El joven artista debuta por la puerta grande en su primera exhibición mostrando talento y sensibilidad.
La precocidad existe y siempre ha existido. Hay personas en este mundo que poseen cualidades que van más allá de su edad, las cuales se van manifestando según el paso del tiempo y las condiciones de vida que las provoquen. La exhibición Anomalías de Pablo Arosemena, presentada por la galería Mateo Sariel, es un claro ejemplo claro de esto.
Inaugurada el 17 de octubre y abierta al público hasta mediados de noviembre, la muestra está compuesta por un poco más de una docena de pinturas de diferentes tamaños inspiradas en la profunda convicción del derecho y amor por los animales, sobre todo por aquellos de especies en peligro de extinción o directamente afectados por el “progreso” del ser humano. El texto curatorial, escrito en primera persona, es como un manifiesto y una disculpa por parte de la raza humana hacia nuestros “hermanos animales”; escribe el artista: “Como ‘Reyes de las Bestias’, título robado, los hemos defraudado, hemos sido negligentes y los descuidamos. Mis queridos parientes, supuestos súbditos del hombre, ¿cuánto más soportarán el sufrimiento al cual los hemos sometido?”.
Suenan como las palabras de un ferviente seguidor de People for the Ethical Treatment of Animals (PETA) o World Wildlife Fund (WWF). Y probablemente lo sean. El punto es que Pablo Arosemena tiene solo 16 años, y este concepto tan noble que ha inspirado su primera colección de obras formales pasa a un segundo plano cuando se aprecia, con la misma claridad de su mensaje, el enorme potencial pictórico y artístico que demuestra su trabajo.
En Anomalías el espectador se enfrenta a cuadros en los que diferentes tipos de animales son los sujetos principales, invocados por el artista para volar “por alturas desconocidas” y exponer “sus rarezas con orgullo decorado”, convirtiéndose en anomalías que llamen la atención del ser humano de una manera diferente.
Cada obra presenta a un animal en una situación curiosa que exalta su belleza y cualidades propias; un pulpo en un vaso con agua sosteniendo una rosa blanca, un venado con un viñedo en sus cuernos, un rinoceronte volando por los cielos con ayuda de mariposas, un zorro con un chal de seda, un pavorreal mirándose en el espejo, un flamenco bailando ballet… Las ideas y composiciones que el artista ideó para manifestar su plasticidad son la primea señal de madurez precoz; el título de la obra del pavorreal se llama Narciso, por ejemplo, y ese rinoceronte representa el último en su especie, que de hecho murió el día en que Arosemena terminó ese cuadro.
La mayoría de los artistas –especialmente los pintores figurativos– pasan años aprendiendo a dominar técnicas de dibujo, sobre todo el anatómico, y madurando aspectos de composición en bodegones y naturalezas muertas para conocer sobre perspectivas, detalles compositivos, el manejo del color y el juego de luz y sombras. A simple vista da la impresión de que Arosemena ha sido estudiante de la pintura por mucho tiempo, o que por lo menos ha estado de aprendiz con alguien como Brooke Alfaro o Kansuett. Pero tal no es el caso. El joven pintor preparó todas estas obras en menos de un año con la única guía de sus padres, dos arquitectos que afirman haberle dado el espacio a su hijo mayor para que le diera rienda suelta a su imaginación.
En la comunidad artística, y sobre todo ante una persona joven que muestra una vocación clara en dicho entorno, es común la figura del padre frustrado que canaliza sus esperanzas perdidas a través del hijo, muchas veces con resultados negativos para el artista. En este caso, los padres de Arosemena son profesionales con valores claros y serios en los que la honestidad prevalece, y sabiendo del dicho de “hijo de tigre sale rayado”, no sorprende que su prole tenga afinidad por las artes, sobre todo si desde chicos se les ha inculcado un gusto por la creatividad y la estética de las cosas.
Uno de los aspectos más conmovedores de la obra de Arosemena es la expresividad de los ojos de sus sujetos. Cada uno posee una expresión contundente, dando la impresión de estar mirando directamente al espectador ya sea con orgullo, melancolía, serenidad o seriedad. Un tigre en una jaula abierta contempla el espacio como reflexionando sobre su libertad, mientras que el rinoceronte volador se percibe entre resignado y molesto. El zorro con la seda está feliz y orgulloso de su prenda y de su ser, y el rostro de una jirafa rodeada de colibríes proyecta un alma misteriosa y coqueta, como la de la Gioconda.
Otro elemento notable es el balance de la composición de las obras. Ese pavorreal está ubicado en una esquina junto a una pared frente a un espejo, confrontándose a sí mismo de una manera directa; el pulpo en el vaso con la rosa es surrealista en su idea y realista en su ejecución, resaltado por el tamaño imposible del vaso y el entorno sencillo que lo rodea; las nubes alrededor del rinoceronte no compiten con su volumen, y solo este detalle puntual (el dibujo y posicionamiento de cada nube) es digno de una admiración netamente técnica.
La galería Mateo Sariel está celebrando 20 años de arte contemporáneo. Ellos no son extraños a nuevos talentos, y en su espacio han exhibido artistas como Gabriela Esplá, Insano, Remedios y Bárbara Cartier. Ellos también representan a grandes maestros nacionales, como Tereza Icaza, Alicia Viteri y el antes mencionado Alfaro, para nombrar solo algunos. Su decisión de exponer a un talento nuevo sin experiencia previa solo se entiende cuando se sopesa la capacidad y promesa que Arosemena presenta, algo que pasa muy de vez en cuando pero que sin embargo sucede.
Arosemena cursa la secundaria en la Academia Interamericana de Panamá, colegio del cual su abuela fue una de las fundadoras. La primera vez que vi una obra suya fue un collage –también con temática animal– en una galería itinerante de un evento de arte organizado por la promotora inmobiliaria Dekel Group en Casco Antiguo en abril de 2018. El adolescente ni siquiera tiene una cuenta de Instagram. Estos detalles personales son comentados solo para dar una idea de que este novel artista ha tenido el interés y el tiempo para desarrollar su trabajo, y que esa determinación es parte de su personalidad.
Siendo un millennial, lo único que causa aprensión es la posibilidad de que mañana se despierte, bostece, y decida hacer otra cosa totalmente distinta con el mismo ahínco. Solo el tiempo dirá qué decidirá hacer con estas capacidades que él sabe que tiene. Lo cual me recuerda a Gustavo Araújo. Después de años de trabajo como fotógrafo, durante los cuales recibió respeto y reconocimiento además de agotar las posibilidades técnicas del medio, decidió empezar de cero a pintar. Y en un poco tiempo salió a relucir su talento nato, nutrido por su experiencia en otro medio, que le permitió crear, entre otras obras, un autorretrato que dio la impresión de que hubiera estado pintando durante siglos.