Provocando ideales: una reseña de El mito de la gravedad
Producida por Teatro Carilimpia y dirigida por el colombiano Fernando Montoya, “El mito de la gravedad” generó mucha expectativa hasta su estreno el pasado 24 de agosto en la sala multiusos del Grupo Experimental del Cine Universitario (GECU). En un Panamá convulsionado y dividido ante la reciente controversia por la manera como (no) se enseña educación sexual en el país, enfrentado valores conservadores ante nuevos ideales, el mensaje que esta obra transmite a su público logra crear un puente inteligente y mordaz entre ambas posturas.
Además de ofrecer teatro de vanguardia y propuestas atrevidas, Carilimpia le ha apostado hacer las cosas de la manera moderna: interactuando con su público y ofreciendo un poco más que una mera noche de teatro. En ese sentido se podría decir que su campaña en Costeame.com fue exitosa (¡los donantes eran bautizados como “Mecentas rompemitos”!), partiendo del precedente positivo que tuvo Winnie Sittón para su montaje de El Ahogado en 2015, y generando interés general previo al estreno con una serie de conversatorios que explayaban los temas que se destacan en la obra. Los productores realizaron tres eventos en los cuales se habló sobre la homosexualidad, los retos de las personas transgénero y el matrimonio y la adopción igualitaria en el país. La iniciativa se llamó “T@ntos mitos”, y la participación de abogados, psicólogos y poetas, entre varios otros profesionales comprometidos, se recibió de una manera positiva en una sociedad que demanda más educación y valores humanos.
“El mito de la gravedad”, cuyo título también incluye el tag de “un pequeño acto de perversión social”, trata sobre una pareja de lesbianas, Alejandra y Karla, que adoptan exitosamente un bebé para luego verse inmersas en una serie de acusaciones y acciones que truncan su deseo de ser madres. Interpretadas con intensidad por Martiza Vernaza y Diana Mellado respectivamente, la situación llega a afectar su vida en pareja, contraponiendo la actitud informada y determinada Alejandra ante la respuesta cariñosa y preocupada Karla. La Funcionaria, rol ejecutado con el carisma y potencia de Mariela Aragón Chiari, es el malo de la novela, como quien dice, personaje que representa la malicia, astucia y menuda consideración del burócrata estatal promedio. El elenco es completado por Arelly Valderrama y Monalisa Arias en los papeles de Mujer 1 y Mujer 2, personajes que dependiendo de la escena apoyan a las protagonistas interpretando al hijo adoptado o a otros secuaces del status quo.
El texto es contundente y lleno de mensajes provocadores, como “mientras más progresista es el logro, más pesada es la carga de la estabilidad”; “no hay monstruo más voraz que el que no existe”; “es difícil distinguir entre el heroísmo y la sedición” seguida de “lo mismo ocurre entre la sedición y la perversión”. El valor a veces decorativo de las estadísticas y las acciones gubernamentales, al igual que las motivaciones caprichosas de ciertas instituciones, son temas afrontados con ironía, propiedad adecuada en un país donde las luchas y protestas, por más organizadas, suelen ser del tipo “un paso para adelante, dos para atrás”.
La obra fue escrita por Javier Stanziola, economista y dramaturgo que, como dato curioso, recibió la misma educación jesuita que los líderes conservadores del gobierno que al momento presiden en Panamá y que ideológicamente se oponen a sus planteamientos. Aunque ha tenido una producción espaciada en dos décadas, Stanziola está en el club de los multimirós junto a Ernesto “Neco” Endara y Ariel Barría, contando con cuatro premios Ricardo Miró en teatro (3) y novela (1). Durante su estadía de varios años en Inglaterra, donde fungió como profesor de economía y gestor cultural, estableció legalmente su unión (se casó) con su pareja y ambos adoptaron a un niño. Con el deseo de que el pequeño creciese rodeado de su nueva familia latina, y en busca poner su vasta experiencia a favor de su país, Stanziola y familia se re-ubicaron al istmo, afrontando con coraje el reto de ser una pareja gay con un hijo adoptivo en un país que se vende como cosmopolita, pero que a nivel general ostenta un conservadurismo que raya en lo retrógrado. Y regresando del primerísimo primer mundo, además.
Stanziola fue parte del “dream team” cultural establecido por la diseñadora gráfica y empresaria Mariana Núñez para el Instituto Nacional de Cultura (INAC), el cual inspiró mucha promesa en la comunidad cultural nacional. Allí ocupó el cargo de Director de Planificación y Presupuesto, posición que le venía como anillo al dedo por su distinguido background profesional. El puesto lo hacía supervisar todos los dineros de la institución, al igual que planificar a largo plazo y de una manera sistematizada y moderna el aporte cada vez más relevante de la cultura para el país. El sueño se vino abajo cuando Núñez decidió dimitir, a casi un año de su dirección general, y el resto de los directivos renunciaron o fueron botados. Stanziola fue de aquellos de los que pusieron buena cara y se quedaron hasta que sus servicios ya no fueron requeridos.
Vale la pena alargar la presente reseña con toda esta información sobre el autor porque “El mito de la gravedad”, obra escrita durante el limbo laboral en el que se vio inmerso tras su despido del INAC, recoge sus frustraciones de índole profesional, cultural, moral, cívica y personal. Todo queda en el texto, sintetizado con su estilo divertido y asertivo, extrapolado a personajes femeninos en aras de proyectar igualdad.
Como director de la obra invitado por Teatro Carilimpia, Montoya logró aportar dinamismo y vistosidad a un texto cargado de mensajes idealistas y sarcasmo. Sin embargo, algunos detalles añadidos por simbolismo o mera decoración –fuera de la dirección escénica del dramaturgo– terminan distrayendo la atención de los parlamentos o de las acciones principales de los protagonistas. ¿Por qué poner a las actrices a corretear juguetes de cuerda por más de un minuto, cuando la mitad del tiempo hubiera logrado el mismo efecto? ¿Por qué llenar el escenario de zapatos, puestos creo yo como representación de los diferentes sombreros o máscaras que socialmente nos toca usar, cuando los roles de los personajes ya están bien definidos? ¿Por qué encuerar a las actrices en un curioso striptease cuando esto no agrega nada a la trama, y peor aún, choca con la intensión de proyectar a la homosexualidad de una forma más humana y menos sexual? Y estando en una sala de gran tamaño y espacio abierto, el colocar las sillas de una manera convencional y poner acciones del montaje tan cerca del público, hizo que aquellos sentados desde la tercera fila hasta atrás se perdiesen detalles de la obra.
El texto estaba a la venta en la recepción de la sala. Leyéndolo, uno se entera que el autor proponía el uso de proyectores para resaltar las acciones de los actores, al igual que el uso de arena como elemento tanto lúdico como opresivo. Además, una escena clave al final fue omitida: la confrontación violenta entre las madres y la funcionaria, que termina de una manera relativamente sensata y positiva. Se entiende la interpretación del director y la carta blanca para adaptar el texto a la escena, pero uno no puede evitar sentir que esta omisión le restó peso al mensaje general de la obra, creando un final menos contundente y ligeramente ambiguo.
Teatro Carilimpia se anota otro logro con este proyecto. Y a pesar de las críticas puntuales, se le da él crédito a Montoya por enriquecer visualmente el texto y el montaje. Stanziola pude dar por concluida su catarsis artística, dejando el espacio abierto para que el público reafirme sus posturas o se abra a entender la realidad actual de una manera más abierta.