Un par de obras recientes demuestran el potencial de las artes escénicas tanto como los contrastes de su oferta ante la demanda del público.
Las dos caras de la moneda
La “visión general” creada por la inteligencia artificial de Google dice lo siguiente ante mi búsqueda de “teatro ícono significado”: “el ícono del teatro son las dos máscaras de la comedia y la tragedia, inspiradas en las musas griegas Talía (alegría) y Melpómene (tristeza) respectivamente. Juntas representan la dualidad de la experiencia humana y las emociones que se exploran en el teatro, desde la diversión hasta el dolor”.
Esta imagen es tan conspicua que hasta tienes un emoji de ella en tu teléfono, el cual puedes usar en un chat para decir que vas al teatro si ese es el caso, o para comentar de manera abreviada ante tu interlocutor digital que la vida te está tirando cosas buenas y cosas malas al mismo tiempo.
Así es, nuestra existencia es un altibajo de alegrías y penurias, y el teatro, esa rama de las artes que combina literatura y actuación para reflejarnos nuestras realidades, sueños e ideas, siempre ha estado allí para entretenernos y hacernos pensar.
En Panamá tenemos suerte al contar con un panorama artístico rico y diverso. Sea en las letras, en la música o en la plástica, aquí tenemos talento de todo tipo, obras para todos los públicos, y eventos culturales constantes y sonantes todo el año para saciar a las masas con contenido de valor. Algo lógico pasa también, y es que cada quien apunta y consume aquello que le es más placentero o gustoso, y son pocas las personas que, digamos, transitan entre un estilo y otro. Los rockeros van a conciertos de rock y no de salsa. Los amantes de los cuentos compran libros de ese género y no tanto de autoayuda. Los que favorecen el arte figurativo evitan ir a exhibiciones de artistas abstractos. Esto es natural.
Los omnívoros culturales somos pocos, pero existimos. Somos aquellos que consumimos de todo y que apreciamos cada expresión por lo que es. El sacar tiempo, pagar dinero o exponerse a algo que te es poco común requiere de un esfuerzo adicional, y pues el entretenimiento debe ser, ante todo, fácil de consumir. Nadie quiere esforzarse para pasar un buen rato. Por eso las obras cualesquiera que presentan un contenido más, digamos, denso, suelen ser las menos populares o vistas.
Hace poco tuve fui invitado a ver dos obras de teatro. La invitación vino directo de amigos dentro de cada producción, o sea que había un elemento personal de apoyo y celebración de su esfuerzo ante mi asistencia. Más allá del trabajo de mis dos amigos, ambos excelentes actores que se lucieron en sus respectivas funciones, lo que presencié en ambas no solo contrasta en muchos aspectos, sino que también me dijo algo sobre las fronteras socioculturales que existen en Panamá y el resto del mundo. Y considerando que, al parecer, solo yo en todo el país presencié ambas obras (¡!), les comparto a continuación mis observaciones sobre ellas.
Carcajadas con Talía
La primera obra fue Taxi, originalmente titulada “Run For Your Wife” (“corre por tu esposa”), montada en el Teatro en Círculo y dirigida por Edwin Cedeño. Estaba protagonizada por actores reconocidos de las tablas panameñas como Irma T. Quirós, Andrés Morales y Jeannie Marie Leggiere (¡mi amiga!), acompañados por dos caras nuevas para mí, el cantante y actor italiano Kevin Vercilli, y el actor, host y modelo argentino Pablo Brunstein en el papel principal, alguien quien hasta el momento yo solo conocía como un influencer de redes que había usado en un contenido que redacté para una promotora inmobiliaria.
El afiche dejaba claro que esta era una comedia de Ray Cooney, un dramaturgo inglés que estrenó esta obra en 1983 en el West End de su Londres natal, y que esta traducción la hizo Juan José Arteche, un adaptador teatral español que murió a los 93 en 2020 y que seguro adaptó Taxi al castellano siendo ya un hombre maduro de cincuenta años. Estas edades y años son importantes, creo yo.
Vale notar que, según mis investigaciones digitales, Taxi también fue montada en Panamá en 2017 en el Teatro La Plaza con otro elenco notable y por otro director de renombre, Aarón Zebede, a quien ya también he mencionado en reseñas anteriores.
El amigo robot de Google dice que una comedia de enredo es “un subgénero teatral caracterizado por tramas ágiles y ligeras llenas de malentendidos, confusiones, disfraces y suplantación de identidades, que culminan generalmente en un final feliz”. Dicho esto, la trama de la versión de Taxi que yo vi en el Teatro en Círculo a finales de septiembre de 2025 se presentó como una comedia de enredo en su máxima expresión.
Su trama es esta. Un taxista es atacado y sufre un golpe en la cabeza. Al llegar al hospital, aturdido, da una dirección de su casa. Al salir es acompañado a su residencia por un policía, pero la dirección a la que llegan es otra. Allí está su esposa, una mujer aparentemente conservadora y amorosa. El policía trata de sacar una declaración del taxista sobre su ataque, pero solo recibe declaraciones vagas. Aparece un vecino amigo, un holgazán chistoso e ingenioso, que empieza a captar el enredo de la situación.
Resulta que este taxista es un bígamo que tiene un apartamento en Betania con una esposa, y otro apartamento con otra esposa en Bella Vista. La sola idea de que esto sea posible en el Panamá de hoy es digno de una carcajada, desde el punto de vista profesional y económico, vale notar, porque la infidelidad (mas no la bigamia) es tan normal aquí y en todos lados como la lluvia que cae del cielo. La otra esposa en el otro apto es, en contraste con la primera, más sensual y coqueta, e igualmente devota y dedicada al cuidado de su esposo transportista.

Apenas puede el taxista corre al segundo apartamento para visitar a su otra pareja. En esta otra residencia aparece otro vecino, este claramente afeminado y necio, vestido de manera infantil con un suéter colorido. El escenario está dividido para mostrar ambos apartamentos de manera simultánea cada uno de un lado del escenario.
Las dos policías que están investigando de manera separada al taxista son interpretadas en este caso, quizás por inclusión pero también como parte del equipo del teatro, por las actrices Cloty Luna y Diana Román de Díaz, ambas destacadas y Luna parte de la directiva del Teatro En Círculo. Las dos mantuvieron los nombres originales de los policías del texto original, o sea dos nombres bien británicos. Siempre es bueno ver a adultos mayores estar activos en las artes, lo único curioso fue imaginar en esta historia a dos señoras detectives de los sectores policiales de Betania y Bella Vista.
Todos los actores de Taxi demuestran su agilidad en el timing cómico, un arte dentro de este ya elaborado arte. Destaca sobre todo Andrés Morales, quien quizás hubiera sido más creíble como taxista panameño que el argentino Brunstein (el mestizaje ha sido distinto en Argentina, donde quizás sea más común encontrar taxistas con su look de modelo).
Cerca del final del primer acto, cuando la verdad y las mentiras empiezan a respirarle en la nuca a este valiente (descarado) y ardiente (insaciable) taxista, la solución fácil es fingir que él y su vecino entrometido son una pareja de hombres homosexuales, y que el “segundo frente”, o la esposa sensual interpretada por Leggiere, es en una mujer transexual que habita en el segundo apartamento donde estos dos hombres pueden dar rienda suelta a su amor secreto.
Al percibir que quizás estaban ante una pareja de hombres homosexuales que viven en secreto con una mujer transexual, las palabras “degenerado” y “cochinadas” son expresadas por los personajes de las señoras policías en el guion, traducidas me imagino por el adaptador español hace cuarenta años y mantenidas por el director actual, Cedeño, uno de los más exitosos y experimentados del país.
Cuando por fin es confrontado por las señoras, e incluso por su amigo cómplice, el taxista se limita a decir que se casó con ambas mujeres porque cada una era diferente y le daba algo distinto, implicando con cierto orgullo que el matrimonio en su particular caso era una señal de respeto hacia cada una de las ellas.
Vi esta obra en una matiné de domingo. La sala estaba llena, al igual que casi todas las funciones programadas. Quizás por el horario, o quizás por ser una función especial del teatro, la edad promedio era de 60 años y el público de un estrato social medio alto. El Teatro En Círculo, aunque en años anteriores ha presentado obras panameñas u otras más risqué como el Rocky Horror Picture Show, es, digamos, el bastión del teatro conservador panameño.
Así como el Theatre Guild de Ancón es para obras en inglés o representaciones más diferentes o hasta experimentales, y así como el Teatro ABA es considerado como el teatro del pueblo por tener obras más aterrizadas para todo tipo de públicos, Taxi era totalmente adecuada para el Teatro En Círculo, otra comedia de enredo con humor propio de gente conservadora y hasta religiosa.
De hecho, la trama y el tono y la estética de Taxi me recordaron a las obras originales del dramaturgo y director Agustín Clement, una figura polarizadora tanto en lo artístico como en lo personal, y alguien que se siente en casa en el Teatro ABA y que trabaja con orgullo en las obras que allí presentan, muchas de las cuales son vistas con desdén por otros artistas disque más elevados, al percibirlas como poca cosa o, peor aún, como vulgares. Mi opinión es que no lo son.
Aunque disfruté, como siempre, el ver a mi amiga en escena y apreciar a buenos actores haciendo lo suyo, todo el segundo acto de Taxi me lo pasé con una sensación extraña en mi estómago. Mis ojos se iban hacia un conocido mío en el público, un hombre joven gay que pertenece a una familia católica y quien tenía una mueca fija en su rostro que asemejaba a un tipo de sonrisa, no necesariamente alegre.
Lágrimas con Melpómene
El Espacio Cultural San Lorenzo es una ex galera industrial en la planta baja de un edificio de apartamentos al final de la Avenida Cuba, cerca de El Machetazo y La Lotería. Desde hace un par de años, y sin todavía yo saber la razón, este lugar ha servido para llevar a cabo diferentes tipos de eventos culturales, desde teatro hasta ferias artísticas y presentaciones de danza y música. La obra de teatro La Brecha, sobre la situación de los migrantes en el Darién, se presentó allí en septiembre de 2024 y ha sido de las producciones más ambiciosas de dicha sala.
Jaime Newball, actor, director y gestor cultural, es su administrador. A él lo conocí durante mi corto tiempo en el Instituto Nacional de Cultura hace casi una década, él laborando como funcionario de la Dirección Nacional de las Artes. Jaime ha actuado en cine y teatro, ha sido facilitador en talleres para nuevos actores y actrices, y su talento es complementado por su presencia y voz, tan imponentes como amigables.
A principios de octubre, y a través de un chat de WhatsApp, Jaime me invitó a una presentación especial de una obra titulada No soy Sissy, un monólogo de su autoría presentado en mayo en el Festival de Teatro Experimental del Ministerio de Cultura. El título y la invitación me llamaron la atención y decidí ir. El montaje sería en su Espacio Cultural San Lorenzo.
Este lugar es cool porque el espacio es grande y versátil, con un look industrial que se presta para dar una textura o patina de crudeza a lo que sea que se lleve a cabo allí. Aunque hay una puerta por Avenida Cuba, para estacionarse y tener acceso a su “sala de teatro” hay que entrar a un parking a la vuelta de la esquina. Cuando llegué a la hora citada había tres personas. Media hora después nadie más llegó, yo esperando más gente solo por ser arte alternativo un sábado en la noche. Cuando la persona que me cobró mi boleto cerró la reja del parking y abrió la puerta de la sala entendí que la obra sería presentada a este pequeño público. Entramos, nos sentamos en bancas de madera hechas como de pallets reciclados, y la obra comenzó.
No soy Sissy presenta a un personaje principal que lleva cargando a cuestas una maleta improvisada llena de peso. Recorre la sala en silencio como un penitente. En el centro del escenario hay solo una estructura con escalones que él sube y baja con gran esfuerzo, oprimido por el peso en su espalda. Cuando por fin habla, empieza a contar sobre los recuerdos que le traen el estar en la casa de su tía y su abuela. Por momentos interpreta a la tía también, una mujer melancólica llena de arrepentimiento, ahogada en la domesticidad.
El protagonista, cuyo nombre es Sissy, luego empieza a reflexionar sobre otros aspectos de su vida, a cuestionándose a sí mismo. Una clase de inglés lo lleva a un diccionario, y luego el diccionario lo lleva a una realización hiriente que lo hace reventar.
En su rol Newball literalmente nada, vuela, canta, llora. Los monólogos son intensos por naturaleza, y las cuatro personas presenciando su actuación estábamos raptados por sus palabras. La esencia de la obra es el liberarse de los miedos, traumas e imposiciones morales que pasan de padres a hijos o que se viven en familia, todo para salir de ese cascarón y descubrirse y aceptarse a uno mismo.

Al final de la obra Newball salió y conversó con su público. Dijo que a sus cuarenta y pico de años había decidido hacer algo más personal y basó esta obra en sus vivencias. Estando en confianza, y viéndolo conmovido más allá de su esfuerzo reciente en escena, todos rompimos la cuarta pared y lo abrazamos.
Me sentí culpable más que afortunado de ser el único hombre en el público, mi preferencia heterosexual como algo de poco valor en el contexto de una obra hecha y producida para el beneficio de hombres homosexuales (o de personas gay en general) con problemas y realidades diferentes a la mía. El mensaje del Sissy: yo soy así, me ha costado reconocerlo y entenderlo, y eso está bien.
Desconozco las preferencias y posturas de Cedeño, el director de Taxi, pero me sorprendió que su obra reforzara los estereotipos más básicos y trillados sobre los homosexuales y las mujeres trans. Tanto así que el foco de esta comedia es esa burla y no la bigamia, una verdadera amoralidad criminal. Aunque esta obra llena todas las casillas del tipo de teatro más popular y taquillero de la ciudad capital de Panamá, saltó a mi atención el ver algo tan anacrónico en escena, como si nada hubiera pasado en la sociedad desde que esta obra se estrenó en 1983.
Siendo él tan exitoso y reconocido, me imagino que si le preguntara al respecto me diría que uno va al teatro a reírse y pasarla bien, y que tal vez yo debería bajarle un poco a mi intensidad y relajarme. Que algunos se toman su trabajo creativo como una oportunidad para hacer declaraciones sociopolíticas, mientras que otros prefieren evitar esas avenidas y llevar la fiesta en paz. Yo entiendo esta postura y se la respeto.
Pero, pues, yo apoyo a organizaciones como la Asociación de Hombres y Mujeres Nuevos de Panamá o la Fundación Iguales Panamá, que promueven los derechos de los hombres y mujeres LGBTQI + en este país con mucho esfuerzo y dedicación. También he presenciado el trabajo de otro dramaturgo que se acepta tal y como es, Xavier Stanziola, quien en sus obras ha explorado temas como la adopción por parte de parejas gay, la aceptación de ser un hombre homosexual en una familia tradicional latinoamericana, el abuso de los hombres en posiciones de poder hacia las mujeres, y más recientemente, el trasfondo personal de Torrijos y Carter a la hora de firmar sus famosos tratados.
Así que al ser quizás el único en presenciar estas dos obras seguidas noto que una dice más de lo mismo ante la aclamación de las masas, mientras que otra dice algo más sustancial y personal a solo unos cuántos.
Todo esto me recuerda a Agustín del Rosario, mi profesor de periodismo y metodología de la investigación, en cuyas clases aprendí a hacer reseñas y artículos culturales como el que estás leyendo ahora. Él mismo era un escritor, dramaturgo y crítico de teatro que, mi instinto me dice, era también un hombre homosexual reprimido por la sociedad del siglo XX. Me pregunto cómo el hubiera criticado o comentado Taxi de Cedeño y No soy Sissy de Newball. Me imagino que su reacción hubiera sido similar a la mía, por lo menos en parte, porque hay cosas en Sissy que definitivamente él hubiera sentido con otro nivel de profundidad.
Más obras como Taxi seguirán exhibiéndose en el Teatro En Círculo, en el ABA, en el Pacific o en el Nacional, a la vez que otras como No soy Sissy seguirán encontrando espacios donde ser expuestas, ojalá, a un público cada vez mayor.
El teatro es un trabajo duro independientemente del tipo de producción, y eso solo lo sabe el que conoce todo lo que pasa tras bambalinas. Mientras se le reconoce el esfuerzo a todos aquellos que se dedican a esto, sea de tiempo completo o como una actividad creativa, el público es el que logrará sacar más provecho, sabiendo que tiene opciones de todo tipo para entretenerse y pensar. O solo entretenerse y reír… para no llorar.