Una visita a otras dos ciudades sureñas de Estados Unidos reveló una historia cultural que alcanzó al mundo entero y una profunda división étnica interna.
Música y derechos civiles en Memphis
En una publicación anterior comenté sobre el estado de Arkansas y su cultura, la cual a simple vista –incluso para otros estadounidenses– resulta poca cosa e incongruente cuando en realidad no lo es. Otra reciente visita a “el sur del norte” en Estados Unidos me mostró cosas igualmente relevantes para mí y quizás no tanto para otros, razón por la cual las comento aquí.
Memphis, la capital de nombre egipcio del estado de Tennessee, es una ciudad llena de encanto sureño. De hecho, cuando llegas desde Arkansas por la carretera, lo primero que ves es un puente enorme que cruza el río Mississippi, una vista digna de una postal y llena de significado para la geografía de esta nación. Las enormes barcazas que pasan por su cause con productos y materiales representan como un Canal de Panamá para ellos, una vía acuática histórica por la cual transita el comercio de la región, y donde las poblaciones se entrelazan.
Llegamos en época de invierno, así que el clima era soleado pero frío a menos diez grados centígrados, con hielo sobre las calles que resbalaba si parpadeabas. Eso de echar sales sobre la vía para opacar el efecto del frío sobre el concreto es algo que nunca había visto. El centro de Memphis, con edificios de arquitectura neocolonial y tradicional con ladrillo, columnas y demás elementos grecorromanos, todo en tonos ocres y blancos, muestra la aspiración estadounidense de crear respeto y grandeza en todas sus capitales estatales. Así lo muestran sus vías principales, sus edificios de gobierno y su urbanismo en general.
Sin embargo, había calles y partes de la ciudad que parecían abandonadas, dejadas atrás, mostrando que claramente hubo un apogeo que luego cedió. Había edificios abandonados o destruidos, lo cual me presentaba un contraste con toda la aparente grandeza de esta gran nación. Este elemento de abandono urbano sería una constante en este paseo.
El propósito de esta visita era plenamente musical. Memphis es, como lo dicen ellos mismos, “el hogar del blues, el soul y el rock’ n ’roll”. Para un músico como yo esa oración posee una carga muy pesada y simbólica, haciendo que este lugar sea como un tipo de Mecca y este simple paseo una peregrinación espiritual.
Nuestra primera parada fue en Sun Studios, un pequeño y modesto estudio de grabación donde Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash y muchos otros músicos de la época de 1950 hicieron sus primeras grabaciones profesionales. Aquí es donde nació el rock, un nuevo género musical que tomaba elementos del blues y otras expresiones musicales de la población negra y las modificaba para hacerlas más accesibles y divertidas. Básicamente, los blancos del área le dieron su toque más acelerado y simple a algo que ya de por sí era lento y profundo, creando algo nuevo que encantó a todo el mundo.
Lo que ambos grupos étnicos tenían en común a través de esta música era la rebeldía: los negros se revelaban ante el sistema de esclavitud (históricamente), la segregación y la represión racial, mientras que los blancos se revelaban contra las normas establecidas por el sistema ultra conservador y convencional de la época.
Punto de origen
El Sun Studio sigue siendo un estudio funcional donde puedes agendar una sesión y grabar. También es un museo y una tienda donde se celebra la historia de algo monumental e irrepetible que tuvo su epicentro en ese preciso lugar. El museo enseña las consolas de grabación usadas en ese tiempo, objetos tan artesanales como experimentales que fueron evolucionando con el tiempo. Hay fotos e instrumentos de los artistas que marcaron el camino, incluidos también Carl Perkins y el vilipendiado Ike Turner (maltrató y abusó de su esposa Tina, pero su genio musical es indiscutible y relevante a esta causa).
Al entrar al estudio en sí la piel se pone de gallina al saber quiénes estuvieron allí y todo lo que hicieron. Sus rostros en fotos blanco y negro te miran desde las paredes. Ves guitarras y bajos listos para usarse, además de una batería azul y un piano viejo. El guía de la gira dijo que esa batería la había dejado allí Larry Mullen Jr., el baterista de U2, cuando grabaron allí algunas canciones en 1988.

El Sun Studio en plena gira turística. Mi batería también es azul y sigue el el mismo esquema.
Y allí es donde se cierra mi círculo con este lugar. Yo tuve conciencia por primera vez de Sun Studios y lo que representaba para mi música favorita a los 10 años viendo el filme documental Rattle and Hum de los irlandeses de U2, quienes fueron allí a grabar algunos temas con el deseo de captar el sonido seco y con eco que define a este espacio y la música que se produce en él. Un año más tarde, en 1989, vi la película Great Balls of Fire, donde Dennis Quaid interpreta al alocado e intenso Jerry Lee Lewis, otro santo patrono del estudio; varias escenas del filme se grabaron en Sun.
En esa sesión los U2 también grabaron un tema (“When Love Comes to Town”) con BB King, el hijo más ilustre de Memphis. Beale Street es una calle donde se concentra la vida nocturna y musical de la ciudad. Allí encontrarás docenas de bares y clubs donde se escucha música en vivo todos los días prácticamente. Bien abrigados y motivados llegamos a esta avenida un sábado en la noche, mi anfitriona asombrada de que hubiera tan poca gente en un lugar conocido por su ruido y movimiento. Y fue el mismo BB el que nos salvó la noche: la pasamos en BB King’s, su restaurante, bar y escenario donde comí las mejores costillas de cerdo con salsa de barbacoa que he probado en mi vida, y donde por casi cuatro horas vimos a dos bandas locales con músicos jóvenes y viejos tocando lo mejor del blues y el rock y el soul. Fue hermoso.
Otro día también fuimos al Memphis Rock’n’Soul Museum, un museo que expande los lugares y artistas antes mencionados. Lo que todos coinciden es que esta amalgama musical creada en conjunto entre blancos y negros era una clara señal de cómo una convivencia en armonía era/es posible, ambos grupos unidos por la reacción humana de movimiento de caderas y pisadas rítmicas de los pies, por el encanto de bailar, de ser joven y divertirse. Y sí, también por el placer sensual que esta música evoca en la mente y en el cuerpo.

Exhibición de BB King en el Memphis Rock’n’Soul Museum. Yo tengo dos guitarras como esas.
Pero esto no fue lo más especial de todo. A unos diez minutos de Memphis está Graceland, el hogar de Elvis Presley. Algo que recuerdo de esto en Rattle And Hum es a ese baterista Larry Mullen, un fanático de Elvis y del rock original, visitando esa casa y llorando ante la tumba de “El Rey”. Yo ya sabía de Elvis por cultura general rockera y porque mi mamá era una adolescente cuando él surgió, de hecho ella todavía lo recuerda con su primer apodo de “Elvis la Pelvis”, pero ver a Mullen llorarlo marcó algo en mí porque él era un rockero de mi generación venerando a aquel que marcó un antes y un después musical.
Ahora, en un fresco día de semana a las cinco de la tarde y casi 40 años después, estaba yo en ese lugar. Bueno, no exactamente. Resulta que Graceland es ahora un parque temático tipo Disney con una gran entrada, tiendas, exhibiciones, teatros y demás. Cuando llegamos estaba cerrando. Yo solo quería ver la casa desde afuera, así que cruzamos la calle nos paramos en el muro de la entrada de la majestuosa residencia, el cual está lleno de mensajes y firmas. Al fondo se veía la mansión que Elvis construyó y que sigue siendo manejada por su familia (quedan su esposa Priscila y sus nietos, su hija Lisa Marie murió antes de tiempo también).
Para conmemorar la ocasión me fumé un porrito y firmé la pared con un marcador que mi compañera, sorprendentemente, tenía en su cartera. Sí, sí, podríamos haber ido otro día y pagar la entrada y hacer el tour por la casa y ver la tumba y demás, pero yo ya estaba satisfecho solo de estar en la periferia y ver en persona esos lugares que solo aprecias en fotos o películas. Graceland para mí es más relevante que la Casa Blanca.

Graceland y su muro de piedra.
Cuando mi compañera comentó con otros de Arkansas sobre nuestra visita a Memphis todos en broma le dijeron “¿Por qué fueron allí? ¿Sobrevivieron?”. Esto se debe a que la población de esta ciudad es predominantemente negra, sobre todo en los últimos 50 años, y el nivel de criminalidad tiende a ser alto. Es exactamente lo mismo que he escuchado de otros panameños cuando les digo que voy a Colón a ver la arquitectura o a patinar: “¡Eso está lleno de maleantes! ¡Ten cuidado!”. La respuesta que yo siempre doy es: sí, hay crimen y pandillas en Colón, y sí hay que tener cuidado, pero en promedio la gente es amable, orgullosa y el lugar está lleno de historia. Tal cual en Memphis.
El museo doloroso
Mi compañera de viaje me había comentado sobre el National Civil Rights Museum, el cual mostraba la historia de la comunidad negra de Estados Unidos desde su llegada como esclavos en la época colonial hasta el presente. Yo mostré interés desde el principio, a pesar de que ella me advertía que era algo pesado emocionalmente, quizás como visitar un campo de concentración en Polonia o un museo del holocausto (o el Museo de la Libertad en Panamá). Yo no me preocupé e insistí en ir.
Apenas llegué capté la emoción y la importancia del lugar: lo primero que te recibe junto a la entrada es la fachada y un balcón del Lorraine Motel, con dos carros de los años sesenta aparcados en frente, el lugar exacto donde Martin Luther King fue asesinado en 1968. Lo reconocí de fotos históricas. El museo se construyó en el sitio del hotel y la habitación del reverendo, y el balcón donde recibió un tiro, se han mantenido intactos, o más bien han sido preservados como fueron en ese momento.
Recorrer este impactante y eficiente museo nos tomó toda una mañana, cuatro horas casi. Siguiendo la moda de otros museos el recorrido comienza con un video institucional, y en este caso, lo primero que se dice es la cruda realidad de que la venerada y respetada constitución estadounidense, un documento que comienza con la frase fraternal de “We the people…”, en el momento en el cual fue escrita por los padres de esa patria en 1776 no consideraba a los negros como gente. Ellos no eran su people, por así decir, eran esclavos y sirvientes sin derechos.
Si vemos los vientos que soplan ahora mucho ha cambiado y poco ha cambiado. La elección de Barack Obama dice una cosa, pero la muerte de George Floyd y muchos otros dice otra.
El museo procede a detallar la vida de los esclavos en los diferentes estados del sur agrario donde se desempeñaban cosechando las riquezas de las colonias: tabaco, azúcar, algodón, metales preciosos. Ver cómo eran “empacados” en barcos, cómo eran elegidos de poblaciones pobres donde sus mismos reyes o superiores los comercializaban, y una vez llegados a las colonias cómo vivían y mantenían viva su identidad y cultura mientras forjaban una nueva en este territorio lejano.

Sección del museo donde comienza la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Las pancartas piden buenas casas y trabajos y un fin a los prejucios raciales.
La guerra civil de Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, se luchó entre norteños y sureños porque los de arriba querían abolir la esclavitud por razones de derechos humanos, mientras que los de abajo querían mantener esta costumbre porque había sido la base para muchas riquezas y beneficios. La esclavitud se abolió pero la segregación y separación se mantuvieron. A continuación y en diversas exhibiciones el museo muestra cómo las poblaciones negras o afrodescendientes se adaptaron a estas circunstancias, soportando múltiples injusticias, injurias y molestias, para ponerlo llanamente.
Esto aplicaba en todos los espacios sociales y estructuras civiles, y uno tiene que entender que las personas negras, que son como todas las demás, tuvieron que sacar adelante a sus familias y vivir una vida digna en un entorno que los rechazaba y menospreciaba constantemente. Por supuesto que esto no es nada nuevo, pero el verlo explicado y manifestado tan claramente con fotos y datos numéricos impresiona e indigna aún más.
Yo tuve dos momentos personalmente emotivos en este lugar. Primero, (re) entendiendo que estos sistemas racistas se aplicaron a kilómetros de donde crecí en la ciudad de Panamá, pasando la “quinta frontera” en la entonces Zona del Canal con el silver y el gold roll. Muchos panameños sabemos esto por la historia, pero resulta curioso saber que muchos estadounidenses desconocen cómo su gobierno empaquetó estos esquemas y los aplicó con mucho gusto y éxito en nuestro istmo (lo mismo no pasó en otros asentamientos militares internacionales de esta nación).
Mi segundo momento emotivo llegó en una parte del museo donde se explicaba cómo se hicieron universidades para negros para crear doctores, abogados e ingenieros de color que atendieran a su comunidad, y cómo incluso algunas personas de tez más clara escondían o disfrazaban su negritud para poder tener mejores oportunidades. Esto me hizo pensar en mi padre.
Mi papá, un moreno claro (mis abuelos tenían un poco de negro en sus genes y se llamaban a sí mismos de cariño “Chombo” y “Chomba”) que trataba a todo el mundo por igual en su calidad de doctor y con su carácter amable, a veces soltaba el cobre y se refería a las personas negras de manera despectiva. Me conmovió pensar cómo él, que estudió medicina en México donde casi no había personas de su color, y que luego cuando regresó a Panamá sus colegas “de color” eran muy pocos, siempre, y quizás subconscientemente, tuvo un resentimiento social en el cual nunca se sintió plenamente aceptado a pesar de alcanzar el éxito profesional en todos los sentidos.
El hecho de que en su vida tuvo varios empleados negros (un chofer, domésticas, auxiliares) de confianza a quienes trataba con mucho cariño y deferencia también me resultaba confuso ahora. Él nunca se refirió a sí mismo como afrodescendiente o mostró ninguna actitud sobre esta ascendencia, pero sí en varios momentos lo escuché decir cosas que hasta me ofendieron a mí.
El racismo interno es otra condición lamentable que también ha afectado a las poblaciones afrodescendientes. Pasa en Panamá, un crisol de razas donde algunos nunca se mezclan y ven a otros con desprecio; pasa en lugares donde esta población es más predominante, como en Jamaica, donde los negros claros son considerados como “menos negros” y maltratados; y también en Estados Unidos, donde algunas comunidades negras aceptan su realidad paralela y dejan que “los blancos” vivan su vida separada en el mismo lugar común.
También estaba procesando el hecho de que aunque yo me siento blanco, o un mestizo claro, para un estadounidense yo soy una persona de color, un latino, no alguien blanco 100% “caucasoide”, expresión hoy en día en desuso por carecer de solidez científica. Somos una sola raza –la raza humana– y en ella existen diferentes grupos étnicos, y entre todos compartimos un 99% de nuestra genética.
El recorrido del museo tiene una parte sobre el gran esfuerzo legal que hubo para que los negros pudieran tener las mismas oportunidades educativas que los blancos. Se muestra un experimento que hicieron con niños en los años 50 a quienes les mostraban dos muñecos de bebés, uno blanco y uno negro, y les hacían preguntas sobre sus diferencias. El que todo lo “negro” fuera tildado de negativo o retrasado justificó la necesidad de una educación más equitativa para ambos grupos.
Hay un bus en tamaño real con esculturas de bronce adentro que recrean el momento en que Rosa Parks se negó a sentarse en la parte trasera como mandaba la ley, y se recrean los cafés sonde se hicieron los primeros “sit ins”, cafeterías donde los negros protestaban pacíficamente sentándose a pedir servicio hasta que los sacaran arrastrados.
El recorrido llega hasta el tiempo presente, donde otros grupos étnicos como los latinoamericanos en Estados Unidos o los inmigrantes Africanos en Europa viven en situaciones precarias por su color de piel, y otras circunstancias como la trata de blancas demuestran que todavía la humanidad no ha aprendido su lección.
Uno sale emocionalmente drenado de lugares como este. Sin embargo, la educación vale la pena. Ese día el museo estaba lleno, y el público era de todos los colores. Impactante para mí fue ver a personas blancas, porque quién sabe qué pasado tenga su familia en torno a este tema, y qué actitudes ellos han tenido que cambiar o ajustar para romper los esquemas mentales que imponen el racismo en niños y niñas de todo el mundo hasta el sol de hoy.
Depresión en la encrucijada de Clarksdale
Otra película que vi de niño, en este caso con mi mamá, fue Crossroads de 1986 con Ralph Macchio, mejor conocido por su rol protagónico en Karate Kid. En Crossroads se re interpreta el mito urbano de que en una encrucijada de un camino en el estado de Mississippi el diablo se le apareció a un músico, Robert Johnson, y le prometió fama y fortuna a cambio de su alma. Robert Johnson existió y es conocido como el padre del blues.
Cuando mi compañera me dijo, después de haber estado en Beale Street en el bar de BB King, que podíamos ir a la encrucijada, ese crossroad a un par de horas de Memphis en la ciudad de Clarksdale de Mississippi donde el diablo se le apareció a Robert Johnson, yo dije que sí. En la carretera por estos estados agrarios vi por primera vez algodón salvaje, tan abundante que se acumula por la vía. Aunque esto era nuevo para mí el blues sí era algo conocido: en mi primera banda a los 14 años improvisábamos un estándar de blues; la guitarra de BB King, la electroacústica Lucille marca Gibson, era mi guitarra favorita hasta que tuve una parecida; y el sufrimiento del blues, esa melancolía rítmica, era algo que conectaba con mis inseguridades adolescentes y gustos musicales.
La encrucijada ahora, conectando cuatro caminos, luce como una parada de semáforo cualquiera. Hay un monumento en la isleta del centro conmemorando el lugar mítico, y unos murales alrededor también lo ubican. Satisfecho y sorprendido por estar en este espacio casi sagrado para los rockeros aprovechamos para conocer la ciudad o pueblo de Clarksdale, conocido por ser la cuna del blues. Al igual que en Memphis, lo que encontramos fue un lugar que claramente tuvo una época de apogeo social e industrial en el siglo pasado y que luego eso se esfumó, dejando un espacio donde las calles vacías y los edificios viejos abandonados son algo normal.

La encrucijada mítica.
Aquí también hay un museo del blues y bares donde esta música se puede escuchar casi a diario. Llegamos en la tarde y solo caminamos por las calles para merodear y curiosear. El espacio se sentía tan vacío que por momentos pensaba que estaba en una película apocalíptica y que un zombie iba a salir corriendo de una esquina para atacarnos. Visitamos una tienda de discos y memorabilia blusera, luego un local de artesanías de madera que olía a marihuana, y después una tiendita de gasolinera donde todos en la fila eran negros, con dos indigentes afuera pidiendo comida, también afrodescendientes.
En ese momento pensé: estos lugares no están en el plan del actual presidente de Estados Unidos de “make America great again”. Los únicos americanos que de verdad cuentan para los republicanos de ese país, parece ser, son los blancos, o los ricos adinerados, y los únicos espacios que merecen mejoras son las grandes urbes donde se produce más. ¡Al diablo con la historia de estas personas pobres de provincia! ¡Y nada que ver con la realidad de otros con oportunidades desiguales!

Calles vacías y cuatro edificios históricos abandonados en Clarksdale, Mississippi.
Aquí en Panamá tenemos lo mismo: desde los albores de la nación, con Belisario Porras y su clan queriendo destacar solo lo español y menospreciar lo indígena o lo negro como parte de nuestra identidad nacional, hasta la actualidad, donde los lugares más pobres del istmo son precisamente las comarcas indígenas, y donde el desarrollo no ha alcanzado a lugares como Colón y Bocas del Toro donde las comunidades afro se asentaron hace más de 100 años (en el caso de Colón desde la era colonial con los cimarrones) después de la construcción del Canal. Recordemos a Arnulfo Arias y la constitución de 1942. O incluso veamos cómo tenemos grandes malls y plazas comerciales pero deficientes escuelas públicas y centros educativos en todo el país.
Esto de la división racial es un problema universal que no hemos podido solucionar como humanos. Aquellos que han tomado conciencia al respecto saben que a través de las artes, como con la música (blues, rock) o la literatura (Gamboa Road Gang y los libros de Beleño) se crean puentes y se fomenta la empatía y el entendimiento de “el otro”.
La televisión también nos ha dado un camino de unidad pacífica y productiva al cual aspirar como sociedad. Yo todavía fantaseo con un futuro tipo Star Trek, donde no hay dinero ni religión, donde todos tienen las mismas oportunidades de educación trabajo y beneficios, y donde no importa la especie que seas, todos se llevan bien y trabajan por el bien común.