Una nueva mini serie de horror ofrece un contexto a los asesinos en serie y su influencia en la cultura popular.
Nostalgia asesina
Uno de los momentos más especiales de mi infancia fue, sin duda alguna, mi celebración de cumpleaños número 11. Era 1989, y como mis cumpleaños anteriores habían sido genuinas fiestas con montones de invitados, juegos, risas, sudor y demás, ahora quería algo más tranquilo y simple, aunque igual de significativo y caprichoso. ¿Qué hice? Me encerré en mi cuarto con José, mi mejor amigo, y por casi seis horas vimos –alquiladas en un video club en formato VHS– una maratón de las películas de horror de Viernes 13, esas con el asesino Jason del machete y la máscara de hockey. El pastel fue reemplazado por pizza de pepperoni de Pizza Hut. Fue hermoso.
Hasta ese entonces la saga fílmica de Friday The 13th había revivido el género del horror para la década, y mi fiesta privada terminó precisamente con Friday The 13th VIII, Jason Takes Manhattan, la octava edición lanzada ese mismo año. Las películas de horror fueron parte de lo que nos unieron a José y a mí como amigos. Él siendo un niño sobreprotegido con hemofobia (miedo a ver sangre), y yo uno poco común por mi apariencia y forma de ser, estos filmes en los que los villanos raros y feos eran los héroes que mataban a la gente bonita y popular nos resultaban muy entretenidos y satisfactorios.
Los 80 estuvieron llenos de películas de horror para las masas. Nightmare on Elm Street, la de Freddy, el quemado con uñas de navaja que hacía tus pesadillas realidad, fue otra serie/saga muy popular. Hubo docenas de otras de diferentes estudios y con diferentes villanos heroicos, por así decir, o villanos protagonistas más bien. Sin embargo, desde ese entonces ya sabíamos que de todas esas películas y “monstruos” humanos que mataban con violencia y curiosa creatividad, la más horrible, violenta, loca y hasta prohibida era Texas Chainsaw Massacre, donde Leatherface (cara de cuero), un tipo de discapacitado mental con una máscara de piel humana y una familia de campesinos caníbales, mataba con gusto a jóvenes descuidados usando una sierra eléctrica.
Al igual que la Naranja Mecánica de Kubrick o La última tentación de Cristo de Scorcese, Texas Chaisaw Massacre, de Tobe Hopper, era una película prohibida en Estados Unidos, lo cual en ese entonces implicaba que para poder verla tenías que conseguir una copia pirata reproducida ilegalmente. Esa copia tenía que llegar hasta uno de los varios video clubs que había en la ciudad de Panamá en esa época, uno de ellos en Obarrio (Video Láser) y otro donde ahora queda la estación del metro junto al Hospital Nacional en Bella Vista sobre la Justo Arosemena. En este último fue donde José y yo encontramos la cotizada película, y verla fue una experiencia diferente a todas las anteriores, esta con un grado distinto de realismo gracias al estilo documental que el director quiso aplicar, además de la crueldad de los actos cometidos.

Yo ya tenía otra referencia fílmica de esta película: Summer School, con Mark Harmon, una comedia boba ochentera donde un profesor de verano en una secundaria californiana trata de organizar a sus locos estudiantes. Dos de ellos, los más excéntricos y raros, están obsesionados con Leatherface y su película, y esta comedia que recuerdo haber visto con mi mamá termina en una broma al director de la secundaria donde los estudiantes fingen ser asesinados por un loco con una sierra eléctrica.
En 1989 vino la invasión, y en otro texto hablo sobre cómo durante esos días inciertos y traumáticos, mientras mi papá ginecólogo amputaba piernas y atendía a quemados en el Santo Tomás, vi junto a mis vecinos El Exorcista, otra experiencia de horror cinematográfico que disfruté menos y que genuinamente me asustó. Siendo un niño de católico en un colegio jesuita, el ser poseído por el demonio era un miedo real, mientras que el ser descuartizado por un loco con un objeto punzocortante era mero entretenimiento. Qué equivocado estaba.
En otro post viejo (la auto referencia es válida aquí por motivos periodísticos más que personales, al igual que los paréntesis) comento sobre el grupo de thrash metal Slayer, el cual conquistó a muchos otros adolescentes rockeros como yo al combinar en su estética y sonido lo oscuro, lo demoniaco y lo sangriento y lo extremo. En su disco de 1990, Seasons in the Abyss, una de mis canciones favoritas por su ritmo y su riff de guitarra es Dead Skin Mask, en la que un asesino habla, casi en tono romántico de añoranza y deseo, a una de sus víctimas. El coro, traducido, dice así: “Bailo con los muertos en mis sueños. Escuchen sus gritos aullantes. Los muertos se han llevado mi alma. La tentación ha perdido todo el control”.
Dicha canción está inspirada en Ed Gein, un asesino estadounidense que entre los años 40 y 50 del siglo pasado mató a varias personas, desenterró a otras tantas y llevó a cabo actos de necrofilia, canibalismo y… manualidades. Gein es también la inspiración de la nueva miniserie de Netflix Monsters: The Ed Gein Story, la cual devoré el mes pasado con un gusto que quisiera explicar a continuación.
El asesino cero
Esta entrega es la nueva producción de Ryan Murphy, un productor, director y guionista estadounidense que en las últimas dos décadas ha dejado su marca en la cultura popular con series como Glee, Nip/Tuck y American Horror Story. En esta última, que duró casi una docena de temporadas, logró explorar los diferentes esquemas de horror y cine, desde brujas y posesiones demoniacas hasta asesinos imaginarios de todo tipo. En esa línea, y ya con el suficiente respaldo de su industria como para poder elegir los proyectos que más le gustaban, conectó con Netflix e hizo Monsters, analizando ahora a los asesinos reales de su país.

La serie temática primero se adentró en el caso de Jeffrey Dahmer, un caníbal de una sexualidad enclosetada, y luego en los hermanos Menéndez, el par de niños ricos que mataron a sus padres por su abuso y por su dinero. La primera fue criticada por las familias de las víctimas por glorificar al asesino, aunque en mi opinión esto se balancea por su análisis del esquema racial y sexual del victimario. La segunda fue tan gustada que logró un avance legal en la vida real de los hermanos encarcelados por el crimen, llevándolos más cerca de una liberación provisional por tiempo servido y buena conducta.
La tercera en cuestión, la de Ed Gein, ha sido criticada en varios aspectos. Primeramente, por dramatizar de manera exagerada los hechos reales, llegando a extremos que parecen ridículos o propios de alguien que solo quiere echarle leña al fuego del morbo. Y en segunda instancia, por insistir en elementos estéticos propios (actores físicamente atractivos, sobre todo masculinos; erotismo desmedido) que no suman ni restan.
Yo tengo otra visión del asunto. Y como mis antecedentes lo demuestran, yo soy el público objetivo de estos contenidos, y mi reacción a esta serie lo demostró.
Vale notar que en esto de ser fanático de las películas de horror y de asesinos, Psycho, de Alfred Hitchcock, fue una película que vi cuando Gus Van Sant la re-hizo toma por toma y a todo color en 1998, un proyecto muy criticado que yo entendí como un capricho personal y artístico del director. La original la vi hasta después, no muy impresionado considerando todo mi bagaje de horror hasta el momento, y pues sabiendo todos los clichés que había producido, como los violines cortantes de su banda de sonido y el giro al final con la mamá momificada.

En 1991 salió y vi, a los ahora 13 años, The Silence of the Lambs de Jonathan Demme. Por muchos años fue mi película favorita, la elegancia y donaire de su asesino caníbal, el psiquiatra Hannibal Lecter, siendo un personaje irresistible.
Pues algo que Ryan Murphy hace en su nueva serie es, con su creatividad particular y con el apoyo de sus guionistas y directores, el conectar los puntos entre todas estas atrocidades fílmicas y reales.
Estados Unidos: tierra de traumas y traumados
Todo el siglo XX, pero en especial su segunda mitad después de la Segunda Guerra Mundial, fue la era dorada del “imperio” de Estados Unidos: era el país más rico, más productivo, más “bueno” y más influyente del mundo, para bien y para mal. Su presencia global estaba asegurada por el dólar, su poderío militar y por su influencia cultural o soft power a través de la cultura masiva de cine, televisión y música.
Sin embargo, eran innegables las atrocidades que rodeaban esta bonanza. Por un lado estaba el trauma del holocausto (que ellos no ocasionaron pero que sí atestiguaron) y el impacto social de las bombas nucleares que lanzaron en Japón; y años después vino la violencia desmedida –rechazada por el público casero– en Vietnam. Quizás si en América Latina no hubiéramos tenido tantos problemas económicos y sociales debido a las múltiples dictaduras que se apoderaron del continente, y nos sobrara dinero para hacer y exportar cine, como en el caso de los gringos, pudiésemos haber hecho docenas de películas sobre los horrores vividos en países como Chile y Argentina, ya sea a manera de catarsis o de crítica social, o como un documental histórico o como mero entretenimiento.
Porque la teoría de Murphy en Monster: The Ed Gein Story es que estos hechos históricos influyeron la cultura popular a través del cine, desencadenando una serie de narrativas que vamos entendiendo con claridad hasta hoy. Porque, spoiler alert, Gein fue la inspiración para Psicosis, La Masacre en la Sierra de Texas y El Silencio de los Inocentes.
Ed Gein era de una familia campesina del estado rural de Winsconsin. Su madre era una cristiana conservadora resentida por su marido borracho, la cual crio a su hijo con mano dura inculcándole un gran amor y fidelidad, tanto como un repudio total a cualquier impulso sexual. A esto se le suma el hecho de que su hijo tenía una enfermedad mental diagnosticada hasta mucho después de ser arrestado, y sus crímenes atroces hechos materia amarillista de consumo público.
Mientras su mamá vivía Gein reprimió sus deseos sexuales y asesinos, y cuando ella murió su partida lo dejó aún más afectado y libre en su casa en el medio de la nada para hacer y deshacer a su gusto. Así, e influido por las imágenes que poco a poco fueron saliendo sobre las barbaridades del holocausto, el tipo llegó a descuartizar a varias mujeres, además de hacer platos, lámparas y hasta trajes con huesos y piel de humanos que desenterró del cementerio de su ciudad.
En la serie Gein es interpretado por Charlie Hunnam, un joven y guapo actor inglés que saltó a la fama por sus roles en películas de acción de Guy Ritchie y por la serie de pandilleros motociclistas Sons of Anarchy. Los roles de asesinos, para los actores con el nervio para interpretarlos, son oportunidades para hacer cosas fuera de lo normal que les permiten mostrar otro rango de sus habilidades actorales. Anthony Hopkins y Anthony Perkins, los actores protagonistas de The Silence of The Lambs y Psycho respectivamente, crearon personajes que marcaron sus carreras.
Su belleza indudable hecha más opaca al interpretar a un tipo en apariencia común y corriente como lo fue Gein, en Monster vemos a Hunnam hablar con un tono modesto y hasta humilde, lo vemos ser un buen hijo y un buen vecino en su comunidad, y también lo vemos matar violentamente a mujeres, además de usar sus pieles como máscaras y vestidos bailando frente al espejo. La serie tiene quizás la escena de necrofilia más detallada que he visto hasta ahora, con el enfermo preguntándole al cuerpo inerte si lo que acababa de hacer había sido de su gusto.
Una de las aristas temáticas en las que se adentra Murphy en esta producción es sobre la transexualidad, el travestismo y el crimen. Ed Gein era fanático de la ropa femenina, tanto interior como exterior, y le robaba prendas a sus víctimas que luego vestía en solitario por puro placer. Luego, llegando más allá y conectando con las películas que siguieron, el tipo hizo prendas de piel humana que luego vistió para sentirse más conectado a sus víctimas.
Por muchos años ha existido el estigma, hoy más aclarado y bien debatido, de que la homosexualidad y la transexualidad son sinónimos de criminalidad y violencia, en la línea de que todos los hombres gays son enfermos mentales abusadores de niños, o que una persona transgénero era alguien que no merecía un espacio en la sociedad. Hoy entendemos que un criminal es un criminal, y que su sexualidad no tiene nada que ver con sus acciones fuera de la ley. De la misma manera, entendemos que los traumas severos, especialmente ocurridos durante la infancia, pueden desatar ciertas patologías que llevan a la criminalidad. Sí, Ed Gein tenía traumas de familia y otros causados por su entorno, pero también era un esquizofrénico que no sabía distinguir entre el bien y el mal a la hora de cometer sus asesinatos.
Entre mostrar los crímenes y la vida del asesino, Murphy por momentos se sale de la historia normal y viaja al futuro recreando la producción de las películas que el caso Gein inspiró. Así vemos a Alfred Hitchcock, uno de los directores de cine más elevados e inteligentes, pasar de hacer películas de suspenso psicológico a abrazar el horror sangriento de Psicosis que años después llevaría a películas como Viernes 13 y su Jason, o a Halloween y su Michael Myers. También vemos a Tobe Hopper, indignado por el uso de napalm para bombardear a vietnamitas durante esa guerra, crear a Leatherface como un monstruo más realista y cercano a la cultura de su país. Y, en capítulos finales, vemos a Jonathan Demme filmar la escena más icónica de Silence of The Lambs, en la que Buffalo Bill, el asesino homosexual y travesti que mataba a mujeres de talla grande para hacerse un traje cómodo de piel humana, baila sensualmente frente al espejo y se desnuda de repente ocultando su pene, una escena impactante por donde se le mire.
Monster incluye interacciones de Gein con personajes como “la perra de Buchenwald”, Ilse Koch, la esposa de un alto rango nazi que experimentaba en los judíos de este campo de concentración como si fuesen animales; o con Christine Jorgensen, uno de los primeros casos de una mujer trans, notoria porque antes de hacerse la operación había sido un soldado del ejército; o con asesinos seriales como Ed Kemper y Richard Speck, ambos hombres fetichistas cuya amoralidad en sus actos criminales no tenía que ver tanto con sus preferencias sexuales.
Al final, Murphy nos hace tener cierto grado de empatía con este humano seriamente enfermo con su condición de esquizofrénico, y nos hace ver que todos los demás criminales que tomaron inspiración en Ed Gein eran solamente psicópatas sin escrúpulos producto de una sociedad rica pero, como ya indiqué, severamente traumada.
Memento mori bien ilustrado
A más de treinta años de mi cumpleaños infantil (o ni tanto) viendo películas de horror con mi mejor amigo, al estilo de Ryan Murphy voy entendiendo el impacto y lugar de este tipo de películas e historias en mi propia vida o realidad inmediata.
A pesar de las lecciones de la historia, la humanidad sigue viviendo guerras en las cuales millones de inocentes mueren sin razón. A pesar de nuestros avances en la ciencia el cáncer sigue matando a diestra y siniestra, y las pandemias siguen siendo una realidad. A pesar de la tecnología al servicio de la seguridad y la profesionalización de los estamentos policiales, la criminalidad violenta sigue a la orden del día, y las principales víctimas son mujeres, niños, hombres homosexuales y personas trans. Los principales atacantes, en todos los casos, siguen siendo predominantemente hombres, en específico hombres clase media o de piel blanca.
En el mundo del arte la expresión en latín “memento mori”, que traduce como “recuerda que morirás”, se hizo popular durante la edad media, época en la cual el cristianismo se popularizó y estableció en la civilización occidental de Europa. Los artistas que pintaban bodegones, naturalezas muertas y retratos incluían detalles como calaveras y cráneos (al igual que relojes de arena y velas consumidas) como símbolos de que la muerte siempre estaba al acecho, y que por consiguiente deberías vivir la vida con gusto y con pasión.
Esto conecta también con la manera como en México, mi país de nacimiento y donde tengo familia, se celebra la muerte. Los mexicanos están acostumbrados a ver calacas y calaveras alrededor de su Día de Los Muertos, una celebración que en años recientes, y gracias a películas como Coco y la secuencia inicial de Spectre de James Bond, se ha hecho popular en otros países. La idea, que es la misma que en otras culturas solo que aquí se hace de manera más colorida, en rendirle tributo a tus antepasados, ofrecerles comida y bebida que disfrutaron en vida y limpiarles sus tumbas una vez al año.
El punto de esto, de celebrar a los muertos con alegría y de pintarte la cara de calavera, es ver a la muerte como algo natural y no temerle. Estas películas de horro y asesinos son como un memento mori para mí, un recordatorio de que uno es afortunado al poder respirar y tener salud, y que cada momento debe vivirse con consciencia del presente.
Y que a lo que sí hay que tenerle medio, antes que al infierno o a los fantasmas y monstruos, es a los seres humanos y su violencia, la cual puede ser desmedida, cruel y atroz según sea su motivación y capacidades.

Detalle de dos bolsas de súper re-utilizables que uso a diario. Inspiradas por el día de muertos mexicano, las compré en Estados Unidos y seguramente fueron hechas en China, mostrando el alcance de esta costumbre a nivel global en la cultura popular. Ver la muerte con color y alegría es un acto de valentía.