Uno de los letrados panameños más activos y queridos celebró su cumpleaños con la poesía que lo hace brillar.
David Classen Robinson Orobio, poeta, escritor y docente, celebró su cumpleaños número 57 el 9 de noviembre de 2017. Fue una reunión íntima en la galería de arte Manuel Amador Guerrero de la Universidad de Panamá. Sus amigos, el músico Adalberto Bazán y la cantante Bibi Halssen, abrieron la velada con un par de boleros para luego dar lugar a que Robinson leyera algunos de sus poemas elegidos para la ocasión.
La repetición de sietes me hizo recordar el origen de mi conexión con este escritor. En 1997 yo comenzaría mi segundo año de licenciatura en comunicación social en la Universidad Santa María La Antigua, y mi idealismo juvenil me estaba indicando que mi vocación era más hacia las letras y detrás de la cámara que como reportero o presentador de televisión, como originalmente había fantaseado. Era verano y tenía todo el mundo por delante. Mi mamá, consciente de por donde iba el asunto, encontró en los clasificados de La Prensa un aviso para cursos de redacción literaria. Mi siguiente recuerdo es estar sentado con David Robinson en uno de los jardines de la Universidad de Panamá tomando notas.
Él es una figura de contrastes. La expresión de su rostro, en estado natural, es una mueca de sospecha, indignación y algo de malicia que puede resultar intimidante. Esta apariencia se rompe apenas surge una profunda carcajada de las que suele echarse, retumbante y alegre, mostrando un espíritu vivaz y lleno de humor. La página web de poesía artepoetica.net ofrece una descripción veraz de este personaje:
"A ver, ¿qué es la poesía?" Preguntó el poeta a su público.
“DAVID RÓBINSON. Heurístico. Escritor de ideas. Hacedor de palabras. Filósofo descalzo. Inoportunador con especialidad en amigos y alumnos. Homisible (hombre posible) y Homolucio (hombre lúcido). También omisible. Algo de genialiente (genial y valiente). Y sobre todo: un hombre caradura y feliz. Premiado y mencionado en algunos concursos. Publicado en ciertos libros, antologías, revistas, diarios y desplegados (Aunque Alfaguara le publicó una antología de cuentistas panameños, todavía no tiene el honor de que un graffiti escriba un poema suyo en la pared de un baño). Biólogo sin cargo de conciencia (Gusta de comer huevos de tortuga). Ocasionalmente, y cuando las circunstancia lo obligan, dicta talleres de creación literaria. Fue miembro fundador de un que otro colectivo literario. Ha tenido la suerte de renunciar a tiempo a ellos, antes de ser expulsado. Practicó danza moderna e hizo teatro universitario. Si lo invitan participa en recitales o cualquier otra actividad culturosa. Sufre de vértigo”.
Existen varias verdades conocidas sobre Robinson. Durante décadas ha sido profesor de biología de segundo ciclo en el colegio Elena Chávez de Pinate, en Juan Díaz, cerca de su residencia. Siendo un poeta con un humor sarcástico que a la vez enseña ciencias en secundaria, él es candidato frecuente para el título de “Profesor favorito” o “Maestro más pifia”, y son miles de estudiantes los que hoy en día le agradecen por alguna lección de vida que aprendieron en su salón de clases.
Su amor por la patria, por el hombre trabajador, por la justicia y por la soberanía le vienen de familia. Robinson es sobrino de Estanislao Orobio Williams, uno de los caídos durante la gesta del 9 de enero. Era estudiante del Instituto Nicolás Victoria Jaén, y con 18 años tomó una bandera y se encaminó hacia la Zona del Canal junto a otros compañeros. Dos balas lo enviaron al Santo Tomás, donde murió el día 11. Se dice que sus últimas palabras fueron “¡todo por la patria!”, y el afamado escritor panameño Ernesto “Neco” Endara le dedicó la obra de teatro Una bandera, ganadora del premio Ricardo Miró en 1977.
Robinson es un bohemio y actúa como tal. Parte de su indumentaria (porque la palabra look como que no le va) son las cutarras y la chácara, dos accesorios tan prácticos como panameños. Es descomplicado en su imagen, a veces con barba, otras no, y siempre anda sencillo con camisa y jeans. Le gusta la conversa, ese ambiente de peña literaria de antes, preferiblemente acompañado de algunas cervezas heladas. A través de los años ha tenido sus encontrones con colegas – anécdotas conocidas por los conocedores– pero nada que haya trascendido a más que una discusión apasionada entre idealistas e intelectuales.
En su carrera literaria de casi treinta años ha publicado una decena de libros de poesía y cuentos, como En las cosas del amor… (1991), Soledades pariendo (1995), Vértigo (2001), Soles de papel y tinta (2003), Confesiones de un poeta en una ciudad que odia (2010) y Territorio de orugas (2014), para nombrar algunos. La crítica social al consumismo, el humor, las realidades urbanas, la identidad personal y nacional son algunos de los elementos de su prosa y sus poemas. La mujer, sea como madre o como par, es otra temática que ha abordado con ahínco. Ha recibido un montón de premios, los cuales él acepta con eterna modestia, recordando que lo que importa es el trabajo y no el reconocimiento.
En su reunión de cumpleaños Robinson se burló de sí mismo (“no canto por eso de Mitch y los huracanes”), cuestionó el valor de los poetas (“¡deben servir para algo!”), citó a Camus (“los hombres mueren y son infelices”) y resaltó el mensaje de una ex alumna suya que le escribió “hoy me di cuenta que mi éxito no se trata de diplomas. Mi éxito se trata de ver cada amanecer”.
En mi carrera de diecisiete años como periodista y unos siete como escritor puedo citar como influencia a David Robinson, y le estoy agradecido por lo que me enseñó hace años y que hoy sigo aplicando. Así que me uno al coro de estudiantes del Pinate y pichones de escritores que le agradecen por sus lecciones. Y como panameño amante de las letras, le agradezco por crear obras que inspiran por la manera clara y visceral, otras veces tierna y cariñosa, con la cual describen nuestra realidad.
Los dejo con tres poemas que el autor leyó el día de su cumpleaños.
Su servidor con Robinson en su salón de clases del Pinate durante una charla vocacional sobre la escritura. Un ciclo se cumplió con esa visita.
AURORA
Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones! Unas envueltas en celofán o papel de regalo, otras perfectamente desnudas, pero todas llenas de esperanza. Son como querubes de sol que rasgan el tapiz de la noche. Son como extrañas melodías que hurgan el punto preciso.
Tus maldiciones son especiales; no son gasto inútil de saliva. Son juramentos sin marcas de la bestia, germinados en una esquina del desierto, libres de víboras y cangrejos. Tienen sabor a cabellos despeinados, olor a dedos industriosos y textura de orquídea amable.
Maldices todos los días y hasta tienes tus preferencias, por ejemplo, condenas el agua estancada y al viento frenado, la impotable y el irrespirable. Para ti, interrumpirse es morir y tú maldices por no resignarte. ¡Vivan tus cascadas y tornados! ¡Adiós a la charca!
Tus maldiciones son las mías, las de una tarde vacía de eclipses pendencieros y colmada de resonancias luminosas. Me costó unos años comprenderlo. Sin embargo el dolor, el tiempo y el amor lograron abrir mis oídos y así pude entender de imprecaciones. No tengo tu maestría, pero ahora proclamo que es mejor maldecir que doblar la rodilla izquierda.
Maldices al papá que regala una bicicleta a un niño sin enseñarle a manejarla; y a la madre que matrimonia a la hija con una ceremonia y no con un hombre. Al joven que necesita colgarse una marca en el cuello para sentirse y a la chica que requiere engancharse a un cuello para sentir.
Maldices la cucaracha oliva que se filtra entre las rajaduras del ombligo y se jacta de las envidias que derraman sus encías. Tú maldices, Aurora, las horas bordadas con el temor de zafarse de las sombras. ¡Miedo al miedo! Hay que apagar el televisor y encender la vida. ¡Maldita sea!
Por tus maldiciones, un puñal de tul en caída libre se sumerge en las carnes y abre espacio entre las costillas y rompe la unidad de los tejidos y los inunda de coraje. Por tus maldiciones, el encaje más amarillo se torna blanco al sufrir los pinchazos de la aguja uniéndolo a la pollera. Tú nunca te rindes y siempre coses tus camisas. Por eso atiendo tus condenaciones.
Aurora, cantas y la atmósfera estalla en maldiciones, llenas de esperanza. Y tu anatema viaja hasta los cometas y tu denuesto rebota por los cráteres. Extraña melodía en busca de libertades. Sé que no eres necia sino que en verdad nos quieres.
Benditas tus abominaciones, las que no abandonan el bajel amenazado por el naufragio. Benditas tus execraciones, las que perennemente alentarán a un niño armado con un biombo, a lanzar una piedra al aire para que estallen los colores.
Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones!
CAPITÁN DE TIERRA
TÚ ME DICES QUE NO IMPORTA
Quisiera rozar tus labios con las puntas de mis dedos y obsequiarte con alegres noticias; no lo hago, no puedo, no hay buenas nuevas que contar, sólo las malas de siempre. Tantos sudores, tanta fatiga y vivo asustado con la idea de no tener suficiente para pagar la cuenta del teléfono; y con rencor, ternura, odio y amor escribo versos; versos que parecen crueles espejos que nunca reflejan las engañosas máscaras, versos que salpican con rayos de luna mis insomnios.
Escribo mis pobres versos que lo son todo y no son nada. Recuerdo los gritos de tu madre: "¡Un poeta! ¿Tú estas loca? ¿Acaso se come poesía?". Cuanta razón encerraban sus palabras, la pobreza es triste y es lo único que no quisiera darte.
Ahora casi siempre pienso que los versos no son nada y agredido por la incertidumbre, ya no sé para qué sirven. Por suerte tú sí, y tu boca dibuja una sonrisa mientras dices: "No importa" y con la fuerza de dos palabras, tus palabras, regresa mi anhelada paz.
Cada tarde, después de ocho horas en una oficina mediocre y asfixiante, me pides mis versos y yo te los doy, por lo menos eso puedo entregarte y aunque no todas las veces los entiendes, siempre los comprendes.
Sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la ira de saber que te quiero y que hay miles de cosas que no puedo regalarte. Y mayor es mi enojo al comprobar que ya los amores no vienen con el pan y la cebolla.
Y tú sólo te sonríes y me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la rabia de saber que pronto llegará la cuenta de luz y habrá que decidir entre dormitorio iluminado o timbre de teléfono.
Me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por el coraje de saber que los versos no se comen, que tu madre tenía razón y aunque todas las quincenas te traigo un cheque, siempre hay cuentas que pagar y sólo queda lo único que no quisiera darte: la triste pobreza.
Y tú me dices: "No importa" y vuelas hasta a mi pecho con alas de picaflor, tan suave, tan quedo, que temo moverme y en mi brusquedad romper el frágil encanto.
Por eso escribo con el odio y el rencor de no poder cubrirte de obsequios.
Por eso escribo con la ternura y el amor que tu sonrisa siembra en mí, en especial, cuando nos sobran las deudas y tu me dices: "No importa, la quincena que viene pagaremos, ahora léeme tu último poema".