¿Qué es un periodista hoy en día, cuando cualquiera publica una opinión personal y la comparte con el mundo con un click?
¿Qué es un periodista hoy en día, cuando todo el mundo escribe sin redactar decentemente?
¿Qué es un periodista hoy en día, cuando cada vez se leen menos libros y revistas a favor de contenidos informales como las redes sociales?
Y finalmente, ¿qué es un periodista hoy en día, cuando la objetividad es un concepto pasado de moda?
No tengo respuesta a estas preguntas cargadas. Lo único que puedo hacer es decir porque yo me siento periodista y lo que hago, día a día con trabajo, para sentirme parte de este club profesional (y valerme el par de felicitaciones que recibo este día de mis seres queridos).
Soy periodista porque me gano la vida redactando y publicando regularmente. Desde que salí de la universidad en el 2000, graduado con honores tras ser un fracasado en mis tres últimos años de secundaria, me he dedicado a proyectos editoriales de todo tipo. En estos 16 años he visto crecer lo que podríamos llamar la industria editorial panameña a través del entrañable formato de la revista. Y aquí está la primera diferenciación criolla de la profesión: nunca he laborado en un periódico, ni me han ofrecido empleo, y los periodistas de periódicos localmente tienden a ver como menos cosa a los periodistas de revistas, bajo el precepto de que todo lo que escriben es prensa rosa o soft news.
He sido editor de más de una docena de revistas en el recorrido profesional que he tenido hasta ahora. He editado revistas femeninas, de turismo, de negocios, de derecho, de tecnología, de “estilo de vida” y de deportes (una de golf, otra de triatlón y hasta una inédita de cayucos). Cuando digo que he sido editor quiero decir lo siguiente: he dirigido reuniones de consejo editorial para elegir temas y sujetos; he asignado notas a otros colegas; he redactado editoriales, entrevistas, artículos, reportajes, publirreportajes, pies de foto y todo tipo de cartas; he supervisado a diseñadores gráficos y fotógrafos; y también he sido corrector de estilo de docenas de plumas, desde las más expertas y longevas hasta las más novatas y frescas.
Esta experiencia dinámica dentro de la profesión, junto con la variedad temática que he manejado, me ha hecho fortalecer una destreza técnica: la versatilidad. Siempre me jacto de poder escribir con igual soltura sobre maquillajes y moda como de negocios e industrias (admito que el deporte es mi punto débil). Esta capacidad me ha dado muchas alegrías y oportunidade$ que otros colegas, sea por pereza o costumbre, no suelen experimentar.
Cuando he tenido la oportunidad de ofrecer talleres de redacción siempre recalco lo antes mencionado, no por ego o pifia, sino por el valor de abrirse a poder procesar todo tipo de contenidos.
Lo que considero importante resaltar en esta era de los tweets y los blogs es que si vas a escribir –con ganas de que el mundo te lea– es ser responsable con uno mismo y con la profesión tratando de hacer el trabajo lo más “profesional” posible. ¿Y qué quiero decir con esto? Que se haga el esfuerzo por ofrecer un contenido bien redactado y presentado.
Es sorprendente la cantidad de personas que no redactan usando Word y el corrector de estilo que el programa ofrece. Este es el mínimo estándar de calidad que un ser humano puede tener al producir contenidos escritos, y usarlo garantiza un texto relativamente decente. El periodista promedio de periódico está acostumbrado a que el corrector le arregle cualquier error, sea tipográfico, de ortografía o de estilo, lo cual le deja tiempo para concentrarse en desarrollar su tema. Pues en mi vida revistera, de la mano de excelentes correctores de experiencia y conocimientos envidiables del castellano, he aprendido a corregir con cabeza fría y mente clara, pensando en el público lector tanto como en el periodista y el mensaje que desea comunicar en su nota. Es imposible corregirse a uno mismo, eso sí, y el editor/redactor astuto sabe que cuando va a escribir debe buscar a otro que le revise lo que haga.
Otra cosa que creo hace un periodista es eso mismo, la periodicidad. El publicar regularmente. Y si es en diversos medios, mejor. En esta era de la información, en la cual el individuo ahora es tan reportero como el cronista de la tele o el diario, la clave para que el público tome en serio o valore lo que escriba está en la constancia de sus publicaciones, tanto como en la calidad de las mismas. Por eso cuando he asesorado a personas o empresas sobre sus blogs algo que siempre les señalo es el elegir fechas fijas de publicación y comprometerse a ellas. Si se publica algo bueno ahora y luego se tarda meses en dar otra cosa igual de buena, pues uno ya empieza a cuestionar el compromiso y motivaciones del escritor o periodista…
Ah, y ese es otro dilema: el periodista/escritor. En mi caso esperé a tener cierta madurez profesional, además del deseo genuino de hacerlo, antes de aventurarme al mundo de la literatura. Y admito que hice trampa: mi primer libro es de ensayos, o artículos de opinión, manejados con la misma seriedad profesional que aplicaba en mis revistas. Es difícil pasar del mundo de parámetros establecidos del periodismo (límites de palabras, estilo de redacción, expectativas del público objetivo) a la apertura creativa de una hoja en blanco. Por supuesto que la redacción literaria tiene sus técnicas y códigos que también se deben aprender, pero la diferencia entre periodismo y literatura está en la veracidad de la información: yo puedo decir todas las mentiras y cuentos que quiera en mi literatura, pero en la prensa esto me costaría el puesto.
La imagen cliché del periodista estresado y fumador. ¡Qué romántico!
Yo antes pensaba –mas bien idealizaba– a todos los periodistas como personas curiosas, con facilidad de la palabra, que poseen un gusto innato por contar historias y decir la verdad. Gran chasco me vine a dar cuando entendí que no todos los colegas eran así. De hecho, he visto tanta mediocridad en el periodismo como en cualquier otra profesión. No todos los periodistas son buenos redactores, y no todos son buenos comunicadores interpersonales. Y a pesar de todo sí es común que personas sin mayor aspiración profesional elijan este trabajo como carrera, ya que les permite “estar en todas”, saber las cosas primero, ver su nombre publicado y repetido miles de veces (aunque el estrés de una sala de redacción en hora de cierre es cosa seria, no apta para cardíacos).
Sin embargo, tengo absoluto respeto por todos aquellos que sí se toman el periodismo en serio, sea que estén haciendo un nuevo blog sobre lo que sea, o que estén trabajando en un reportaje que revelará una verdad escondida.
Para mí un periodista es eso: alguien a quien le gusta escribir bien, que disfruta el hacer preguntas a cualquier sujeto, y que tiene la capacidad de comunicar algo que transmita una idea o un conocimiento. Los que publican opiniones, sea en editoriales o columnas, tienen un reto mayor, ya que deben unificar lo que piensan con la postura del medio y con lo que los lectores deben conocer.
En este día del periodista felicito a todos aquellos que me han inspirado y abierto el camino. Agustín del Rosario, Hermes Sucre, Guillermo Sánchez Borbón, Milcíades Ortíz, Amalia Aguilar Nicolau y Esther Arjona son los que más aprecio, y detrás de mí respeto mucho a Daniel Molina, Luz Bonadíes, Mauricio Herrerabarría y a Melissa Pinel. Guido Bilbao, Paco Gómez Nadal y hasta Gustavo Gorriti han sido extranjeros cuyo paso por Panamá también ha dejado su huella, en mi opinión.
Esta profesión sigue siendo tan relevante ahora como antes, muy a pesar del cambio monumental que estamos viviendo de impreso vs. digital. Por eso exhorto a todos los colegas a que sigamos trabajando desde nuestras respectivas trincheras, haciendo un esfuerzo por escribir con destreza y comunicar con certeza, en favor tanto del público como de nosotros mismos.