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El libro robado, la matanza olvidada y el holocausto falso

Un comentario personal sobre un hecho histórico de Panamá.

La casa del mayor

Yo crecí en una barriada pequeña de Betania llamada Nuevo Altos de Miraflores. Allí también vivía un mayor de las Fuerzas de Defensa, Arístides Hassán. En una urbanización en la que todas las casas tenían el mismo diseño original, la del mayor Hassán destacaba porque le había hecho arreglos que le daban un toque de mansión de nuevo rico, como una discoteca escondida detrás de la cochera (había una bola de disco que podíamos ver desde la calle) y una terraza en el techo para poder avistar toda el área. También había puesto dos leones blancos de cemento en la entrada.

A pesar de ser un líder militar, Hassán se comportaba de una manera más campechana en su tiempo libre. Era un hombre obeso, como de 300 libras en algún momento, y en las navidades destacaba por ser el que más bombitas, correas y fuegos artificiales lanzaba para el deleite de todos los niños. En un lado más perverso, a veces los chiquillos solíamos ver de reojo al pasar frente a su garaje cuando tenía a alguna invitada o invitados en su discoteca/bar personal, con la bola de disco dando vueltas reflejando luces multicolor sobre las paredes rojas. Total que cuando llegó la invasión el ahora civil Hassán dejó de hacer fiestas y traer gente a su casa. No recuerdo cuando murió, pero fue en ese lugar y ya estando él en una especie de letargo post militar.

Tras su muerte la casa pasó a ser propiedad de un banco y estuvo abandonada durante varios años. Durante ese tiempo, y yo ya siendo un adolescente curioso, un día me crucé la barda y entré a su casa para ver qué había. ¡Quería sacar esa bola de disco y quedármela! Encontré una puerta a medio abrir y pude entrar. No había nada dentro de la casa, y al llegar por fin al barcito este, al cual entrabas por el cuarto principal, me encontré con un pequeño y acogedor espacio de fiesta con una barra y un par de sillas altas. Estaba nervioso y algo asustado, pensado que quizás el fantasma del mayor me iba a perseguir, así que me fui corriendo y dejé todo intacto.

Meses después seguí con la calentura y volví a entrar a la casa. Explorando el vacío encontré un depósito en la terraza que no había visto antes y allí estaban: docenas de libros apilados y abandonados. Me sorprendí cuando vi que dos de ellos habían sido de la autoría del mayor difunto, y la temática de todos era algo interesante. Al final salí de la casa con tres libros: uno sobre magia negra egipcia, otro sobre la historia militar de Panamá resaltando al general Manuel Antonio Noriega (de la pluma de Hassán) y otro tercero y más curioso: El Holocausto en Panamá, que según la contraportada narraba el asesinato de una comunidad de judíos alemanes en Chiriquí durante la época de la Segunda Guerra Mundial.

Intrigado y fascinado con las respectivas lecturas, entendí que el libro sobre las Fuerzas de Defensa era pura propaganda a favor de su líder, que el de la magia negra iba acorde con las tendencias algo “místicas” de Noriega y algunos de sus allegados, y que el tercero revelaba un acontecimiento histórico inaudito y aparentemente olvidado, del cual el claro culpable era el presidente de turno en ese momento, el Dr. Arnulfo Arias Madrid. El libro decía que bajo su orden, la recién reforzada Policía Nacional aniquiló a unos dos o tres grupos de alemanes judíos que se habían exiliado en las tierras altas de Chiriquí. La portada era muy cool, de hecho, porque tenía el mapa de Panamá e izada sobre el área chiricana estaba una bandera con la svástica nazi y una calavera, enfrentando a una estrella de David que flotaba en el mar en el costado opuesto. En mi mente de joven curioso y periodista novato me pregunté: ¿pasó de verdad todo esto? ¿Fue publicado este libro? ¿Quién sabrá de este caso y de esta publicación?

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Portada del libro del mayor Hassán.

Años más tarde, y en una estupidez propia de la juventud que aún no comprendo, creo (porque no me acuerdo bien) que le regalé los dos libros de Hassán a un profesor de la universidad, pensando que él les encontraría más valor histórico. Pienso esto porque siento que lo hice y porque no encuentro estos libros en mi creciente y más o menos ordenada biblioteca. ¿De verdad los regalé durante la U? ¿Los presté y no me los devolvieron? ¿O será que el fantasma del mayor vino a reclamar sus pertenencias?

Reencuentro informativo

A principios de 2017, dos décadas después de los hechos antes narrados, estaba con mi familia en tierras altas teniendo un lindo paseo de verano. Pernoctamos en Bambito, y durante el día vistamos Volcán, Boquete y los alrededores. Todo muy bonito, la verdad, y en uno de los restaurantes (Café Volcán, recomendado) vi que estaban vendiendo un libro titulado Cotito Crónica de un crimen olvidado, el cual me llamó la atención. En el momento até cabos y pregunté a la dueña del local si tenía que ver con ese “holocausto en Chiriquí”, y al decirme que sí compré el libro ipso facto (o sea de una vez bien rápido).

El autor es Carlos Cuestas, jurista chiricano que ha publicado más de una docena de libros sobre historia panameña. De hecho, la primera edición de Cotito publicó originalmente en 1993, y la edición que compré es la segunda expandida lanzada en 2016. La impresión que da es que Cuestas es de esas personas enamoradas de la historia nacional que además –y ante una nación que olvida rápido y documenta poco– ha tomado el compromiso de escribir lo más que se pueda sobre ella. Esta es una actitud que, toda proporción guardada, comparto y respeto.

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Portada de la segunda edición del libro del abogado Cuestas, quien en años recientes ha ocupado el cargo de Magistrado Presidente del Tribunal Superior del Tercer Distrito Judicial con jurisdicción en la comarca Ngabe Buglé, Bocas del Toro y Chiriquí.

Como orgulloso chiricano, Cuestas ha escrito sobre temas relacionados a su provincia, como Soldados Americanos en Chiriquí, sobre una ocupación militar sucedida en 1918, y Panamá y Costa Rica entre la diplomacia y la guerra, sobre la Guerra de Coto. No sorprende que se haya sentido obligado a dedicar tiempo y estudio y trabajo a destapar algo tan inusual que sucedió en las tierras altas que lo vieron nacer.

Cotito Crónica de un crimen olvidado narra la tragedia sucedida el siete de julio de 1941, en la cual doce extranjeros perdieron la vida enfrenando a las fuerzas armadas de la Policía Nacional. El cuento es este: una secta seudo cristiana de suizos, a través de conexiones con alemanes que se habían asentado en las remotas montañas chiricanas, decidieron abandonar Europa en los albores de la segunda Guerra Mundial y emigrar a Panamá para vivir una vida de paz y tranquilidad, en contacto con la naturaleza y en alabanza de dios. Karl Lehner era su líder –un personaje que no podía faltar en situaciones como esta– quien a su vez se había inspirado en Father Devine, un estadounidense afrodescendiente que durante la primera mitad del siglo XX recorrió Estados Unidos proclamando ser “el mensajero” y “dios” como cabecilla de la congregación espiritual bautizada como International Peace Mission Movement (Movimiento de la Misión de la Paz). En algún momento de la historia, durante la década de 1930 para ofrecer un marco, las ideas de Father Devine cruzaron el Atlántico y llegaron a Suiza, influyendo a campesinos sencillos de la montaña que ya sentían un aprecio por el comunismo.

Father Devine, quien supuestamente fue hijo de esclavos y que tenía un claro carácter de estafador, se creía la reencarnación de Cristo y sus adeptos elegían una vida de castidad y humildad. La comuna de Lehner seguía sus preceptos de una manera extrema: compartir bienes, rechazar el contacto sexual entre parejas, demonstrar modestia con ropas uniformes, no consumir drogas o alcohol, no comer carne ni otros productos que desviaran al espíritu –como el ajo y la sal– ni ceñirse a ninguna autoridad impartida por el hombre. El grupo de 20 personas llegó en dos etapas a Panamá y se establecieron en 1938 en una finca en Cotito, no muy lejos del Volcán Barú. Eran tres solteros y cinco familias con esposos e hijos, y sus apellidos eran Hausle, Werren, Morf, Müller, Siedler, Ott y Reiser, además de Lehner que no estaba casado. La finca la consiguieron con otros amigos alemanes (los Schmieder, los Hills, los Sharper) que también se habían asentado en la zona tras la Gran Guerra, buscando vivir en paz en el ambiente de montaña con el cual crecieron y que conocían bien. De hecho, algunos de ellos se les sumaron ante la perplejidad de sus familiares.

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Imagen más o menos reciente de la finca de Cotito, hoy propiedad privada de una familia.

El grupo creó su paraíso en la Tierra sobre las faldas de las montañas de Chiriquí. Sus vecinos lugareños los veían como raros porque lucían como hippies (pelos y barbas largas en los hombres, mujeres sin maquillaje o adorno cosmético), además de ser extranjeros lejanos que buscaban mantenerse alejados del resto, incluso acá. Pero una vez superada la primera impresión extraña, los suizos eran apreciados por su gentileza y generosidad. De hecho ayudaron a construir un puente y emplearon a varios campesinos de la zona como asistentes para sus quehaceres (ordeñar vacas, cuidar caballos, arar el campo). Habían hecho una casa de madera con un granero en un terreno generoso que labraron con gusto.

Mientras tanto, en la capital Arnulfo Arias se sentaba en la silla presidencial por primera vez y estrenaba una nueva constitución. En ella, los ideales originales del “panameñismo” resaltaban, significando en pocas palabras que lo nacional y lo propio había de ser exaltado y promovido, rechazando lo extranjero que con saña quería ensuciarlo. De esta manera se prohibió la migración a chinos, hindúes y afroantillanos, mientras los emigrantes que ya estaban aquí y que incluso estaban nacionalizados pasaron un mal rato con expropiaciones de tierras y negocios y maromas legales para justificar su presencia en el istmo. La Policía se estaba fortaleciendo con asesoría extranjera, profesionalizándose con un toque militar, tomando el ejemplo de las políticas nacional socialistas que Arias había presenciado en Alemania durante su estadía como ministro de relaciones exteriores en dicho país y Escandinavia algunos años antes.

Frente a esto, todo extranjero estaba obligado a reportar su domicilio ante las autoridades locales regularmente, y cualquier rechazo a sus mandatos era visto con sospecha. Además, en esa época todo lo alemán era sinónimo de nazi, y a pesar de las inclinaciones del presidente, Panamá estaba alineada con Estados Unidos por el canal. Con estos datos, y sin profundizar en la historia contada en el libro de Cuestas, los colonos de Cotito entraron en una confrontación con la policía de la provincia al no querer ir a registrar sus pasaportes al cuartel de David. Se les dieron dos avisos que rechazaron. El capitán era Antonio Huff, quien fue enviado de la capital a la cabecera chiricana para poner orden en la provincia fronteriza, y cuando se topó ante este soberbio líder comunal “alemán” que se negaba a hacer el más sencillo de los trámites (sellar el pasaporte de él y sus paisanos), se las armó de cojones –literal y figurativamente hablando– y decidió darles una lección.

Para armar su caso ante la legalidad de la ley, se corrió la voz de que estos alemanes que eran nazis tenían un armamento, una pista de aterrizaje y un sistema de radio para enviar mensajes secretos. La realidad era todo lo contrario, y los policías de Chiriquí, para acabar de rematar, tenían fama de borrachos y desordenados. Se dice que Huff actuó por cuenta propia, pero se cuestiona si el presidente Arias le dio la orden de ir con sangre en los ojos a confrontar a los suizos.

El resultado fue una acción armada entre 45 policías con pistolas y ametralladoras que rodearon y masacraron a doce personas desarmadas, entre las cuales había niños, mujeres y ancianos con apenas una pistola antigua y un cuchillo. Ocho quedaron heridos y de los que sobrevivieron, algunos se quedaron en Chiriquí. Después del ataque se dio un dime que te diré diplomático entre Alemania, Suiza, Estados Unidos y Panamá, en el que Suiza y Alemania buscaban algún tipo de restitución por lo cometido (había cuatro alemanes en el grupo), mientras que los estadounidenses querían tener su “inteligencia” al día y los hechos claros, independientemente de cómo hubiera actuado el gobierno panameño. Pasaron los años y todo se quedó igual. La finca fue vendida y los cuerpos, que fueron enterrados en una fosa común en el terreno, siguen descansando allí.

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Fotos del libro Cotito Crónica de un crimen olvidado mostrando a los agredidos y sus agresores.

Propaganda militar ochentera

Cuestas, al final de su libro, resuelve el misterio que tuve desde mi adolescencia: el mayor Hassán tenía aspiraciones literarias, y con el apoyo de Torrijos recibió el aval para contar esta historia a su manera con un propósito claro de desmeritar a Arnulfo Arias en los comicios electorales de 1984, en los cuales el recientemente formado Partido Revolucionario Democrático se establecería de forma democrática tras el golpe de estado al mismísimo Arias en 1968.

Lo que Hassán llevó a cabo es lo que dice la cita de Winston Churchill, otro líder militar que toda proporción guardada también escribió sobre la historia de su país, y eso es que “la historia la escriben los vencedores”. Sintiéndose poderoso en un régimen militar que no parecía tener fin en aquel momento, el mayor regordete se sintió en libertad de enriquecer (¿o ensuciar?) lo acontecido en la masacre de Cotito alegando que los colonos eran judíos, que Arias era un espía nazi y que el propio Hitler dio la orden de aniquilarlos. La prensa estadounidense hasta vino y entrevistó al autor, de cierta forma validando su historia, a la par de que Arias, vuelto a cuestionar públicamente por este hecho sobre el cual nunca se pronunció, le echó la culpa enteramente al jefe de policía Huff.

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El autor Carlos Cuestas profundiza sobre el caso y su libro en esta serie de videos.

Al buscar el significado de la palabra “holocausto” en internet uno se topa con estas dos definiciones: “antiguo sacrificio religioso, especialmente entre los judíos, en que se quemaba a la víctima completamente” y “gran matanza de personas, especialmente que tiene como fin exterminar un grupo social por motivos de raza, religión o política”. Yo calificaría lo sucedido en Cotito, de manera forense, como una masacre; históricamente diría que es una aberración, ya que los elementos raciales de odio a los judíos/extranjeros y políticos de ejercer la fuerza y el miedo ante la amenaza nazi fueron usados a favor de dos bandos políticos panameños para su propia conveniencia, y en dos periodos históricos totalmente diferentes. Los que sufrieron las consecuencias fueron unos cuantos suizos y alemanes que, a pesar de su rareza, solo querían estar en paz con la tierra, con la gente y con su creador.

Epílogo/coincidencia kármica

Para ser completamente transparente y concluir este artículo, confieso que fui asesor de la Policía Nacional hace unos años durante la presidencia de Martinelli. El trabajo se me presentó en un momento en el cual quería ofrecer mi experiencia profesional al servicio de las instituciones del país, cansado de trabajar para marcas y clientes, y acepté con gusto. Mi trabajo era asesorar al director (Gustavo Adolfo Pérez de la Ossa, hoy encarcelado por el escándalo de las escuchas telefónicas) en materia de comunicación y relaciones públicas, trabajando con el equipo de la institución para comunicar sus acciones internas y externas de una manera más moderna y eficiente. Fueron seis meses interesantes para mí a nivel profesional y personal, y al igual que con el otro trabajo de asesor del estado que tuve durante 2015 en el Instituto Nacional de Cultura, fui destituido apenas se pudo debido a mi carencia de empuje o patrón político, además de la condición de estar empleado en un cargo de “libre nombramiento y remoción”, cuyo sueldo resulta atractivo para otro personal institucional.

El día que me botaron de la policía recibí la noticia del entonces encargado de la dirección de Recursos Humanos, el comisionado Arístides Hassán, hijo y versión joven de su padre, mi antiguo vecino. Como yo estaba algo sorprendido por todo el asunto del despido, solo alcancé a aceptar su orden y mencionarle, de paso, que crecí en Nuevo Altos de Miraflores, a lo cual él reaccionó con cierto aprecio. Espero que si el comisionado llega a leer este texto entienda el deseo de Cuestas y de mi persona de enderezar la historia en beneficio del país y de su gente, y que en vez de investigarme por el hurto de unos libros en una casa abandonada hace veinte años piense que su padre, sin querer queriendo y con sus anhelos literarios, inspiró a este periodista y escritor a contar las historias curiosas y poco difundidas de nuestro querido Panamá.