Un nuevo musical panameño usa los éxitos del rock nacional para lograr perspectiva sobre los traumas históricos del país.
Sobre los musicales…
El musical es un género propio dentro de las artes escénicas. Así como las comedias o los documentales en el cine, es un formato que tiene sus propios ritmos y consideraciones estéticas y de montaje. Cuenta con una evolución de más de cien años que va del vaudeville a Broadway, y en sus años de desarrollo ha logrado adquirir una profundidad conceptual más contemporánea sin comprometer su fortaleza emocional o dinamismo musical.
En lo que a producción se refiere, los musicales son las obras de teatro más caras de producir. Lograr un elemento musical en vivo, como en la ópera o el ballet, requiere de una dirección musical y coreografías que van más allá del montaje y la dirección normal. Por eso los boletos para ver musicales en Londres o Nueva York cuestan varios cientos de dólares, costo que solo se sopesa por la variedad de emociones y deleites sonoros que el espectador recibe de obras de este estilo.
La boda y casi todo el elenco en el escenario. Allan "Mi cocha pechocha" es el sacerdote.
El desarrollo del teatro en Panamá en las últimas décadas, junto con una población cada vez más informada y viajera, ha permitido que se adapten localmente –con éxito de taquilla– los musicales clásicos favoritos (El violinista en el tejado, Evita, Cats, Les Miserables, Jesucristo Superestrella) y éxitos recientes o de culto (The Rocky Horror Picture Show, Rent), todos con resultados generalmente positivos dentro de su contexto, queriendo decir que las producciones locales han tenido que adaptar las salas existentes para que puedan acomodar números musicales grandes, mientras que los actores interesados han tenido que pulir sus destrezas de canto y baile, además de las escénicas, para poder estar al nivel. Y con el Teatro Nacional en remodelación, las opciones son aún más limitadas, requiriendo de un esfuerzo mayor para lograr un montaje exitoso.
El gusto por los musicales ha estado tan vivo que hasta unos expatriados decidieron crear y montar un musical inspirado en Panamá, Panama: The Musical, con resultados mixtos entre los asistentes (yo no fui uno de ellos lamentablemente), quienes comentaban sobre tecnicismos (¿era necesario que fuera en inglés?) y sobre baches conceptuales (¿de verdad hablaba algo sobre Panamá o el istmo solo sirvió de fondo para un romance de época?). Las “críticas constructivas”, por lo escuchado, remitían más al guión que a la dirección, a la musicalización o la actuación, o sea que el talento del patio que la llevó al escenario dio la talla mientras que los extranjeros que la inventaron, no tanto. Caso curioso. ¡Punto para Panamá!
Sobre la historia y las artes recientes…
El director de cine panameño Abner Benaim, en su documental Invasión, creó un registro inédito y único de un hecho histórico que tras décadas de su acontecimiento la población aún lo está asimilando, aceptando y respetando. Su documental, además, mostraba de una manera natural el acento y el lingo del panameño, cualidades propias que se pierden en traducciones o que a veces se soslayan a favor de que actores y libros suenen más heterogéneos. Por su parte, los escritores Carlos Fong y Carlos Wynter han publicado en años recientes novelas que, además de ser laureadas por su estilo y narrativa, han ofrecido perspectivas puntuales inspiradas en vivencias reales sobre la invasión estadounidense de 1989. Aviones dentro de la casa de Fong y Las impuras de Wynter dan puntos de vista femeninos y masculinos, de víctimas y de victimarios, de un bando y de otro, todos inéditos y que suman a hacer memoria colectiva de un hecho importante no registrado en libros de historia o enseñado en escuelas.
La pintura, la música y la poesía también han encontrado cabida para comentar/recordar la invasión. ¿Y qué tal el teatro? La Prensa recuerda que en 2009 Teatro Lagartija montó Foto de señoritas y esclusas sobre el tema, con la actuación de actrices panameñas como Natalie Medina, Mayte Vernaza y Mariela Aragón. Esta tampoco la pude ver, pero en YouTube existen videos de montajes argentinos, colombianos y mexicanos de la obra; revisándolos por encima noté que el guión es más sobre cuatro mujeres madurando y aceptando su pasado que una catarsis sobre la invasión como tal. El autor de la obra es un reconocido dramaturgo argentino, Arístides Vargas, y aunque en el arte no hay nacionalidades, a la hora de contar un cuento propio no existe mejor voz que una local, aunque solo sea para agregar detalles sutiles que sumen veracidad y autoridad al relato.
Amenazados con ir a la Modelo, los chicos civilistas son interrogados por un militar diferente.
Parece que en este caso, como en el de Panama: The Musical, el país o la invasión fueron solo el punto de partida para una historia sobre algo más; si ambas hubiesen sido escritas por panameños, quizás ahondarían sobre referencias o datos que las hicieran más relevantes para el acervo local.
Sin querer queriendo, el actor, director y dramaturgo Agustín Clément ha logrado integrar todo lo antes mencionado en su nuevo trabajo, Que arranque el rock: una obra de teatro musical que, además de comentar la invasión de una manera original, ofrece un contexto del antes y el después que refleja las vivencias de las generaciones de jóvenes que fueron marcadas por los años de dictadura de la década del ochenta en Panamá.
Sobre el rock panameño y las diferencias sociales…
Que arranque el rock es la historia de Lía y Aurelio, ella hija de un coronel de las Fuerzas de Defensa y él hijo de un doctor de una familia clase alta, quienes se enamoran a pesar de las diferencias sociales y políticas que los separan. Aurelio canta en una banda de rock que quiere presentarse en la zona del canal, y su hermano, Benito, ve con celos la relación de su hermano a pesar de que él también tiene su novia y toca guitarra en la banda. Sin dar spoilers, la pareja se casa en secreto y luego tienen que lidiar no solo con sus respetivas familias, sino también con un país al borde del colapso político.
"Tengo ganas de verte" en el Groucho Pub.
Con esa premisa y conociendo toda la trama, me alegra decir que la obra no es una versión panameña de Rock of Ages –algo que temía pudiera suceder– y aunque la invasión no es el tema de fondo, el guión de Clément sí logra mostrar las tensiones sociales entre los militares y los civilistas, entre el pueblo y la burguesía, usando la música como elemento unificador. Y la música que usa es el rock, no la salsa ni el reggae, género musical antes reservado para ciertas clases sociales pero que en la contemporaneidad nacional, en la era post-Rabanes, ya es de todos.
Sorprendentemente, y más en línea con países de gran riqueza cultual como Argentina o México, Panamá cuenta con suficientes canciones originales de rock en español como para crear un musical en el que cada escena es reforzada por un tema propio y adecuado, que además es recordado con gusto por fanáticos que lo han cantado desde cuando surgió. Es el mismo efecto del musical rockero antes mencionado pero con una historia 100% nacional. La obra comienza en La Cosita de Cornado con Chica de la playa de Quarzo; en un toque en Groucho Pub cantan Ganas de verte de Son Miserables; la boda va al son de My Commanding Wife, versión de Rabanes; la escena de la invasión usa canto y danza con Lágrimas de sangre de Xantos Jorge, y un funeral en el Cementerio de Amador encaja perfectamente con Él derramó su amor por ti de Océano. Aunque algunas bandas repiten temas, otros artistas destacados como Los 33, Tierra de Nadie, Peso Neto e Instinto están presentes, dando chance hasta para Allan y Renato.
El vampiro abstemio regresa a su amor en una escena de Halloween.
Sobre los créditos…
Que arranque el rock fue producida por Gina Faarup de Cochez y el autor, con la dirección musical de Yigo “el vampiro abstemio” Sugasti y coreografías de Yilca Arosemena. Los protagonistas, Valerie Troncoso y Ezequiel Rangel, son talentos emergentes de experiencia creciente y producto de un teatro panameño deseo de más musicales; ambos participaron en Rent y Rocky Horror, demostrando en años recientes su talento como cantantes (Valerie debutó en Despertar de primavera y cantó en Mamma Mia) y como músicos (Ezequiel profesor de música y dirigió Melancolía el Musical).
El reparto está lleno de actores nuevos de gran talento. Julio Chamorro casi le roba el show a Leonte Bordanea en la pasada Rock of Ages, y aquí tiene una de las escenas más divertidas, memorables y atrevidas en rol del militar Bonché; los amigos de la banda de rock (Gian Carlo Marine, Carlos Alemán, Rafael Aguilar) tienen su chance de brillar y cantar, todos sumando buena energía al ensamble, al igual que las amigas (Ana Camila Granados, Daniela Amado, Luz Powell). Una revelación es Raúl Montilla (Benito), sobre quien recae una de las escenas de mayor peso dramático, y la vecina de Nitzia “Baty” Díaz, ambos cantantes del movimiento rockero nacional que ahora pulen su presencia escénica para el teatro. Miguel Cuadra, Masof Sayavedra y Tania Horta suman experiencia teatral y televisiva, junto con los padres de los novios interpretados por Lanay Valderrama, Janett Vásquez, Ponti Correa y Gabriel Velásquez.
Si hubo algo que incomodó durante el show fueron los micrófonos y su volumen. Con tanto artista microfoneado en un escenario ha de ser complicado para el ingeniero de sonido subir y bajar a cada quién según su escena o número, y en la función a la que asistí el volumen comenzó bajo y luego se niveló bien (recordemos también que esto es teatro y no un concierto de rock como tal). Otra cosa es el uso de canciones fuera de la época en la cual fueron creadas, como usar temas de Rabanes y Son Miserables en escenas ambientadas en los 80 cuando ellos surgieron durante los 90. Este tecnicismo necio se perdona cuando se considera que, de antemano, existen temas suficientes como para enmarcar cada escena y emoción, haciendo algo irrelevante la necesidad de usarlos de manera cronológica forzadamente. “Licencia creativa” le dicen.
Algo que agrada en particular de los libretos de Clément es su gusto por reproducir la jerga local, llena de coloquialismos, espanglish y expresiones curiosas que solo sabes si eres panameño: “tienes un complejo de carro cisterna en culeco”, “parece que trabajas en Publitrés así todo vestido de negro”, o el canto civilista de “el que no brinca es sapo”. Hubo varios pregones de este tipo que fueron recibidos con risas por quienes los recuerdan, dejando algo de tarea de cultura pop panameña para los más pela’os (Rock Café, Patatús y la Cárcel Modelo son mencionados).
La invasión de 1989 representada con canto, danza y música de Xantos Jorge.
La obra sucede entre 1985 y 2010, pasando por la década del 90. Mucho ha cambiado desde entonces, y mucho se ha mantenido tal cual. Panamá sigue teniendo divisiones de clases sociales, pero si pudiéramos encontrar un punto común entre ellas sería la música. Hoy en día más personas escuchan reggae/reggaetón (¡de hecho todo el mundo en realidad!), y el rock se ha suavizado lo suficiente como para no ser una amenaza o una señal de violencia o drogadicción.
Otra cosa que ha cambiado es que en Panamá ya se hacen musicales de calidad internacional, y que autores y guionistas panameños siguen encontrando maneras de reflejar sus vivencias y su país en obras de valor artístico y cultural.