La más reciente producción de la realizadora panameña demuestra su conmovedora sensibilidad como autora y directora.
La ficha técnica la describe como un documental. El afiche dice que es una película. Pero “La felicidad del sonido” (2016, Mansa Productora) es pura poesía visual y auditiva –una genuina muestra de cine de autor– en la cual la naturaleza, la cultura, la empatía y el aprecio por lo propio salen a relucir.
Ana Endara ha destacado en el cine panameño e internacional por contar historias de un gran calor humano, cuyo fondo y forma expresan la idiosincrasia de un país tan curioso como el que es Panamá. Desde que lanzó “Curundú” hace 10 años, cautivó a públicos nacionales y extranjeros mostrando la vida de un fotógrafo en un barrio marginal de la capital; el mensaje final: con ganas y vocación uno pude sobrevivir y surgir de un ambiente que otros considerarían peligroso o foco de negatividad. Con “Reinas” (2013) se adentró al carnavalesco mundo de los concursos de “misses” y reinados que prevalecen en la cultura panameña, planteando el caso de cómo estos eventos, mas que promover la belleza superficial y ciertos arquetipos femeninos, representan un tipo de formación profesional y personal para todas aquellas mujeres que tienen los cojones de ser parte de ellos.
El arte del afiche lo creó el destacado diseñador gráfico Juan Rivera.
Dicho esto, “La felicidad del sonido” es mucho más que un documental sobre la música y los estímulos auditivos que nos rodean.
El origen del film, que de hecho es comentado en una escena, tiene que ver con el desamor. Mir Rodríguez, un marino, activista y amigo de Endara, alguna vez le contó cómo después de terminar una relación y sumido en la cabanga que la acompaña, decidió comprarse dos grandes bocinas para alegrarse con música a todo volumen. Esto llevó a la directora a concebir un guión (con el apoyo de su pareja, la artista visual Pilar Moreno) que, a diferencia de sus proyectos anteriores, le permitiera contar una historia con un hilo narrativo más controlado, siendo la felicidad el sentimiento predominante.
La película sigue a seis panameños que, entre reflexiones filosóficas, planteamientos creativos y sentimientos propios, expresan su felicidad del sonido. El multifacético músico e ingeniero de sonido Ingmar Herrera habla de su pasión por los micrófonos (“¡son bocinas al revés”!), y se le ve tocando batería en su estudio, siendo él alguien que al grabar música y audio para películas y programas de tele siente las vibraciones sonoras de una manera peculiar. En contraparte, Javier Duque pifea con orgullo de padre a su “sExplorer”, una camioneta Ford fortalecida con un equipo de audio que para algunos sería una tortura, mientras que para él es sinónimo de diversión, placer y potencia.
Ingmar Herrera es un multiinstrumentista e ingeniero de sonido panameño.
El ingeniero y amante de la música Derek Irving, desde la terraza de su casa, comenta sobre las vibraciones que el ser humano no ve pero que existen en el ambiente y que nos afectan. Su hobbie es escuchar música con la mayor fidelidad posible, razón por la cual se dedica a hacer sus propias tornamesas. Por otro lado su hermano, el músico Eduardo Irving, es mostrado haciendo una curiosa labor social y cultural: conecta un megáfono al radio de su carro y se pasea lentamente por la ciudad, blasteando Bach en el barrio de Betania por la Iglesia de San Antonio y los multifamiliares de Los Libertadores, y repartiendo cedés de jazz para que el panameño común rompa su rutina musical y expanda sus horizontes culturales. “Solo la cultura nos hará libres”, nos dice el saxofonista mientras se seca el sudor de su frente y maneja su carro/radio.
Eduardo Irving y el servicio social/cultural de su carro/radio.
El corazón de la película recae en las narrativas del antes mencionado Mir Rodríguez y la inspiradora Carmen Magdalena Solano. Endara sigue a Mir hasta el poblado rural de Tucue, donde con unos cuantos transistores, un celular y un micrófono crea la “Radio Comunitaria de Tucue, pueblo de tierra fértil y agua limpia”; el ejercicio de Mir de crear un medio de comunicación de bajo presupuesto en un área de difícil alcance tecnológico es casi mágico, ya que se ve cómo el pueblo responde a sus transmisiones con alegría e inspiración: un viejito cantando décimas, un vivaz niño contando sus fantasías, una viejita recordando a los tigres de su infancia y un lugareño, estoico, aseverando la realidad del calentamiento global con la sequía que ahora invade su poblado. Siendo la radio el patito feo de los medios modernos, Endara demuestra cómo aún puede ser un valioso ingrediente para la vida en comunidad.
La Radio Comunitaria de Tucue y su magia invisible.
Y luego está Carmen. Ella es ciega y camina siguiendo el tic toc de su bastón. La directora la lleva por un recorrido en el cual observamos cómo esta mujer asimila su entorno con el tacto y el sonido: la vemos en la selva, en lo que parece el Pipeline Road del poblado de Gamboa, sintiendo troncos caídos y el haz del sol que atraviesa la vegetación; en la playa de Taboga buscando cangrejos en la arena; y en la ciudad, donde el ruido de los carros nunca parece terminar mientras ella se adentra en la penumbra de su hogar.
Estas son las historias que cuenta “La felicidad del sonido”, filmada enteramente en un blanco y negro elegante que por momentos se ve algo sepia, melancólico. Es precisamente el uso de este recurso, aunado a movimientos de cámara más artísticos y libres que documentales y directos, los cuales crean la poesía visual de esta producción. Endara ha madurado como directora y aquí se nota, logrando un film de más peso emocional y artístico. Las tomas de árboles, orugas, grillos colibríes (¡!) al igual que charcos, edificios y cableados se entrelazan suavemente con close ups de los protagonistas, todos encantadores en su propia manera. El paisaje humano y el natural son mostrados en su particular coexistencia, con el sonido siendo el lazo invisible que une a todos.
Sonidos citadinos.
Endara vuelve a trabajar con Víctor Mares, director de fotografía con el que previamente ha hecho mancuerna y que también muestra su músculo aquí. José Rommel Tuñón, encargado del sonido, se luce y uno se imagina la colección de bytes de audio sobre Panamá que habrá logrado para esta película. El artista Jonathan Harker, contemporáneo de la directora, comparte con ella la edición, la cual fluye como un sueño entre historia e historia. Ingmar Bergman aprobaría.
Mares, Tuñón y Endara durante la filmación.
El resultado de “La felicidad del sonido” es un logro tanto artístico como técnico para Endara, quien ha creado otra carta de amor para su país, siempre visto con un ojo tan crítico como amoroso. Y sea que ahora continúe en la vena documental o salte a las grandes ligas de los largometrajes de ficción, el público que conoce su trabajo la seguirá sabiendo que las historias que cuenta están llenas de honestidad y humanidad.