Se dice que la moda es cíclica, como la política y la historia, y que todo tiende a repetirse. En ese sentido me ha tocado vivir dos revivals de la moda de los sesentas, una a mediados de los 90 y otra hace unos cuantos años. Fue chistoso porque estaba conciente de la primera ocasión, y cuando volvió a repetirse entendí que esto iba a seguir pasando, que los objetos, prendas y estilos de otros tiempos seguirían regresando de alguna forma u otra.
Durante mis años universitarios conocí el hoy popularizado, casi hasta banalizado, concepto de lo “vintage”, que así nomás se puede traducir como antiguo, viejo o de época. Me obsesioné con los sacos de los 50 y 60, que con las camisas estampadas de poliéster de los 70 (tengo puesta una mientras escribo esto) creaban un look diferente y original, siempre y cuando las piezas estuvieran bien combinadas con algo moderno para no parecer un extra ridículo de Cara Cortada o Fiebre de Sábado por la Noche. Aquí en Panamá había una bonanza de este tipo de prendas en las “tiendas americanas”, las cuales compran pacas de ropa usada de Estados Unidos y la revenden al público por unos cuántos dólares.
Esta tendencia comenzó a popularizarse y a mediados de la década anterior un saco que antes compraba por cinco ahora te lo vendían en treinta, cosa que sigue siendo un consuelo porque este tipo de tiendas en Europa o Norteamérica te pueden cobrar hasta setenta por una pinche camiseta vieja. Cuando la añoranza del pasado llegó a la TV y se masificó con series como Mad Men y Downton Abbey, el atractivo ya no solo estaba limitado a la moda: la decoración y el diseño industrial hicieron que hoy en día, comprando en los locales correctos, uno pueda vivir estilísticamente en el pasado.
Futuro incierto
Lo antes dicho justifica las barbas y bigotes en la cara de los chicos de hoy; los ringtones de teléfono viejo en tu móvil inteligente (o el cover que lo hace ver como un casete o un control remoto del primer Nintendo); el tapizado y lámparas tipo chandelier que parecieran salir de una sala del siglo XIX en tu apartamento nuevo…
Vivimos en el “futuro” en el cual nuestros padres imaginaban que ya habrían carros voladores y colonias en Marte. No hemos llegado a eso, y el asunto es que el futuro futuro en realidad es algo incierto y lo único que nos reafirma en el día a día, que nos da balance ante los cambios que han de venir, es el aprecio por las mejores cosas de antes. Ojo, que no todo lo viejo es vintage y no todo lo vintage es viejo. Esa camiseta roída de precio exorbitante en New York se debe a que tiene un logo o una ilustración, además de un diseño, que la ubican en una época y le agregan valor, aportando ese factor cool que vende bien; ¡no es cualquiera camiseta vieja! Otro ejemplo: no es lo mismo tener un Mustang del 2003, cuando su diseño estaba pasando por una transformación algo extraña, a uno de 1963; el primero es un modelo pasajero sin mayor valor y el segundo es un ícono de ingeniería y estilo clásico. ¿Ven la diferencia? Parte de su encanto está en que los objetos de antes eran manufacturados con una calidad más elaborada que la actual, razón por la cual tienden a durar más. Algo hecho en China ayer puede ser económico y evocar una imagen, pero seguramente se romperá o dañará en algunos años.
Hoy comparo programas de televisión como el Antiques Roadshow de la BBC contra el American Pickers del History Channel; en el británico personas llevan objetos antiguos a expertos especializados para que los evalúen, expliquen y valoren; en el segundo se rescatan estos objetos de graneros llenos de chatarra para revivirlos y revenderlos. Ambos programas exaltan el diseño, la historia y la tradición de piezas antiguas, genuinamente vintage; la recomendación es siempre preferir lo real a la imitación.
Conforme las generaciones de millenials sigan creciendo, inventando objetos, servicios y profesiones que aún desconocemos, y las personas nacidas a mediados del siglo XX envejezcamos y pasemos a un segundo plano, una minoría seguirá aferrada a la nostalgia de alguna forma a otra. Los únicos que no se resisten al futuro son aquellos que lo hacen, y aquellos que no saben cómo rebobinar un casete de audio con un bolígrafo o cómo marcar un número en un teléfono de disco no extrañarán para nada estas reliquias por más lindas que parezcan.