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Diciembres y la identidad (nacional y cinematográfica)

La producción de Enrique Castro Ríos sobre la invasión de 1989 causa sentimientos encontrados por partida doble.

Estrenada en la edición 2018 del Festival Internacional de Cine Panamá (IFF), Diciembres, del realizador panameño Enrique Castro Ríos, es en corto una historia sobre el duelo de dos mujeres por la muerte de un fotógrafo que, hijo de una y pareja de la otra, pierde la vida trágicamente mientras documenta los ataques militares de Estados Unidos en el barrio de El Chorrillo durante la invasión del 20 de diciembre de 1989. En largo, es un filme que es documental tanto como ficción, y que además de contar los hechos con el mayor drama posible, quizás nunca antes visto, también busca abordar el profundo, persistente e irónico racismo que existe en Panamá.

El drama

Llegué al cine con entusiasmo, esperando ver no sabía si un documental o un largo de ficción sobre la invasión. La primera toma, un vuelo en helicóptero sobre el área más afectada de El Chorrillo un poco tiempo después de los hechos, me conmovió profundamente. Está hecha con pietaje grabado por los militares estadounidenses, quienes documentaron esta acción militar con un interés poco común. Luego entra la escena de un niño jugando con un perro en el poblado del silver roll de Paraíso en las riveras del canal de Panamá; otro perro llega y pelea con el can del pequeño, el cual muere trágicamente. El niño es moreno claro, su madre es negra y la dueña del perro asesino es una mestiza. Ambas parecen resentirse, pero no solo por el ataque animal.

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La bióloga y colaboradora del Museo de Arte Contemporáneo, Delicia de Montañez, es una de las protagonistas.

La película se desarrolla así, alternando el pietaje militar y las escenas dramáticas entre estas dos mujeres, el chico (quien desea ser fotógrafo con una Polaroid) y el fantasma de su padre, un hombre guapo de piel blanca y ojos claros. La historia va y viene en el tiempo, alternando entre los días alrededor de la invasión y exactamente 10 años después, en 1999, cuando por fin el canal y las áreas antes cedidas fueron revertidas a manos panameñas; no son flashbacks propiamente dichos porque llegan a intercalarse con la narrativa principal, pero también hay escenas de la infancia del fotógrafo padre con su madre en la playa y en su casa, que también es en Paraíso.

La historia segmentada es narrada por el fotógrafo padre (identificado con un título genérico como “el hombre” en los créditos) con una voz en off melosamente dramática, a veces incluso monótona, y siguiendo un guión tan poético y rebuscado en su lenguaje que por momentos termina aburriendo. Otro recurso, el de títulos para ubicar al espectador en los lugares y tiempos de la trama, procede a confundir al ser usado tan recurrentemente para ubicar espacios y tiempos ya definidos.

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El niño que hace del hijo es residente de Paraíso, barrio de la ex zona del canal donde se abierta parte de la película.

Conforme el filme avanza, uno se entera que la madre mestiza resiente a su hijo fallecido por haberse involucrado con una mujer afrodescendiente, y por consiguiente también resiente a su nieto de raza mixta. Ambas, por alguna razón que no queda muy clara, van de Paraíso a el Chorrillo a buscar al fotógrafo en pleno ataque de la invasión, solo para encontrarlo muerto en un charco. El perro de la madre, llamado Sultán, también está presente en la escena. Diez años después, ambas mujeres están sumidas en su luto; aunque son vecinas hay una distancia entre ellas, y las apreciamos en largas y lentas tomas colgando ropa, cosiendo o prendiendo velas. El niño, mientras tanto, se escapa de su casa para ir a tomar fotos con su Polaroid al parque de Santa Ana; allí él retrata a un travesti, a unos viejitos jugando damas y aprovecha para hacerse un autorretrato (¡no se le decían selfies en ese entonces!); de dónde sacó plata para el rollo de Polaroid, o porqué su madre no lo fue a buscar hasta la ciudad, no queda claro.

El pietaje

Todas estas escenas van alternadas con un valioso pietaje sobre la invasión filmado por los mismos perpretadores. Este contenido fue cedido al director por la Biblioteca Nacional, que sorprendentemente posee 30 videos de una hora cada uno con material “desclasificado” del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Este pietaje fue usado para la realización del documental ganador del Oscar The Panama Deception, de 1992, el cual narra la invasión desde una perspectiva estadounidense y con un estilo propio de los documentales noticiosos.

Castro Ríos recibió este material en septiembre de 2015, y entonces el proyecto de Diciembres ya estaba en postproducción y se llamaba Sultán, nombre del perro asesino de la mamá del fotógrafo.

Entre las escenas con este material uno encuentra, como al principio, momentos de mucho impacto dramático. La mayoría de estas tomas habían sido hasta ahora inéditas para el público panameño e internacional. En ellas vemos a un militar panameño esposado entrando a un pick up junto a otros arrestados, probablemente en camino a alguno de los campos de concentración hechos en Albrook para albergar temporalmente a estos “prisioneros de guerra”; otra escena muestra a un hombre, vestido de civil frente al Officer’s Club (hoy oficina del Biomuseo), con los ojos y la boca tapada con cinta adhesiva verde, diciéndole al militar estadounidense que lo cuestionaba “tengo miedo, no sé qué está pasando”. Otra toma de los residentes de El Chorrillo escapando el bombardeo muestra a una mujer corriendo y dándole las gracias a los militares por su intervención… con las llamas consumiendo su barrio en el fondo.

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La actriz panameña Nina Vincent.

El director también quiso mostrar las reacciones de los militares de America (la palabra siempre es dicha con ironía y acento americano por el narrador) ante el trabajo que estaban llevando a cabo. En ellos se escucha tedio, a veces entusiasmo y hasta un poco de diversión, pero nunca miedo, arrepentimiento o recelo. ¿Qué más esperábamos escuchar de los representantes de la potencia militar más grande del mundo probando juguetes nuevos (helicópteros, misiles) ante una masa de gente con la cual no sentían ninguna conexión?

Viendo documentales recientemente sobre la Segunda Guerra Mundial y cómo los aliados hicieron que los Nazis capturados –tras la rendición– vieran y hasta limpiaran lo que habían hecho en las docenas de campos de concentración, la reacción de los hitlerianos es una neutra. La culpa, si es que sintieron una, les ha de haber llegado después. Pero antes de rendirse, en su mente, eran el equipo más eficiente cumpliendo una labor en la cual creían fielmente. Con esto no comparo a los nazis con la gente del Army que atacó a Panamá, pero lo que sus voces dicen en ese pietaje no me sorprende en lo absoluto. Habría que preguntarles hoy en día qué piensan al respecto, después de Kuwait, Irak, Kosovo, Afganistán y Paquistán.

¡Y de repente aparece Muybridge! Este paréntesis curioso hubiese sido excelente para los extras del DVD de Diciembres, pero el director decidió incluirlo en el mero centro de su drama/documental. De la nada una foto antigua de la ciudad de Panamá lleva la trama a comentar quién fue Edward James Muybridge, fotógrafo inglés emigrado a Estados Unidos cuyo trabajo es considerado un precedente para el cine. Este segmento, acompañado de música animada, contrasta con el resto de la película y queda como un homenaje a alguien importante para el cine, pero no para Panamá, muy a pesar de todas las fotos históricas que hizo de Panamá Viejo y de San Felipe hace más de cien años.

Y también está el elemento del racismo, que incorporado en una historia sobre un hecho tan concreto como la invasión termina siendo mucho para digerir para un público ya cargado de emoción. Quizás si el director se hubiera concentrado en contar su historia de la invasión y luego, como un segundo acto, crear otra historia y otro filme sobre el racismo interno de su país, el asunto hubiera fluido mejor. Sin dar spoilers puedo decir que el final de Diciembres es positivo, pero en el mismo no se atiende el tema entre las protagonistas de “yo te odio porque eres negra y mi hijo dañó la raza al meterse contigo”.

Reversiones

Antes de comenzar la película en una sala llena de panameños cinéfilos ansiosos, la presentadora dijo que “esta era la mejor versión de la película de Castro Ríos” que ella había visto. Resulta que Sultán terminó siendo Diciembres y que sobre la marcha mucho se perdió, o se agregó o simplemente cambió. Personas allegadas a la producción comentan que se grabó mucho pietaje con los actores, profundizando esa narrativa, pero al final todo eso quedó por fuera. El fotógrafo asesinado, el guapo actor colombiano Jerónimo Henao, ni siquiera tiene una escena con la madre de su hijo, y el perro, que era el hilo narrativo para la trama originalmente, termina siendo un personaje relevante pero no definido.

Aquí hay dos cosas: primero, el largo camino de una película cuando se produce con fondos de instituciones gubernamentales varias, lo cual demora y compromete el proceso; y segundo, la visión ambiciosa de un director que quiere decir algo específico y mostrar sus capacidades. Esta película tardó casi cinco años en ver la luz y fue hecha con apoyo de organizaciones panameñas y colombianas, y aunque hubo presupuesto para lograr efectos especiales asombrosos como la escena del bombardeo de la comandancia y la masa de público corriendo en El Chorrillo, son las escenas del pietaje militar grabado hace treinta años las que terminan robándose el show.

Y aunque se aprecia la voz de Castro Ríos, una quizás más romántica y alegórica que la de, digamos, Abner Benaim, la falta de una definición clara sobre lo que su proyecto cinematográfico habría de ser dejó al público confundido y, francamente, decepcionado. Sin embargo, Diciembres es un aporte importantísimo para el canon cinematográfico moderno de Panamá, además de una contribución valiosa al acervo ya existente sobre la invasión de 1989 en las artes panameñas.