La nueva obra de teatro del cuatro veces ganador del Ricardo Miró, Javier Stanziola, es quizás su trabajo de una importancia más trascendental. En sus novelas y piezas de dramaturgia, Stanziola ha demostrado tener el pulso de las injusticias sociales que ocurren en el Panamá moderno, como los derechos de igualitarios de la comunidad LGBT, el rol de la mujer en la sociedad y los fallos y oportunidades de nuestras instituciones estatales. En Cristo Quijote Tratado el espectro del contenido apela a un público aún más amplio.
La obra, casi minimalista en su puesta en escena, trata sobre cómo el general Omar Torrijos (Alejandra Araúz) y el presidente estadounidense Jimmy Carter (Nick Romano) tuvieron que lidiar con sus convicciones personales, al igual que con las presiones a su alrededor, en aras de lograr la ratificación de un tratado que fue su legado histórico conjunto, para bien o para mal. El trio del reparto se completa con Natalia Beluche, quien interpreta roles múltiples y constantemente cambiantes que sirven como lacayos, asesores o hasta la conciencia tanto del general como del presidente.
Al comienzo nos encontramos con un Carter avejentado y reflexivo, atormentado por el fantasma del pasado representado por Torrijos, una persona a quien él llegó a respetar. Su motivación era corregir el mal hecho por sus antecesores de la Casa Blanca en el que se le robó la soberanía a una nación, tratando de contrarrestar el carácter imperialista de Estados Unidos que ya venía en declive en 1977 (y que hoy, en la era Trump, podríamos decir que finalmente ha agonizado). El tiempo salta a mediados de los setenta, cuando comienzan las negociaciones para el tratado. Carter tiene que convencer a los senadores de su gobierno para que entiendan que el dejar el canal (¡que ellos construyeron!) y las bases militares a su alrededor era lo correcto, partiendo de las experiencias recientes que habían tenido con sus conflictos bélicos en Corea y en Vietnam, en los cuales los resultados no fueron los que ellos esperaban.
Nick Romano como Jimmy Carter.
Por su parte, Torrijos tiene la presión de una nación sobre su espalda, sintiéndose responsable (y quizás como el elegido) para llevar a cabo una negociación contra el poder más grande del mundo. Y en una Latinoamérica poblada de dictadores opresivos y de una tendencia socialista más fascista, el general quería abrir el camino hacia la democracia, los derechos humanos y la genuina soberanía, haciendo de esta causa local una internacional a punta de discursos y lobby con sus vecinos del continente y en el extranjero.
La obra es un tira y jala entre Torrijos y Carter, a veces por teléfono, otras pocas en persona, con cada uno demostrando su convicción y su poder político con la conciencia de llegar a un punto medio que favoreciera a ambas partes y al mundo en general. La honestidad, tanto como el valor de la mentira, esa doble moneda con la que juegan y pagan los políticos de todos lados, es uno de los temas de fondo en esta obra, y quizás el responsable por el vínculo que desarrolla la empatía entre ambos personajes.
Las actuaciones de cada intérprete son atinadas, emotivas por momentos y chistosas en otros. La dualidad masculino/femenino, dominante/sumiso se logra de una manera particular dejando que uno de los protagonistas, en este caso Torrijos, sea interpretado por una mujer. Araúz logra la voz y el carácter de macho tropical de Torrijos, un caudillo querido por la masa que era tan astuto como el político más aguerrido; la actriz sorprende por su rango y su intensidad, mientras que Romano aporta una sutileza tierna en su Carter que es propia del personaje histórico, pero que puede resultar difícil de lograr en una obra sin maquillaje elaborado. Los personajes de Beluche, algunos panameños y otros estadounidenses, destacan por su energía y los acentos; muchos dicen que “el panameño no tiene acento”, pero esto es algo que claramente existe y que en este caso se logró, tomando como referencia los modismos del general y el hablar de la época, mientras que en el caso de los americanos se les da un hablar neutro que pronuncia con naturalidad los anglicismos. Este detalle denota una dirección fina y una actuación refinada.
Para ambos bandos, o sea los panameños y los estadounidenses, Cristo Quijote Tratado es un vistazo a un hecho histórico desde la perspectiva personal imaginada por Stanziola, el cual basó los datos comentados en la trama en investigaciones de fuentes periodísticas y recuentos documentados alrededor del tratado. En un país carente de libros históricos contemporáneos como lo es Panamá, esta obra recopila hechos y datos curiosos de una manera sintetizada y humanizada que resulta práctica para el entendimiento de jóvenes y adultos. Para los gringos, esto podría ser un tipo de bio pic sobre uno de sus líderes más carismáticos pero con menor legado político, como fue el caso de Carter, y abordando un tema que la mayoría de su país no tiene ni puta idea de que existió o de lo que representó para el mundo en esa época.
El general Torrijos se cambia de saco militar a uno para deslumbrar, pero sin quitarse el sombrero. Araúz, Beluche y Romano en escena.
El título surgió de un titular de un periódico con el cual se topó Stanziola durante su research, el cual mencionaba a Jesucristo y a Don Quijote aludiendo al carácter loable de Torrijos en su afán por lograr la soberanía total de su país. Habiendo visto la obra, el Cristo llega vía Carter, quien a capa y espada se dispone promover la justicia social en el mundo después de que su país creó guerras y discordia enmascaradas como “democracia” o “liberación”; el Quijote viene con Torrijos, el líder de una pequeña nación que se atrevió a confrontar al molino gigante que representa Estados Unidos y su poderío bélico y político. La rectificación y firma del tratado, al final, une a estas causas y a estos individuos en un hecho que influyó el devenir de sus respectivas naciones de maneras distintas, ambas positivas y toda proporción guardada.
Los toques personales, como Torrijos queriendo evitar a su hijo (¿cuál habrá sido?) y Carter resignado ante las restricciones dietéticas impuestas por su esposa (¡nada de azúcar!) hacen que el público se abra a ver a estos personajes de una manera fresca y más humana, vale destacar.
Cristo Quijote Tratado fue montada, primeramente, en The Space, un espacio pequeño sin letrero en una calle sin salida en El Carmen, entre la antigua sucursal de autos Copama y el primer edificio de la Universidad del Istmo (o atrás de donde quedaba la tienda El Triángulo en la Transístmica). De verdad espero que esta obra sea impresa en libro e interpretada como teatro para su conocimiento y difusión en todo el país. Así de grande pienso que es su peso histórico. Y sobre su relevancia artística, pues aquí Stanziola tuvo control total sobre todo el producto, con un gran apoyo de su co-director, Fernando Beseler. Escribió la obra en un mes y los actores, sobre todo Araúz, tuvieron la oportunidad de enriquecer el proyecto con sus aportes creativos y talento. Amigos especialistas en historia le ayudaron a confirmar los datos, de manera que el que la vea se divierta y reflexione sabiendo que todo lo comentado está basado en la realidad.
Sin romper con el personaje, durante el intermedio el director invita al público a tomarse fotos con el general y el presidente, quienes como buenos políticos entienden el valor de conectar con el pueblo, saludar y posar para la cámara.