Return to site

La indudable magia de El Brujo: Zachrisson

Un nuevo documental presenta el legado y el ocaso de la vida y obra de Julio Zachrisson, quizás el artista plástico panameño más importante.

En el IFF Panamá de 2025 (international film festival), llevado a cabo a principios de año, se estrenó El Brujo: Julio Zachrisson, un documental sobre este artista panameño que falleció a los 90 años en 2021 en Madrid, donde vivió la segunda mitad de su larga vida. En ese momento no pude verlo, y en los meses subsiguientes pasaron otras proyecciones que también me perdí.

A finales de mayo, el 30, El Centro Cultural de España Casa del Soldado organizó otra proyección, y a esta sí pude llegar, aunque tarde debido a una confusión: yo pensaba que era en la sede de Casco Viejo del centro, pero en realidad era en el Cine Universitario de la Universidad de Panamá, una sala mítica y especial. Ese día vi la mitad de la película y escuché el conversatorio con su director y productor.

Mi interés en esta película surge de mi conexión con su director. Yo conocí a Félix Trillo Guardia hace como ocho años, cuando su banda, Full Monti, donde él toca bajo, estaba buscando un estudio de ensayo para compartir, cosa que hicimos por un tiempo. El compartir un estudio es un asunto serio y personal, y chicos de Full Monti (Trillo, Christian Bradford, Eric Blanquiset) todos eran muy amigables y serios en su música. Félix destacaba por lo obvio, su altura, pero también por su sonrisa y su amabilidad. Y como bajista también es genial, con una facilidad enorme para el jazz y los ritmos tropicales, cosas que no son fáciles cuando eres un mero rockero como yo.

La amistad con Félix siguió, coincidiendo en el estudio y yendo a toques de su grupo y otros más. Alrededor de esa época conocí a sus amigos y socios de Animal, la productora cinematográfica que fundó con ellos, entre los cuales también estaban otros colegas de su generación como Carolina Borrero, Martín Proaño, Tomás Cortés y Bradford. El primer trabajo suyo que vi fue para la cantante y compositora Patricia Vlieg, unos videos que acompañaban a sus temas para un concierto inspirado en las diversas influencias musicales de Panamá.

Desde ese entonces Trillo comentaba sobre hacer una película sobre Zachrisson, aunque una animada. En los años subsiguientes me lo encontré una vez en la sala del segundo piso del MAC, rodeado de luces y cámaras junto a sus colegas de Animal, retratando las esculturas de Zachrisson que recién había recibido el museo para una enorme retrospectiva del artista. “La vaina va en serio”, pensé sobre el proyecto.

Pero el tiempo pasó. Luego vino la pandemia. Trillo continuaba tocando con Full Monti y con varios ensambles de jazz en el Panama Jazz Festival y otros eventos. El proyecto de Zachrisson seguía, y uno pensaba que era esa pieza animada. El destino le dio un giro a la producción y el resultado fue distinto a lo esperado inicialmente.

El largo recorrido de un proyecto cinematográfico

Cuando Trillo era niño e iba a visitar a su abuela a su casa siempre le llamaba la atención un cuadro raro, en blanco y negro, que ella tenía en su sala. Era una obra figurativa con muchos personajes locos y distorsionados haciendo cosas extrañas. No era una escena dantesca, pero tampoco era una vaina alegre. El futuro director pensó que era de las cosas más feas que había visto.

broken image

Esta representacion de la invasion de 1989 de Zacrhisson es una de sus obras más trascendentes.

Conforme fue creciendo y madurando, aprendiendo del arte y demás, el cuadro loco de su abuela le llamó más la atención. Cuando le preguntó al respecto ella le dijo que lo había hecho “un panameño loco que vive en Madrid”, o algo parecido. Notando una oportunidad cinematográfica, Trillo consiguió el teléfono del artista y lo llamó larga distancia. Desde ese punto en adelante, y acompañado por varios de sus colegas, Trillo realizó varios viajes a España para conocer a Zachrisson y entrevistarlo. Con su calidez natural Trillo se ganó su confianza y empezó a filmar, deleitándose ante la picardía panameña del artista.

En este punto Zachrisson ya tenía más de ochenta años. Se había quedado ciego ya varios años antes. Su adorada esposa, Marisé, unos años mayor que él, seguía acompañándolo, aunque con el paso del tiempo ella comenzó a padecer de algo tipo Alzheimer o demencia senil.

broken image

Julito y Marisé.

El proyecto que Trillo Guardia y Tomás Cortés de Animal presentaron este año es un documental de formato largo sobre la vida y carrera de Julio Zachrisson. El filme animado basado en las obras del autor sigue en pie, pero para el año 2027. La decisión de dividir la obra en dos películas distintas pasó de repente: el artista y su esposa murieron en el mismo año con unos meses de distancia.

También, sea porque no tuvieron hijos, porque estaban al final de sus vidas o solo porque Trillo y Animal estaban allí, el artista y su esposa estaban dejando sus cosas en orden y legaron a los jóvenes realizadores panameños casi todas sus fotos, un tesoro que hace la diferencia en un buen documental. Luego ellos consiguieron fortuitamente, estando en Madrid, el uso de un scanner especial para obras de arte que les permitió, de una forma única, escanear en súper alta resolución cuadros y grabados para posteriormente usarlos en su filme.

broken image

El artista que viajó. Zachrisson en Europa a principio de los años '60.

En el ínterin de todo esto, un proceso alargado que tomó casi diez años de la vida de Trillo Guardia y su equipo, otro realizador que también entendía el valor de Zachrisson decidió hacer su propio documental. Abner Benaim, el director panameño tan destacado que ha llegado a pertenecer a la Academia Cinematográfica de Hollywood que vota para los Oscars, lanzó el documental corto Zachrisson en 2016.

Benaim, conocido por Invasión, un documental imperdible sobre el ataque de Estados Unidos a Panamá en 1989, también había dirigido la comedia Chance. Desconozco sus razones para retratar a este artista panameño, pero lo hizo en una pieza entrañable de 27 minutos. Tuve la suerte de ver este documental cuando salió, y lo que más recuerdo de el es ver a este personaje chaparrito y curioso tocando las congas (Zacrhisson era un apasionado de la buena salsa), y en un momento mágico, romper lo que en cine se conoce como “la cuarta pared” al tratar de encontrar y agarrar el lente de una cámara que lo estaba filmando. Su ceguera nunca menguó su curiosidad.

Trillo y compañía, por supuesto, estuvieron al tanto de este documental y lo vieron, pensando por un momento en dejar todo porque alguien de más reputación y experiencia les había robado el mandado. Sin embargo, y quizás motivados por la relación personal y el compromiso que habían creado con el pintor y su esposa, siguieron adelante.

Un panameño icónico

Resulta que Benaim usó su obra con Zachrison como un tipo de práctica para hacer algo similar pero de más alcance dos años después: el documental Yo no me llamo Rubén Blades de 2018, un vistazo al gran cantautor panameño en su elemento natural. Aquí el director mostró a Blades como nunca antes, sacando la basura en su apto de New York, pifiando su colección de comics, reflexionando sobre su vida y su carrera. Fue una obra curiosa que gustó a unos y a otros no tanto.

Para muchos, Blades es el artista panameño internacionalmente más conocido. Su música y su trabajo como actor han cimentado esta postura. Su acento, su son, también son señales que lo distinguen como una buena representación de la idiosincrasia del panameño común, especificamamente del capitalino del siglo XX.

Resulta que Julio Zachrisson, o Julito como lo llamaban aquellos que ganaban su confianza, proyecta esto y más en la película de Trillo Guardia y compañía. El Brujo, gracias a las fotos conseguidas, a los cientos de obras escaneadas y a las horas de entrevistas cándidas en la privacidad de su hogar, muestra a un panameño tan icónico como Blades, aunque de una generación anterior, y con un encanto más cercano y cálido propio de un anciano amigable, sí, pero también de un panameño al que no se le pierde una.

El documental muestra cómo Zachrisson perteneció a un grupo social interesante, los “rabiblancos sin plata”, o sea de una familia de alcurnia con menos recursos. Su abuelo fue un ingeniero sueco que se estableció en Panamá e hizo familia en San Felipe, pero el padre de Julito ya no tuvo los mismos logros, aunque sí se movía en el mismo ambiente que el resto de los panameños de la alta sociedad. Con esto se identifica que Julito tuvo una buena educación.

Su decisión de dejar todo y convertirse en un artista de tiempo completo la hizo ya de grande, casi llegando a los cincuenta. Muchos le dijeron que estaba loco, pero él de verdad creía en su propio talento, y notando que las oportunidades para aprender y ser artista de verdad en Panamá eran limitadas, se fue a México, donde por casi ocho años estudio pintura y, sobre todo, grabado. Después de eso cruzó el charco a Europa y estuvo respirando y asimilando arte clásico en Italia y Francia hasta terminar en España, donde luego sentó cabeza y se quedó para nunca volver a Panamá. Marisé, su adorada esposa que primero fue su cliente y su fan, tuvo que ver con este camino de vida, al igual que las facilidades para trabajar, exponer y lucrar que tenía en Europa.

broken image

El Brujo combina narraciones de Zachrisson con fotos y exploraciones detalladas de algunas de sus obras. El viejito ciego que se aprecia es vivaz, inteligente, irreverente. Ofrece una explicación poco popular pero bastante creíble sobre el origen del nombre “panamá” (es una expresión nativa que significa “hacia allá”, en relación al señalamiento a los españoles sobre dónde estaba el “mar del sur”); le da un poder precolombino a la naturaleza señalando al mosquito como un héroe, no como un villano (¡nos defendió ante los invasores estadounidenses y franceses!); y presenta el perfil claro de un artista 100% comprometido con su trabajo (su deseo de poder trabajar en su casa, el estar siempre estudiando).

Trillo Guardia y sus compañeros llegan más profundo que Benaim con este rico sujeto, y en ese sentido El Brujo está más en el nivel que Yo no me llamo Rubén Blades. Y siguiendo la comparación, el Zachrisson que vemos resulta incluso más emocionalmente accesible que Blades, con sus coloquialismos al hablar frescos como de Avenida B, donde Blades ya suena como un estadista internacional. Además que un viejito risueño y ciego resulta tan atractivo en la pantalla como un bebé recién nacido.

Tres momentos que hacen que El Brujo sea de verdad memorable. Primero está la descripción clara y básica de cómo se hace un grabado, un proceso tan químico como mágico que yo mismo nunca entendí en realidad hasta ese momento. El artista lo hace en su estudio, cubierto por el sol matutino, hablando con una autoridad casi académica.

Un segundo momento especial es la secuencia de fotos sobre la historia de Julito con Marisé. Se les ve muy cariñosos y cercanos paseando por Europa, siempre sonrientes a pesar del paso de los años. Este amor que duró más de medio siglo hace que esta relación sea el corazón del documental, al mostrar cómo una pareja se complementa y comparte las circunstancias de la vida: en la tercera edad, con un Julito ciego y una Marisé olvidadiza, él se convierte en el cerebro que piensa y dirige y ella en las manos que hacen o ejecutan. Esto se muestra mientras se comentan los riesgos de preparar un arroz con leche.

Vale notar que la música original de Frédéric Filiatre complementa la alegría y la melancolía de las escenas a la perfección. Es tan buena que el soundtrack salió publicado para la venta en vinilo, algo muy poco común para una película panameña, pero que muestra la calidad del trabajo realizado solo para la musicalización de esta particular obra.

Cuando eventualmente muere la pareja estrella de El Brujo, el director y su equipo recorren el “piso” que ellos habitaron en silencio, enseñando espacios antes llenos de diálogo y conversa ahora envueltos por una carencia de acción. Una vez escuché a la talentosa y querida galerista panameña Mirie de la Guardia, representante de Zachrisson en Panamá por muchos años, referirse a las conversaciones telefónicas maratónicas que solía tener con el artista, así que cuando se muestra al teléfono del apartamento en un pasillo vacío y silente, no pude evitar imaginar cuantas cosas se planearon y se dijeron desde ese teléfono, un puente trasatlántico que mantuvo al artista conectado a su país a pesar de su convicción de migrante.

broken image

Félix Trillo Guardia y Zachrisson visitando una plaza de toros en Madrid. Su película es sobre el arte tanto como sobre el paso del tiempo.

Sí, sí, supongo que estoy dando varios spoilers de esta película, pero no importa, porque al verla uno queda tan metido en esos momentos tiernos y chistosos que Guardia, Tomás Cortés, Carolina Borrero y Martín Proaño lograron compartir con este gran personaje panameño y su esposa. Y en relación a la relevancia de Zachrisson como artista, el solo hecho de que las placas de sus grabados hayan quedado almacenadas para la posteridad en el mismo depósito de la Real Academia de Bellas Artes en Madrid donde están las placas de Picasso y Dalí y del héroe de Julito, el gran Goya, ya indica su nivel.

Gran parte de las obras de Zachrisson fueron donadas al MAC Panamá hace unos años para esa retrospectiva de 2022. Fue casi un contenedor lleno de pinturas, grabados y esculturas que viajó de allá hasta acá, todas con ese elemento de locura y claridad que definieron el estilo de este artista. La figura mítica de el toro y las corridas de toros, un tema siempre presente en su trabajo, es algo que también es explicado por Julito en el documental, señalando que el toro es hermoso porque su principal función es precisamente ser la estrella de la corrida.

De la misma manera, en El Brujo: Zachrisson queda claro que Julito nació para pintar y grabar, y también para migrar. Su trascendencia artística apenas está siendo asimilada, especialmente en su tierra natal, donde siempre se mantuvo presente a pesar de la distancia a través de su trabajo, y en la mente de sus amigos y seguidores.