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Adultos sobre ruedas

Panamá no es como Francia, donde el ciclismo es una religión. Aunque acá el béisbol y el fútbol son reyes, con los gimnasios cobrando un nuevo auge, miles de panameños se lanzan a las calles en oscuras madrugadas y relajados fines de semana para pedalear en grupos. Como manadas de veloces caballos sobre ruedas, sus trajes de licra multicolor ceñidos en cuerpos de extremidades depiladas, se avistan en algunas de las avenidas cerca de la costa de la capital, como en la Cinta Costera, la Calzada de Amador y la antigua Zona del Canal; algunos de ellos surgieron del triatlón, mientras otros se dejaron llevar por la irónica individualidad grupal que ofrece este deporte: son los menos aquellos que lo practican en solitario, mientras que la mayoría se aglomera en grupos que pueden alcanzar más de una docena, creando pandillas sintonizadas al ejercicio con un poco de estilo visual y reglas básicas de campo.

Para esos que no estaban acostumbrados a entrenar, como un triatleta del Iron Man, pedaleando, nadando y corriendo, la bicicleta se les hace fácil y divertida; ¡después de todo dicen que nunca se olvida! Y pensando en las odiosas máquinas para ejercicios y el difícil empuje personal que requiere el ejercitarse por cuenta propia, salir en un grupo a pedalear por tu linda ciudad y bajar algunos kilos en el proceso resulta una propuesta entretenida y digna de repetir.

Uno los mira desde el auto y piensa que están entrenando para alguna carrera internacional, se ven tan concentrados y serios con sus cascos aerodinámicos y uniformes estampados de logos, cuando en realidad son solo hombres y mujeres que se han tomado en serio su nuevo hobbie deportivo, algo que para bien o para mal pocos hacemos. Mas allá de esta aura de salud santurrona, el resto de los no ejercitados asimilan esto con una de cal y una de arena: por un lado respetan el esfuerzo que estas personas hacen por mantenerse activas, y en ciertos casos pueden sentirse motivados a hacerlo a su manera; pero si un mini Tour de France panameño afecta el tráfico en la vía por alguna razón, especialmente en fines de semana en los que no se esperan tranques, pequeñas maldiciones e insultos comienzan a hervir en la boca del conductor.   

Rodando con peligro

Los ciclistas solo quieren respeto, y no ha sido fácil el lograr integrarlos a una ciudad sin planeación urbana o una cultura vial firmes. Han habido docenas de atropellos y un accidente fatal, y por más ciclovías que se establezcan en horas de bajo tránsito se requiere de una cooperación mutua y una normativa más clara para que ambos bandos (ciclistas vs. el resto) estén en paz.

Por mi parte, yo ando en las cuatro ruedas de una patineta desde hace 30 años. El skateboarding, en ese tiempo, pasó de ser una diversión de surfistas californianos para cuando las olas no estaban buenas a una mega industria deportiva internacional, con inquietos adeptos inyectados de adrenalina montando sus tablas sobre cualquier superficie que lo permita. Este genuino deporte extremo ha tenido sus variaciones con el tiempo, y los trucos que yo hago tienen un estilo “vieja escuela” si se comparan con las complicadas piruetas y malabares épicos de generaciones más recientes. Claro que patinar ahora, sin la ágil flexibilidad de un niño o la capacidad de regeneración física de un adolescente, es mucho más peligroso para el cuerpo, y es por eso que el patinador “de cierta edad” se cuida como nunca antes lo hizo, usando casco, protectores y hasta bloqueador solar durante sus sesiones, las cuales se extienden por una o dos horas (tal como en una visita al gimnasio) según su aguante.

Yo patinando en 1988.

Yo patinando en 1988. 

El que no conoce piensa que el skater hace puras locuras arriesgadas sin sentido, cuando en realidad el patinar en patineta es un deporte arte que, como en la danza o en la gimnasia, precisa de un conocimiento instintivo del movimiento y de la coordinación, acompañado de mucha dolorosa práctica. Con esto digo que cada patinador conoce sus límites y se atiene a ellos, sabiendo que un golpe o un hueso roto trae peligro para la salud, el bolsillo y el desempeño laboral. 

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Yo patinando en 2014.

Por supuesto que no soy el único de mi generación, o de edades mayores inclusive, que se ha mantenido practicando esta locura sobre ruedas, demostrando que cuando se tiene voluntad se encuentra la manera. Es conmovedor el ver a padres de familia, tan tatuados como canosos en su añeja rebeldía, llevando a sus hijos a los parques de patineta para compartir su afición.

Publicado en revista Caras Centroamérica, edición abril de 2016.