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Una apología para Lars *

apología

  1. Discurso o escrito en alabanza o defensa de personas o cosas.

Comienzo con el cliché de poner la definición la palabra poco usada en mi título porque en inglés apología también significa “disculpa”. Yo no quiero “disculpar” a Lars Ulrich de Metallica por nada en el presente escrito; mi intención, de hecho, es darle un poco de crédito ante la imagen de patán y mal músico que el baterista ha desarrollado en los últimos años.

1993

Para mi cumpleaños número 14 lo único que quería era la caja Live Shit: Binge & Purge de Metallica, con tres VHS que incluían uno de los últimos conciertos de su enorme gira de tres años del álbum negro, en San Diego, y otro concierto de la época del …and Justice for All de 1989, además de un tripe CD con un concierto en México D.F. y un libro con todos los memos, cartas, presupuestos, riders y demás detalles de los cientos de conciertos y docenas de países que visitaron entre 1991 y 1993. Gracias a mis generosos padres, y a pesar de mis horribles notas (tenía tres fracasos; el box set costaba más de $120), recibí este maravilloso presente y fui feliz.

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Invité a mis amigos de mi primera banda y nos echamos una maratón de Metallica, por supuesto acompañada de un par de pintas. Para ese entonces los de esta banda ya eran amigos de confianza, gente que uno conocía y admiraba y quería. Con esta banda con la que yo tocaba, que además ostentó el metallicoso nombre de Mental Illness, nos echábamos covers de Megadeth, Pantera, Dream Theater, Sepultura y por supuesto, Metallica; nuestro set incluía Enter Sandman (¡la mejor para arrancar!), For Whom the Bell Tolls (divertida para hacer fills de batería); Harvester of Sorrow (puro groove oscuro), Master of Puppets (para demostrar que podíamos rockear como los grandes) y creo que Wherever I May Roam, pero siempre nos la cagábamos con esa. Aunque también tocábamos Mouth for War, Hangar 18 y Troops of Doom, las canciones de Metallica, por lo menos para mí, eran el corazón de esas sudadas tardes de viernes y sábados en mi terraza (¡en vez de Garage Days serían Terraza Days!).

En ese tiempo no diría que Metallica era mi banda favorita, ya que aún estaba en mi fiebre de U2 y The Cure, pero sí tenía cierto respeto hacia los pioneros del thrash del Bay Area de San Francisco. Metallica era lo más grande, de una forma diferente a Iron Maiden; mientras los Irons se proyectaban como europeos eruditos y refinados, los de Metallica eran los rockeros americanos que todos queríamos ser: divertidos, borrachos, talentosos, populares, jóvenes y millonarios. Sus videos caseros (si eres un millenial busca home video en Wikipedia) eran un homenaje a las mujeres tetonas fáciles, la cerveza sin fin, las bromas pesadas, los viajes alrededor del mundo y el rock más pesado que el cuerpo pudiera soportar. Cuando se hizo la mágica gira con Metallica, Guns ‘n Roses y Faith no More, recuerdo que el trip era haber juntado a tres monstruos que representaban ideologías totalmente distintas, pero igualmente atractivas, de lo que significa la música rock.

Para alguien que estaba haciendo sus pininos como baterista, Lars Ulrich era algo grande. Sacar el redoble de doble bombo de One era una medalla de honor, quizás no tanto como tocar el principio o toda YYZ, ¡pero algo! Y lo que impresionaba de Lars era lo pesado de su sonido y lo ágil de su velocidad; Charly Bennante de Anthrax se me hacía más veloz con los pies, y Dave Lombardo de Slayer más prodigioso en su virtuosismo a 200 beats por minuto, pero Lars… ¿Has escuchado el Kill ‘Em All? Es como poner un motor turbo en una aplanadora y ponerse a correr en ella destrozando todo a su paso, cerveza en mano. ¿Qué tal el majestuoso y oscuro Ride the Lightning? Aquí los chicos demostraron que podían tocar bien además de rápido; baladas como Fade to Black y obras maestras del metal como Creeping Death son tan buenas como cualquier cosa de Black Sabbath (¡y lo primero que escuché de Metallica, vale destacar!). Y ni que hablar del Master of Puppets, que te pateaba el culo desde el principio hasta el final, pero que también evocaba ciertos sentimientos de malicia y oscuridad, perfecto para el adolescente desadaptado, rebelde y hormonal.

Luego vino el …and Justice. Aun recuerdo al querido y chistoso Peluca Icaza describir una de mis canciones favoritas del disco, The Shortest Straw, como “La paja más corta”, bromeando sobre como antes se solían traducir los nombres y letras de las canciones en inglés para el mercado latinoamericano. Por supuesto que Peluca también veneraba este excelente disco doble de 1988. Aquí como que la banda tomó cursos de música, filosofía y política, porque el resultado es una obra maestra de peso musical y conceptual, cuyo único fallo es la notable falta de bajo en la mezcla final. Todos los temas eran largos y complicados, pero no tan progresivos que dieran sueño o tan rebuscados que uno no pudiera identificarse con lo que decían. One, el primer sencillo propiamente dicho de la banda y su primer video en MTV, era un mero detalle junto a la majestuosidad de la instrumental To Live is to Die o el refinamiento asesino y orquestal de Dyer’s Eve. No importa qué tipo de músico eras, o si pensabas que el Appetite for Destruction era la nueva hostia, el …And Justice for All de Metallica representó un antes y un después en el rock pesado.

Nueva era del Rock

Luego llegaron Bob Rock y la crisis de la mediana edad a la vida de los integrantes de Metallica. Con el cambio de década, y después de hacer una de las óperas primas del género que ellos mismos ayudaron a crear, James Hetfield, Kirk Hammett, Jason Newsted y nuestro querido Lars decidieron cambiar de estrategia. Llamaron al canadiense más mamón de la vida, Bob Rock, productor de discos icónicos como el Sonic Temple de The Cult y el Dr. Feelgood de Mötley Crüe, y decidieron tocar más lento, con más groove y tratando de proyectar emociones más personales y menos fantasiosas. El resultado fue Metallica, o el “disco negro”, el cual a pesar de ser el más exitoso comercialmente para el grupo, y el que los hizo darle la vuelta al mundo en tres años con una monumental gira, al principio fue recibido por el público con sentimientos encontrados. ¿Dónde estaba la velocidad de Whiplash? ¿O la complejidad dinámica de Eye of the Beholder? “¡Ni pinga, ahora tocamos con calma!” parecía ser el nuevo lema del grupo. Pero a pesar de la decepción inicial, nadie podía negar que Sad But True rockeaba, o que Nothing Else Matters te hizo llorar la primera vez que la escuchaste.

El grunge y el nü metal estaban acechando, con Nirvana y Korn llevando la batuta, pero esto ni siquiera abolló la dura armadura de Lars y compañía. De hecho se reafirmaron, y alcanzaron un nivel de popularidad que ninguno de sus predecesores o contemporáneos ha podido lograr. Y esto por mantener su integridad y seguir su instinto musical.

Por eso no les doy tanta mierda por los discos Load, ReLoad y St. Anger (todos producidos por Rock) que vinieron en años siguientes. Aunque no me gustan y casi ni los escucho, hay algunos temas que pueden rescatarse. Quizás se hayan cortado el pelo y puesto algo de maquillaje, pero su intención de continuar haciendo música e interesarse en mantenerse relevantes es válida. El disco sinfónico con el compositor Micahel Kamen, S&M, al igual que el experimento que hicieron con Lou Reed, titulado Lulu, son esfuerzos dignos de reconocimiento.

Claro que esto funciona mejor cuando lo ves desde el punto de vista del músico. El fan común piensa: “¡Estos tipos se volvieron locos!”, o “Han perdido su edge y ya no son metaleros de verdad”, o “¿Qué carajo están pensando al hacer eso?”. Si lo ves como ellos, o como un músico de trayectoria, estos aparentes insultos al canon de thrash que la banda ha creado son ejercicios de creatividad artística, algo extremadamente liberador cuando tu público te ata a tu pasado, o a una parte de él, tu sabiendo que ahora eres una persona distinta. James y Lars siguen siendo los mismos fanáticos de lo pesado que eran cuando se conocieron a principios de los 80, pero ahora son hombres maduros que quizás, en esos aparentes años perdidos de la primera década del nuevo siglo, quisieron salir por un rato de su cascarón y hacer algo diferente… aunque solo fuera por su propia sanidad mental y creativa.

Supongamos que Iron Maiden hiciera un disco de versiones electrónicas de sus mejores temas, o que AC/DC grabara un álbum entero con la leyenda de country Kenny Rogers. Estas dos propuestas suenan algo locas, y estas bandas son de las que piensan “mejor no cambiemos mucho para que la cosa siga bien”. Esa mentalidad se respeta y obviamente les funciona; los de Metallica quisieron tomar riesgos y hacer lo que ellos sentían, para bien o para mal, y esos cojones son los mismos que hicieron himnos como Battery. Después de irse por una larga tangente sacaron el disco Death Magnetic, en 2008, una “reivindicación” o “return to form”, como si nada hubiera pasado, y de hecho temas como All Nightmare Long confirman que los chicos “todavía la tienen”.

En esta larga historia Hetfield y Ulrich tienen los créditos como principales compositores de toda la música y letras de Metallica. Saca la cuenta de cuántas canciones son y todo lo que conllevan; quizás no sean tan prolíficos o prolijos como Maiden, o tan políticamente sensatos como Dave Mustaine y su Megadeth, pero aquí me viene a la mente ese refrán de “crea fama y acuéstate a dormir”.

Lars es Lars

Lars comenzó a caer mal con la demanda que Metallica impuso contra Napster. La industria musical estaba cambiando con el advenimiento del streaming o el “bajar” canciones de Internet, en un principio de manera ilegal, y Lars fue el primero en organizarse, contratar abogados caros y proceder legalmente contra esta nueva amenaza a su pan de cada día. Como fan esto demostraba una mentalidad retrógrada y poco considerada, pero desde el punto de vista del músico esto fue un paso firme en pro de defender su trabajo. Hacer lo que era justo para él y no lo que era justo para sus fans, por primera vez en una carrera de tres décadas, le valió mucha animosidad en todo el mundo.

Luego vino el documental Some Kind of Monster, donde los de Metallica se encueraron frente a su público, figurativamente hablando, expresando y proyectando su humanidad como nunca antes. Resulta que James era un alcohólico traumado, Kirk un tipo endeble y Lars un soberano atorrante, coleccionista además de arte moderno con una preferencia por el genio de Basquiat. Era un dolor ver al grupo confrontarse como adultos, llorando y mostrando sus sentimientos, y en retrospectiva pienso que a pesar de que este proyecto fue una crisis de relaciones públicas, también lo ubico dentro de las decisiones arriesgadas que la banda ha hecho, tanto para el beneficio propio como para el de sus seguidores.

Ahora por fin llego a la parte musical. Hoy en día Lars es severamente criticado por: 1-No llevar bien el tiempo; 2-No poder hacer los mismos redobles y fills que hacía antes; y 3-sonar algo sloppy o como arrastrado y descuidado. Obvio que estas críticas son para su trabajo en vivo, ya que en los discos esto puede pasar inadvertido gracias a los retoques de producción. ¿Cuál creo que es su defensa? El estilo propio. Creo que Lars ha establecido un estilo característico que es diferente al de sus colegas, más relajado, sencillo, quizás hasta minimalista, y esto ya de por sí es un mérito. ¿Sabes cómo puedes distinguir el sabor cubano agresivo de Dave Lombardo versus el poderío milimétrico de Paul Bostaph? ¿O qué tal la sólida rectitud de un Nicko McBrain o un Matt Sorum? En el rápido mundo del metal, donde todo es pesado y ágil y potente, el baterista sale a relucir como contrapunto a lo que los guitarristas estén haciendo. Es muy difícil crear tu propia personalidad o sonido. Los bateristas antes mencionados lo han logrado, son exitosos y respetados, y ninguno de ellos es fucking Mike Mangini (¡o Portnoy!).  

En el Internet, ya sea en foros o en videos sañosos de Youtube, Lars es comentado como el peor baterista. ¡Ever! La justificación es que no es tan bueno como fulanito o zutanito. ¿Qué pienso yo? Fulanito o zutanito no hicieron el …and Justice; fulanito o zutanito no se han mantenido vivos y activos durante más de 30 años; fulanito o zutanito quizás no tengan el aguante para tocar conciertos maratónicos con canciones que le sacan el jugo a cualquiera.  

Regresando al “disco negro”, esa Enter Sandman es, en batería, una de las canciones más icónicas del heavy metal; sí, cualquier aprendiz puede tocarla, y ahí está el genio: crear algo adecuado al género pero que sea pesado y accesible a la vez. Lars lo hizo en ese track, el cual yo puedo tocar con los ojos cerrados y colgando boca abajo, y que de todas maneras me deja con esa sensación de ¡oh yeah! Yo reto a cualquier baterista, sobre todo a esos que aman lo progresivo y el virtuosismo, a tocar Sad But True como merece: lento y heavy, como si tus bolillos fueran mazos enormes que retumbaran sobre inmensos tambores milenarios encima de una colina antes de una guerra. Les aseguro que no es tan fácil como parece.

Ese asqueroso sonido de redoblante en St. Anger, comparado con una paila en una estruendosa protesta latina, fue a propósito: en ese disco la producción fue mínima, más cruda, evitando hasta los largos solos de Kirk. Cambiar tu sonido, aunque solo sea por un disco, es algo que se respeta tras una larga carrera; Vinnie Paul lo hizo en el cuarto de Pantera, y a pesar de que no sea su “sonido icónico”, sigue siendo él el que toca y la música continúa teniendo ese sabor propio de un músico de carrera.

Hay por ahí un video de Metallica tocando con Dave Lombardo y con Joey Jordison, el ex Slipknot. Ambos lo hacen bien, por supuesto, y la banda suena más apretada que de costumbre, pero definitivamente no suena como Metallica, ni como Lars. El reemplazo de Jordison en Slipknot es como un clon suyo (algo similar pasó con los Mikes en Dream Theater) y esto es un total crédito para Ulrich. No es el mejor baterista, en general, pero es el mejor baterista para su banda, y eso vale oro. En este sentido pienso en Mick Fleetwood, de Fleetwood Mac: ese man parece que siempre toca lo mismo, que no se complica, que arrastra las notas y que a veces hasta suena flojo; sin embargo, ha desarrollado un sonido propio, la banda no sería la misma sin él y el tipo se ha mantenido vivo y activo. Diría que Lars Ulrich es como el Mick Fleetwood del metal.

El swing del baterista no se enseña, se tiene. Es ese je ne sais quoi que muchos especialistas técnicos nunca llegan a aprender. Es lo que destaca a Ringo Starr en los Beatles: No era un Bonham o un Baker, era un Ringo. Asimismo, Lars es un Lars, alguien cuyo entusiasmo, energía y actitud lo superan, quizás, en su habilidad técnica, mas no en su musicalidad, y el mundo necesita más “músicos musicales” que técnicos especializados, ya que los primeros crean bandas que trascienden mientras que los segundos solo son recordados por su habilidad, no tanto por sus canciones.

Admito que el acento de Lars, un inglés californiano ultra articulado y algo snob por su dejo de danés (nació en Dinamarca en el 63) puede caer gordo, pero si uno mira entrevistas recientes del baterista y pone en contexto todas sus acciones, el tipo queda como un gran embajador del rock en general, una leyenda viva que está destinada a ser criticada y alabada en igual medida.

Charlie Watts de los Rolling Stones tiene más de setenta años y todavía sale de gira; el esfuerzo físico de su performance, dictado por su estilo relajado de jazz y el sonido rock blues del grupo, le han de costar una vida disciplinada para poder cumplir con el mandado. Metallica y los músicos de la escena thrash que empezaron hace treinta años ya pasan los cincuenta, y solo el tiempo dirá cómo han de envejecer y seguir rockeando. En lo personal, respeto las “fallas” de Lars Ulrich, y antes de decir que ha perdido su magia o que es mediocre, prefiero escuchar un poco de su música y sentir lo que él ha podido hacer con el talento que ha desarrollado, más para bien que para mal.