos lados.

La decisión de filmar la película en blanco y negro, en conjunto con la elegancia y ritmo que Cuarón ha establecido como realizador y director de fotografía, hacen que las calles de la colonia, los techos con lavaderos y perros en jaulas, las casas amobladas con libreros enormes, incluso los paisajes de campos y playas que se ven durante los paseos familiares, todos presentan la belleza simple del terruño mexicano y su creciente urbe. Aunque la ciudad de México no es mostrada en su gran inmensidad, ya establecida al momento de la trama de la historia en 1970-71, Roma me recordó mucho a Manhattan de Woody Allen, en el sentido de ser una historia personal del director que se ambienta en un espacio que resulta encantador.

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¿Y cuál es esa historia? Una familia que aparentemente lo tiene todo descubre que hay un divorcio inminente en su futuro, y una mujer que apenas está conociendo el amor se topa con una dura realidad. Roma, a simple vista, puede aburrir por representar algo aparentemente común, pero esta es una historia 100% del momento: sus heroínas son las mujeres de la casa, y los dos hombres de la trama, que anteriormente hubieran sido los salvadores, aquí son los antagonistas que encarnan inmadurez, indecisión y egoísmo, su presencia en la pantalla limitada a unas cuantas escenas puntuales. A pesar de esto, o quizás para reforzarlo, esta película tiene uno de los desnudos masculinos más hermosos que he visto en años recientes; es una escena juguetona en principio que pronto se carga de romance y emoción, interpretada con gracia por Yalitza Aparicio y Jorge Antonio Guerrero.

En contraparte, la película también tiene una de las escenas de hospital más crudas y realistas, enseñando una situación pocas veces representada en el cine de esta manera, y en la cual el estoicismo del carácter indígena que representa el personaje de Aparicio sale a relucir. Ella toma el papel de Cleo, una de las dos “sirvientas” (es la expresión mexicana para “empleadas domésticas”) de la familia, que es de origen mixteco, una de las docenas de etnias indígenas del área central de México. Este carácter, conocido por aquellos que han tenido algún acercamiento personal con personas de etnias originarias, es modesto, trabajador, cariñoso, curioso, simpático y fuerte ante el peligro o los problemas. Aparicio ha sido aclamada por su actuación debut, apreciada sobre todo en el extranjero, pero esas expresiones de amor y miedo y tristeza me son algo familiares, debo admitir.

Full disclosure: yo nací en México y viví allí en los 70 y 80 en una familia clase media. Tuve una nana, Nati, que era muy cariñosa conmigo y con mi hermana. Mi papá también era y es un doctor muy ocupado, y mis padres se divorciaron tras 20 años de matrimonio. Teníamos un carro americano grande en el cual hicimos paseos a la playa y al campo. Todo esto me conectó de una manera personal y especial con el filme, ya que también recuerdo los sonidos del afilador de cuchillos y el vendedor de camotes, las marchas y trompetas de los jóvenes haciendo su servicio militar, los vendedores ambulantes de juguetes en la calle, las canciones románticas en la radio y los programas de televisión con comediantes nacionales.

En ese sentido, y si no tuviese esa ascendencia mexicana, Roma me recordaría mucho a las películas de Fellini y cómo ellas exaltaban la idiosincrasia italiana, tanto el elevada como plebeya, en situaciones comunes o de plano irreverentes. Cuarón también toma un elemento que Robert Altman afinó en su obra, eso de que varias acciones sucedan dentro de una secuencia en la cual él concentra su atención por momentos y en detalles, según lo que desea destacar. Hay una escena curiosa en esta película con una especie de luchador/sensei/yogui que demuestra bien lo anterior, haciendo notar a los aviones en el congestionado cielo de la capital mexicana como un personaje clave para la trama.

Otra escena con mucho simbolismo es cuando la esposa y patrona, interpretada por Marina de Tavira, intenta meter el enorme Ford Galaxie de la familia en el apretado estacionamiento de la residencia. “Estamos solas…”, le dice algo tomada a Cleo cuando sale del carro, y ella la ve subir tambaleándose hacia su habitación sin preocuparse mucho por los rayones y golpes que le dio al carro y al garaje. Al final ella repite a sus hijos, a Cleo y a sí misma que la vida es una constante de aventuras cambiantes, y que lo único que queda es adaptarse. Y sucede, incluso con los autos y con las cacas (o pupús en panameño) de perro que se nos atraviesen en el camino.

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Sobre la relación de amor que sucede entre los hijos de los patrones y sus respectivas nanas, independientemente del lugar o el contexto donde se dé, es algo que –me atrevería a afirmar– es apreciado y entendido por aquellos que lo han vivido y a la vez criticado o menoscabado por aquellos que no. Yo no sentí condescendencia alguna hacia el rol de Cleo por parte del director y guionista, y de hecho las escenas íntimas que ella tiene son presentadas con dignidad; su cariño hacia los niños nunca es cuestionado, y la manera como ellos la tratan es con un amor inocente que seguramente maduraría para convertirse en un gran respeto y agradecimiento.

En conclusión: Roma de Cuarón es un drama urbano refinado y bien planteado. Si este tipo de películas te aburren, pues no te pierdes de nada. Pero si eres de cierta edad y naciste en México, o si creciste en circunstancias similares de drama familiar, pues seguramente te conmoverá. Yo no lloré cuando la vi, admito, quizás todavía queriendo no darle ese gusto al director; aunque si la vuelvo a ver dentro unos años me auguro un seguro lagrimeo, y más de alegría y de cariño que de pura melancolía.