Return to site

Reflejos familiares

I 

 

El tweet del Partido Republicano decía que esperaban unas cinco mil personas ese domingo, pero en realidad había casi diez mil cuerpos sudados bajo el sol del medio día. El rally masivo era para anunciar a Lorenzo Ferrer, tercera generación del partido más antiguo de Panamá, como candidato presidencial para las próximas elecciones. Los republicanos se habían extinguido prácticamente, quedando en un grupo pequeño de aristócratas idealistas, y solo fueron salvados por dos hechos concretos: el partido oficialista estaba siendo severamente criticado mientras que la oposición no se ponía de acuerdo en nada, y la publicidad de eFe Comunicaciones mueve montañas.

El calor aumentaba con el entusiasmo de la gente, una reacción que había sorprendido a todos los del partido. A unos minutos de dar su gran discurso Lorenzo Ferrer, con su elegante cabellera canosa, porte de caballero y expresión político poseso (con los ojos intensos e hipnóticos), estaba repasando las últimas correcciones del texto con su jefe de campaña. Su esposa, Marta, fumaba un cigarrillo a escondidas, tratando de componer su peinado, maquillaje y vestuario ante la humedad incesante. Otra camisa con los colores gris y verde del partido fue traída para que Lorenzo se cambiara antes de subir al podio, porque la que tenía puesta estaba empapada en sudor. El simpático presentador de televisión contratado para ser el maestro de ceremonias estaba despidiendo a Vicky, la chorrerana adolescente que ganó el concurso de canto de Canal 11 y que por esa misma razón, además de su nula afiliación política, había sido elegida (o mas bien pagada con cinco mil dólares) para cantar el jingle de campaña del candidato; aunque no era el clásico reggae pegajoso, este tema, más en la onda de balada pop, conmovía por su emotividad casi cursi, tanto en letra como en música, evocando el pasado republicano que el partido ansiaba por revivir.

Aunque él había tenido la idea de la camisa extra, dirigido todos los comerciales (y el video del jingle, con dramáticas escenas soleadas en Casco Antiguo), supervisado el discurso (a petición de su padre) y hasta revisado la apariencia de las docenas de voluntarios y las montañas de material promocional que repartirían (desde camisetas y pines hasta alfombritas para el mouse), todo esto le valía un carajo a Lucas Ferrer, hijo único del ensalzado candidato y director estrella de eFe Publicidad.

Súbitamente el ruido cesó, dejando escuchar la brisa de verano sobre los palos de mango que rodeaban el estacionamiento de la Calzada de Amador, y el candidato subió al podio.

–Hermanos panameños, ¡hoy es un día de gran júbilo para nosotros! –Un minuto de aplausos, luego –Y no lo digo por la candidatura que hoy acepto y con la cual me comprometo. No, mis amigos. Hoy es un día especial porque hoy le decimos al resto de nuestros conciudadanos, aquellos que en su camino al progreso han hecho un enredo de nuestro gobierno, ¡QUE LOS VALORES QUE HICIERON A ESTE PAÍS REVIVIRÁN Y LO LLEVARÁN AL FUTURO!

Muchos más aplausos.

Lucas, en su rol de hijo bien criado, joven, guapo y talentoso, estaba parado junto a su madre cerca del podio, rodeado de los otros personajes de rigor como el director del partido, el secretario, el jefe de campaña gringo traído desde Washington y que cobraría un cuarto de millón de dólares, y algunos extras bien vestidos pero algo húmedos. Lucas de vez en cuando subía la mirada y trataba de ver con inspiración a su padre, pero luego bajaba la cabeza para chequear en su iPhone las fotos del pene erecto del chico universitario que había pasado la noche en su cama. Se regalaba una sonrisa recordando la sesión maratónica de sexo que tuvieron, peligrosamente asistidos por un par de porros y largos y fríos vasos de cristal italiano con vodka de limón, Red Bull y jugo de arándano. Había sido otro levante cualquiera de sábado en la noche en el bar Recto, un spot tan sigiloso que irónicamente estaba en un tramo bastante visible de la Tumba Muerto. Lucas llegó solo, bailó un rato, habló (o solo hizo señas porque el ruido siempre es muy alto) con el dueño, un expatriado danés bastante loco que se llama Franz, y luego se acercó a la barra para pedir su última cerveza antes de elegir a su entretenimiento privado after hours. Otra afirmación medio cierta y medio falsa de su padre, seguida de otro abrumador aplauso, lo sacaron de su ensoñación.

–…porque aunque digan que yo soy un rabiblanco, que nací con todo en bandeja de plata, ustedes saben que yo he trabajado honestamente desde que era un adolescente, aportando al progreso de esta nación, y hoy estoy listo para darle mi todo a este país, que se merece mucho más y que tiene lo que necesita para vivir en paz, equidad y progreso.

Lucas movía sus labios en silencio siguiendo las palabras que su padre empujaba al micrófono y que él mismo había escrito días atrás. Aunque podría parecer algo hippy, ese slogan de “paz, equidad y progreso” de verdad cumplió su cometido y mostró a este candidato, visto como un macarrón sin salsa, pero gourmet, como una opción viable ante el resto de la mierda política del momento. Apenas terminó el discurso Ferrer padre se volteó del podio para saludar a su equipo y allegados, y no le sorprendió a Lucas que los primeros ojos que buscó no fueron los suyos o los de su madre, si no los de otro tipo que nunca le cayó bien y que estaba casi escondido detrás del tumulto partidario; la mirada que intercambiaron estaba llena de complicidad.

******

Habían reservado el salón más grande de un exclusivo restaurante de paellas para celebrar. Era de esas reuniones mixtas con las cuales Lucas creció: mitad familia, mitad partido, y la familia que está en otros partidos pero que hace las pases cuando el miembro más adinerado del clan les da la hora del día. Una vez que la tercera ronda de sangría fue servida, y tres enormes paelleras hicieron su presentación, le tocó a otro pilar de la familia el dar algunas palabras para marcar la ocasión. El primo hermano de su padre, que para Lucas era tío Rico y también su jefe en la agencia, era el más temido pero a la vez el más querido del clan, generoso y espontáneo cuando estaba de buenas, cruel y abusivo cuando no. Golpeando suavemente su cuchillo en la copa de sangría blanca llamó la atención del séquito de confianza.

–Yo no soy tan elocuente como mi querido primo Lorenzo, ni tan bueno escribiendo guiones y discursos como mi sobrino Lucas, y solo quiero aprovechar para contarles una anécdota que viene al caso. Muchos de ustedes saben que Lorenzo y yo alcanzamos a vivir los primeros años de nuestra infancia en la vieja casa de la familia en San Felipe, y recuerdo muy bien un domingo que estábamos jugando con la nana por plaza Bolívar, cerca de la presidencia, y pateamos la pelota bien duro haciendo que rodara por la calle hasta que un guardia presidencial la atajó. Yo no tenía idea de qué hacía ese guardia allí, ni qué era el edificio que estaba detrás suyo, pero Lorenzo estaba clarito. “Esa es la presidencia, donde vive el presidente. ¡Yo un día voy a vivir allí y voy a ser presidente!”. ¿Se imaginan? En el momento, y como niños que éramos, sentí que no hablaba en serio, que era una fantasía de esas de que quieres ser bombero o policía, pero mi primo hablaba muy en serio. Y hoy, no se cuántos años después, nos confirma a todos que su sueño era en realidad una vocación, y que se ha esforzado durante su vida para manifestarla. Así que les pido que alcen sus copas…

Lucas ahora veía una foto del chico tomada desde un ángulo que muchos cristianos considerarían inapropiado, y un cosquilleo le recorrió las piernas. Estaba sentado casi en la esquina de una gran mesa cuadrada, entre su madre y otros tíos, y por un momento su mamá se dio cuenta de lo que estaba viendo en el teléfono, peló los ojos un breve instante, y luego vació el resto de su sexta copa de sangría entre dos temblorosos labios sin decir absolutamente nada.

Cuando comenzaron a comer Lucas se excusó para ir al baño y no regresó. Se subió a su enorme camioneta negra y dejó atrás a su pesada familia. Eran las tres de la tarde de un domingo, estaba sudado y aburrido, pero el día todavía podía salvarse. Texteó a Titi y le dijo que llegara con un six pack de Coronas a su área social en media hora. Titi nunca fallaba. Entró a su apartamento en el edificio más alto y sin gracia de La Cresta, se dio una rápida masturbada en el baño, se puso su bañador, armó un porrito y bajó a la piscina. Cuando llegó, Titi ya estaba sentada en una silla de playa terminando su segunda cerveza y poniéndose bloqueador en sus pecosos brazos y espalda. Tenía un top de bikini negro y unos board shorts rosado con negro y morado y unos lentes de sol que parecían de los años ‘60.

–¿Qué tal fue la vaina? ¿Se lució el candidato?

–Tú qué crees, ahuevá’a, si hasta alquiló de esos teleprompters transparentes que usan los líderes del primer mundo. Full presupuesto y full circo mediático. Qué pereza. ¿Y tú en qué andabas?

–En nada, man. Leyendo unos blogs y viendo Food Network. Ayer me arranqué medio duro en Passé y estaba saliendo de la goma. ¿Tu sabías que Luisa Gateño el año pasado tuvo una sobredosis con heroína? ¡Qué focop! Me enteré ayer. Heroína. ¡En Panamá! Quién diría.

–Uf, cuento viejo. Hay un poco de gente vendiendo esa vaina por ahí, creo que la traen de Miami. Pero eso ya es perdición total. Drogadicción máxima. ¿No viste Trainspotting? Yo me quedo con mis pacíficos porros y de hecho voy a prender uno. Pásame una pinta porfas. Mira que ya ni el pichi se me antoja.

–La coca es el diablo. No recordemos cosas feas del pasado oscuro. Bueno, cambiando de tema…

–¡Sí! Yo te quería preguntar algo. ¿Conoces a una Paulina Lacayo? ¿Te suena?

–Lacayo… ¿Es nica o panameña?

–Venezolana, de hecho. Yo nunca estoy en la agencia porque siempre ando grabando en locación o en el estudio, tú sabes, y un día de pura leche estoy saliendo de mi oficina y pasa mi tío Rico con estos dos venezolanos, padre e hija. Y pues él me vio y no podía dejar de echarse el discursito de “bla bla bla, familia”, “bla bla bla, director”, etcétera. El venezolano era algo fantoche pero amable. Hace materiales promocionales diferentes, como esas lonas enormes que cuelgas desde un costado de un edificio y otras locuras en tercera dimensión que hasta ponen en los pisos del mall. La cosa es que su hija casi me come con la mirada, ¡hasta me sentí incómodo! Y nadie me hace sentir así. Esta chica era una Miss Venezuela total: metro ochenta, pelo negro largo, ojos cafés, nariz, tetas y culo de cirugía, pero de las buenas, vestida profesional chic con jeans acampanados oscuros, un top morado, un blazer negro y esos zapatos de plástico que huelen rico en tono morado. La man me da la mano y me dice que tenemos amigos en común, pero no me dice quién, y me mira como si fuera de esas “convertidoras” en una misión sagrada. ¿Estos amigos no le dijeron cómo era yo? ¡O sea, qué le pasa! Hasta su viejo se dio cuenta de la vaina. Me dio pena con mí tío también.

–Pero cuál es tu cuecada si a cada rato te encuentras con guiales así, mamisonas que te miran con lujuria y te coquetean. ¿Por qué está chica te incomodó?

–Es que bajo cualquier estándar ella era guapa, y me agarró desprevenido, pero la cosa era la forma como me miraba. Como si me conociera y estuviera diciendo “conmigo sí vas a querer, maricón”. No se, fue raro.

–Bueno, pero ella no tiene nada que ver contigo en el trabajo, y si te la encuentras en la calle la puedes chifear.

–Ya me mandó un friend request en Facebook, el cual he estado ignorando olímpicamente por una semana.

–Man, olvídate de esa chama que nada que ver y déjame contarte del mochilero neozelandés con el que me iré a surfear a Bocas el martes. Resulta que…

Ambos sentados uno junto al otro en largas sillas plegables de playa, pasando el porro y viendo el azul ondulante de la piscina, decidieron darse un chapuzón un rato después bajo un atardecer rosado. En momentos como ese, en el que solo estaban ellos dos, Lucas agradecía a Dios o a la energía universal por tener de mejor amiga a Titi de Obarrio Brewster, la oveja más negra de todas las ovejas blancas salidas del Club Unión.

 

II

 

Un día normal de grabación como este duraba fácil trece horas, pero como todos los involucrados ya estaban acostumbrados no había problema. Aunque él era el capitán de este barco, y todos tenían que esperarlo y obedecerlo, Lucas nunca abusaba de su posición y se esforzaba por estar cool con todos, lo cual implicaba llegar temprano.

Llegó al estudio, ubicado en una casa alquilada en San Francisco, pasando las ocho de la mañana, y le dio gusto mirar que ya habían llegado casi todos. Estaban el productor y el director de fotografía, un chileno y un argentino, ambos sorprendentemente amigables entre ellos y con los demás, ya acostumbrados a los panameños y sus idiosincrasias tras residir y trabajar durante años en el país; seis chicos de producción, la mitad practicantes y la otra mitad de planta, armaban piezas de utilería y fondos para ciertos encuadres, y ninguno de ellos tiene más de 21 años; el maquillista, que la noche anterior estaba haciendo una demostración del nuevo rubor de MAC y luego maquilló a una ex Miss Universo para una cena privada, se dedicaría el día a retocar modelos y peinarlos un poco inclusive (no había presupuesto para peluquero); los tres grips eran los más impredecibles y ya tenían jeans apretados que al agacharse mostraban sus coloridos calzoncillos de diseñador; los modelos, tres hombres y tres mujeres, algunos argentinos otros panameños, se quitaban el sueño de sus ojos probándose el vestuario que se les tenía asignado; el creativo, o sea el que escribió el guion, supervisó el jingle y tuvo trato directo con el cliente en la conceptualización de todo esto, estaba consternado en una esquina repasando detalles de los parlamentos con la ejecutiva de la cuenta, una mujer conservadora y cuarentona que a pesar de conocer la industria publicitaria de Panamá de cabo a rabo, todavía se vestía un poco fuera de lugar (colores, texturas y marcas de temporadas pasadas) y tenía un carro coreano en vez de uno alemán.

Lucas tomó una manzana roja y una bebida energética de la mesa de catering y recorrió el estudio, diciendo buenos días a todos con entusiasmo e irradiando seguridad, autoridad y diversión en cantidades iguales. Cada quién tenía alguna pregunta que hacerle sobre una decisión, grande o chica, a tomar: ¿pantalón verde en vez de rojo en el chico calvo? ¿Grabamos primero las tomas de grupo o esperamos al final? ¿Haremos la toma 3 con dolly o steadicam? ¿Está muy coqueta para el cliente la modelo fula con ese escote? Lucas dio unos saltitos, se cuadró e hizo un par de golpes estilo boxeador con cada brazo como diciendo “vamos a comenzar a trabajar”. El producto a vender hoy era la tarjeta de crédito de un banco en un comercial de treinta segundos. “So Alive” de Love and Rockets sonaba desde las pequeñas bocinas de una laptop.

Aunque Lucas había estudiado cine en la prestigiosa escuela especializada de Lodz, en Polonia, nunca tuvo pretensiones o aspiraciones creativas. Estudió el séptimo arte porque le gusta y porque quería estar en Europa unos años. Así mismo dirige comerciales para pasar el día y justificar un salario. Se entretenía de vez en cuando haciendo algún proyecto de video arte, en colaboración con otros artistas, o dirigiendo videos para bandas de rock de amigos suyos. Solo algunos conocían el hecho de que había trabajado en un proyecto independiente con un director inglés que ganó un Oscar un año después de conocerlo. Los que sabían de esto a veces no entendían su modestia, y él prefería mantener su ego a distancia y solo producir cosas decentes. Mas que ser jefe o dar órdenes, le gustaba estar rodeado de gente de su edad, en su onda y en un ambiente más relajado que el de una oficina normal. A cinco años de trabajar en la agencia, también había creado amistades y compinches que le daban más sabor a familia que en el insípido hogar de sus padres, quienes en su momento decidieron tener solo un hijo para no complicar su ajetreada agenda social e intereses personales.

Al medio día solo tenían cuatro tomas de veintidós, así que la jornada sería más larga de lo previsto. El catering llegó y tomaron una hora para almorzar. Últimamente habían estado contratando a unos peruanos que hacían la ropa vieja igual que Xiomara, la cocinera que vivió en casa de Lucas durante más de veinte años, y todos la saborearon por igual. Mientras los cigarrillos de postre eran fumados fuera del estudio, los sudamericanos y el director ajustaron el cronograma, llamaron al creativo para ver qué tomas podrían eliminarse o unificarse, y se alistaron para arrancar de nuevo.

Entonces llegó él. Generalmente el cliente no mete mucho su cuchara durante la producción de una cuña, delegando tales necedades al ejecutivo que maneje su cuenta, pero en este caso y por alguna extraña razón Lily Boyd, la gerente de mercadeo del banco, pasó para “echar un ojo al comercial” y sentirse con cierta autoridad en esta producción de cuarenta mil dólares. Todo hubiera estado ok, ella viene, saluda, revisa, conversa y luego se larga y los deja hacer su trabajo. Y así fue, solo que en esta ocasión ella venía acompañada de su nuevo asistente, presentado solo como Esteban, cuyos ojos, presencia, voz, cuerpo y alma le robaron por completo la calma a Lucas de una manera que solo unas cuantas veces había sentido en su vida.

–Hola, mucho gusto, yo soy Lucas.

De repente todo y todos quedaron en un segundo plano, muy lejos.

–Esteban, ¿cómo estás? –su voz era gruesa, varonil, joven.

–Lucas, mi amor, recuerda que en la cuña pasada el rojo del logo no combinó bien con el rojo de la ropa, y la gente del banco se quejó de eso. Ah, y en la toma esta donde el esposo y la esposa deciden pagar su viaje de luna de miel con la tarjeta, trata de que en la postproducción la tarjeta brille, como en esos comerciales de la competencia que te mandé por mail como referencia la semana…

–Sí, tranquila Lily.

Lucas no le quitaba los ojos de encima a Esteban, quien se puso nervioso y empezó a mirar a su alrededor. Lily, quien sabía de la fama de Lucas pero no tenía la confianza para bromear con él, notó algo y solo preguntó si ambos se conocían, a lo cual respondieron “no” al unísono y entre risas nerviosas medio de cortesía los que estaban alrededor captaron por dónde iba el asunto entre estos dos tipos.

–Bueno, pero no te me distraigas Lucas, recuerda que quiero esta pauta al aire la próxima semana. Traje a Esteban para que lo conocieras porque voy a estar viajando los próximos días y todo lo han de canalizar con él. ¿Estamos claros?

–Aunque llevo un mes en el banco he sido la sombra de Lily en estos días y estoy empapado de los pendientes con la agencia, así que no debe ser un problema.

Lucas se dio cuenta del estupor en el que se había metido solito y salió rápidamente de él fingiendo escribir algo en un papel y sonriendo con sus dientes blancos y parejos en una boca suculenta; echó una carcajada y dijo ok a todo y se excusó para seguir dirigiendo. Los del banco se quedaron hablando un rato con la ejecutiva y el creativo y luego se fueron, con Lily diciendo un “¡Ciao!” a los presentes que todos sintieron exagerado y falso. Esteban solo guardó silenció, se despidió de todos con la mirada y dejó la última para Lucas, quien la alcanzó y recibió como un trueno que reverberó dentro de su cuerpo. Segundos después mandó un texto a su asistente en la agencia diciendo “urgente contacto asistente de Lily en banco. mail y cel. thanks!”.

****** 

Las fiestas electrónicas en Villa Agustina cada vez se llenaban más. Esto era bueno porque había más masa con la cual divertirse, pero malo también porque llegaban elementos dudosos que nada que ver. De todos los bares de San Felipe, Villa Agustina se había puesto de moda porque las entradas y los tragos eran más baratos que en los bares de Calle Uruguay, la gente era menos pretenciosa y el hecho de estar al aire libre en una casa de 100 años sin remodelar, con un patio donde cabían cómodas 300 personas, le daba a todo una onda de peligro sexy en medio de un pedazo histórico de la ciudad.

Hacía casi un mes que Lucas no iba a dicho antro, y hasta la dueña del local, una señora mayor con una bandana en la cabeza y un vaso térmico lleno de café negro en la mano que supervisaba lo que pasaba hasta cerrar a las seis de la mañana, lo saludó con un simpático “tiempo sin verte”. A últimas fechas Lucas solía salir solo, sobre todo si andaba en plan de levante. Pidió una cerveza importada y comenzó a mover su pie al ritmo del deep house del DJ alemán invitado. No tardó en encontrarse con alguien, pero nadie lo suficientemente cercano como para parkear con ellos toda la noche: un par de modelos argentinos que salieron en un comercial que dirigió el año pasado; el chico del sábado anterior, que ahora ignoraba porque aparentemente “tenía novia”; un ex compañero del Colegio Javier que no veía en más de una década y que tenía tres hijos y un negocio de importar telas de Guatemala; una de las recepcionistas de la agencia; etcétera. La media pepa que había tomado una hora antes ya le estaba haciendo efecto y se metió en el centro del público frente al DJ a bailar solo. El éxtasis lo ponía a sudar y lo excitaba, pero en ese momento solo quería perderse en el ritmo. No había parado de pensar en Esteban día y noche durante la semana, y le estaba costando el sacarlo de su mente.

Tenía su mail y teléfono, pero antes de contactarlo y decirle lo que sea o invitarlo a algo, le preocupaban varias cosas: aunque su instinto le decía que era gay, uno siempre debe ser más sutil, sobre todo si es un chico joven que tal vez no ha vivido mucho, como aparentaba Esteban. Si llegaba a pasar algo el cliente no debía sospechar absolutamente nada, al igual que en la agencia, porque a pesar de que no era la cuenta más jugosa que tenían, su tío Ricardo estaba en la junta directiva del banco y no quería crear problemas para nadie. También tenía un miedo enorme a enamorarse. Para Lucas, al igual que para la mayoría de los hombres como él, el libido era una parte importante de su vida pero no la controlaba, o sea que había muchas aventuras carnales casuales que no pasaban a más, mientras que el amor era un sueño inalcanzable porque, primero, siempre es duro encontrar a alguien que te entienda y te acepte, y segundo, porque el buen nombre de la conservadora familia Ferrer todavía pesaba mucho sobre su espalda. Aun recuerda el cuento del tío Manny, un hermano de su abuelo que nunca se casó, siempre fue considerado “raro” y terminó vendiendo sus propiedades y tomando su herencia para irse a Londres, donde aparentemente murió solo y lejos de la familia.

Sudado pero lleno de energía y las pupilas dilatadas, Lucas paró un momento de bailar y se sentó en una banca cerca de la barra a tomar otra pinta. Sin parar de llevar el ritmo con su cabeza, y mientras tenía los ojos cerrados, escucho una voz y junto a él.

–Buena bailadera, ¿no?

Esteban, que no estaba sudado, vestía unos jeans medio rotos azul oscuro, una camisa negra con las mangas remangadas y unas delgadas zapatillas verdes de gamuza. Olía muy bien, y portaba una sonrisa pícara en su boca.

–No está tan bueno como otros días, pero tenía ganas de soltarme un poco, –dijo Lucas mientras se levantaba, quedando frente a Esteban, cerca de su pecho y su cara, pero sacándole casi una cabeza de altura –No te había visto por aquí, ¿sueles venir? Yo ya no tanto como antes.

–Vine con unas amigas que matan por este DJ. Yo tripeo esta música un rato, pero después me da pereza.

–¿Pereza? ¿Acaso no sabes bailar? ¿O será que eres medio tropical y prefieres bailar salsa? Esto es puro ritmo –y al decir esto puso su mano izquierda sobre la cintura de Esteban y comenzó a moverla al son de la música.

–Estás empepado. Dicen que eso pone arrecha a la gente. ¿Es cierto, Lucas?

–He estado pensando en ti sin parar desde que te vi el lunes en el estudio. Quiero saber quién eres. Quiero besarte y acariciarte. Quiero mirar tus ojos con el sol de la mañana sobre mi cama. ¿Crees que eso sea posible?

–Querido, conmigo cualquier cosa es posible.

Y entonces Esteban lo abrazó fuerte y comenzó a besarlo, causando que ambos quedasen instantáneamente firmes dentro de sus pantalones. Solo fueron interrumpidos quince minutos después cuando una de las amigas de Esteban les tocó el hombro a los dos y juguetonamente les dijo que buscasen un cuarto, lo cual hicieron acto seguido.

******

Habían pasado tres gloriosas semanas desde su furtivo encuentro en Villa Agustina. Se habían visto casi todos los días desde entonces, conociéndose y asimilándose mutuamente a profundidad entre apasionadas sesiones carnales. Esteban nunca se había sentido igual, frase cliché pero honesta en este caso, porque el chico recién daba rienda suelta a su estilo de vida y pocas veces había sentido tal conexión con otro ser humano, mas allá de otro hombre. Sin embargo, seguía en el closet para sus padres, dos modestos profesores universitarios de Chiriquí, y sus dos hermanos mayores que vivían en David. En el banco nadie sospechaba, y la semana y media que su jefa Lily estuvo de viaje le permitió algunas tardes libres y largas reuniones fuera de la oficina que usó exclusivamente para verse con Lucas.

Por su lado, Lucas estaba distraído por el amor y el deseo. La última vez que había sentido tal atracción fue durante su tiempo en Europa cuando tuvo un romance con su profesor de fotografía, un suizo considerablemente mayor que le enseñó a disfrutar cosas y emociones nuevas. La marea de trabajo había bajado un poco, y además de un par de comerciales para la campaña de Lorenzo Ferrer para presidente por el Partido Republicano y otro para una nueva soda de cola, se la había pasado en la oficina organizando papeles, respondiendo mails, viendo muchas referencias en internet y planeando ideas para campañas venideras. El resto de su tiempo libre era para estar con Esteban.

Con todo esto Lucas había descuidado a Titi, quién además estuvo unos días en Marruecos por alguna extraña razón. Quiso ponerse al día con ella y presentarle al susodicho, así que organizó una cena en su casa para los tres. No era el mejor cocinero, pero era experto en preparar su comida favorita libanesa y decidió hacerles croquetas de falafel con humus, una ensalada de tabule y chips de pita, acompañados de su cóctel inventado de champaña y saril (sin jengibre). Titi, bronceada y vistiendo un trajecito veraniego con estampados africanos y sandalias de tiritas, llegó primero y abrazó fuertemente a su mejor amigo. 

–¡Cómo te he extrañado, mi amor! Bueno, aunque intercambiamos unos chats medio pesados últimamente, ¿no?

–Uf, sí. Es que tenía que hablar de esto con alguien y pues tu eres la única en la que confío de verdad. Aparte de que este feeling que tengo es algo, no se, especial.

–¡Alguien está enamorado! ¡Alguien está enamorado! –dijo ella con una carcajada mientras picaba la firme barriga de su amigo con el índice.

–¡No me jodas! ¡Es en serio!

–Yo sé. Oye, parece que llegué temprano.

–Sí, Esteban llamó y dijo que llegaría como en una hora. Lo tienen bien trajinado en el banco. 

–Y con un banquero. Nunca me lo hubiera imaginado. Pero a ver, te ayudo con el tabule, pero primero pásame una de esas champañitas rojas que inventaste.

Mientras cocinaban, ambientados con las luces nocturnas de la creciente ciudad detrás de las enormes ventanas del apartamento, y “The Flower Called Nowhere” de Stereolab sonando delicadamente en el equipo de sonido danés de la sala, Lucas procedió a echarle todo su periplo con Esteban: le habló sobre la arrebatada noche inicial que terminó en la cama de su apartamento hasta el día siguiente, con él pasando largos ratos viendo dormir tranquilamente a su chico; hubo algunas citas que tuvieron en horas de la tarde en las que hacían el amor, para luego hablar unas horas, cenar y mirar algo de tele; siempre se encontraban en su casa porque Esteban tenía un roomate mormón algo cerrado y no quería líos con el tipo. Titi escuchaba atentamente y sonreía al ver los ojos resplandecientes de su amigo.

–El man está en ese punto en el que se ha dado cuenta que batea para nuestro equipo, pero todavía no sabe cómo incorporarlo a su día a día. También como trabaja en una empresa tan straight como un banco, tampoco puede soltarse del todo allí.

–Pero Lucas, tú también tienes issues similares. Tu familia, tu padre presidencial, tu oficina que es dizque cool pero para la bajada no lo es tanto… Tienes a este poco de yeyesitas persiguiéndote, a pesar de todos los chismes a tu alrededor, y a tu mamá dándoles cuerda a todas en el Club con vainas como “Ay, mi hijo guapo está solterito todavía. ¡Qué esperan para conquistarlo! Creo que le gusta la comida, y saben lo que dicen de cómo llegarle a los hombres”. Pura paja. ¿Piensas seguir así para siempre, tapando el sol con un dedo?

–Esa es la pregunta del millón, querida. Me veo con Esteban un largo rato, en una relación de verdad, como no me he permitido tener antes, pero sabes que las cosas son complicadas.

–Sorry, Lucas, pero uno es quien complica las cosas, no al revés.

Entonces el amigo soltó un llanto como nunca en su amistad de dos décadas Titi había visto brotar.

 

III

 

De vez en cuando no estaba de más dedicarle un poco de tiempo a mamá, pensaba Lucas. La invitó a tomar un café y comer un postre en la coqueta cafetería de un hotel boutique, cuyo chef de repostería era un francés con el cual había tenido un romance hace unos años y que preparaba unos macarons que encantaban a su mamá. Vestida con un traje algo formal de marca en tonos oscuros y detalles dorados, Lucas tuvo que pedirle que se quitara los lentes de sol cuando se sentaron en la mesa y le pasó su botellita de Visina sin decir nada. Como en automático, la dama se puso las gotas y trató de iniciar una conversación con su único hijo.

–Tenía que estar con Dorita en un almuerzo para la fundación que mi amiga Mary abrió para los artistas del Chorrillo, pero como las llamadas y citas con mi Luquito son menos frecuentes que un cometa, le cancelé. Mira cómo te quiero, amor.

–Gracias, mami, lo aprecio.

–Aprecio… ¿Sabes qué aprecio yo, mi cielo? El tiempo para mi misma. Y ahora con esta mierda de la candidatura de tu padre, tengo que estar sonriente y linda en un pocotón de eventos estúpidos. ¡Ni me quiero imaginar qué sería de mi si gana la vaina! Por eso cruzo los dedos y le rezo a la Virgen de Guadalupe para que pierda, pero más que todo para que por fin saque de su cabeza estas fantasías tontas de querer controlar las cosas y, como dice él, de “honrar el legado de sus antepasados”. ¡Por Dios!

–Bueno, si te hace sentir mejor, algunas encuestas que hicimos no te proyectan como una primera dama ideal, para nada. Tu fama con la botella te precede, mamá. 

–Si crees que me voy a ofender por bochinches, o “estudios”, estás equivocado, hijo mío.

–Como sea. Mami, te invité porque quería saludarte y preguntarte algo.

–Oh, ¿pero es que mi guapo y destacado hijo no lo sabe todo y tiene que recurrir a su adicta madre? A ver, amor, ¿en qué te puedo ayudar?

–Mamá, siempre he dicho que en la pantalla grande opacarías hasta a Joan Crawford. Quiero que me cuentes del tío Manny.

–¡Ah, con que por ahí va el asunto!

–Solo dime lo que sabes, por favor.

–Uy, pues eso es historia antigua. Creo que tu papá hasta lo borró de su casete. Cuentan las tías que a Manny le aplicaron esa de vestirlo de niña desde chico, un gusto que le quedó toda la vida, dicen. En su primera comunión en la iglesia de Catedral le dio un beso a uno de los monaguillos muy inocentemente, pero dejando mucho que decir. A diferencia de otros como él, la mariconada le salía a flor de piel y para todos en el Colegio Javier era claro que éste Ferrer era un cuecón. ¡Qué necedad de esta familia de meter a sus chiquillos a la misma escuela! Sigo pensando que el San Agustín es mucho mejor. Pero anyway, nada de que el delicado Manny trabajara en el negocio familiar, mucho menos figurar en el partido, así que estuvo casi 10 años estudiando arte por Europa, desde la Sorbona hasta Cambridge, y cuando regresó abrió una galería. Le fue bien y la familia estaba satisfecha de que tuviera un negocio reconocido, social más que económicamente, y que mantenía su casa en orden, como quien dice.

–Bueno, eso no suena tan mal. ¿Cuál fue el problema entonces?

–El problema, Luquito, es que la miel llama a las abejas, o que las luciérnagas siempre van hacia la luz, no sé cuál es el refrán que quiero decirte, pero el punto es que tu querido tío abuelo se convirtió en el pato más cotizado de la ciudad. Tanto que tuvo que dejar de ir a la galería a diario y contrató a otro tipo para que le llevase el negocio. Pero la vaina fue cuando lo conoció a él.

–¿Conoció a quién?

–Pues al también enclosetado sangre azul francés del cual se enamoró. Dicen que el tipo, un barón o algo así… barón, irónico, ¿no? Bueno, este barón y el Tío Manny fueron flechados por cupido en una de las primeras exposiciones de Coqui Calderón, si mal no recuerdo. Al principio iban y venían, pasando veranos St. Tropéz e inviernos en Gstaad o New York, lo usual, pero como al año de su romance ya no podían estar separados. Tu tío trató de confrontar a la familia, suplicándoles que lo aceptaran como era y que respetaran a su amado. Pero ya te imaginarás lo que le respondieron. Así que cerró su negocio, liquidó los bienes a su nombre y se fue para siempre con su macho. Decían que venían a escondidas de vez en cuando, pero para la familia fue como si hubiera muerto. ¡Ah, el amor prohibido! ¡Qué dulces son sus mieles!

–¿Qué crees que papá le hubiera dicho si hubiese tenido que confrontarlo?

–Mi amor, no se si te has fijado, pero a tu padre le faltan huevos para hacer un par de cosas. Las ironías de la vida, ¿no crees? Por favor pídeme un agua con gas para tomarme otra de mis pastillitas para el ánimo, hijo mío.

******

Otro día aburrido en la oficina de la agencia. El equipo de producción estaba alborotado porque se les venían dos intensos días de grabación para la campaña de un nuevo cliente, una marca panameña de ropa con nombre gringo diseñada por un italiano, vendida por hebreos y manufacturada por chinos. Lucas veía el circo desde la ventana de su oficina, mantenía su distancia alegando estar ocupado visualizando ciertas tomas del guion, y solo aceptaba interrupciones para decir sí o no a ciertas cosas necesarias para la producción. En realidad, Lucas veía episodios de la caricatura de los ochentas Masters of the Universe en internet, tratando de distraerse con los músculos de He-Man que evocaban su infancia medio feliz y lo alejaban temporalmente de la cruda realidad de su vida adulta.

Entonces pasó algo poco común. Su secretaria, una rubia recién graduada de administración que para el tipo promedio sería una niña muy apetecible, tocó discretamente a su puerta y con un tono casi nervioso le dijo “Tu tío Rico te quiere ver en su oficina. ¡Disque ya!”. Extrañado, con pereza y algo de incertidumbre, se levantó y caminó tranquilamente, taza de té verde en su mano, hacia la oficina de Ricardo Ferrer, gerente general de eFe Comunicaciones.

–Vaya, vaya, Mr. Director himself, gracias por regalarme su presencia, ¡y tan rápido además! Es bueno saber que todavía cuando pido algo se sobre entiende que es para ya. ¿Cómo has estado, querido sobrino?

–Tranquilo, tío, tú sabes. Enredado con los comerciales del cliente nuevo para mañana, terminando de editar un par de vainas, lo mismo de siempre. ¿Y tu qué tal? ¿Cómo va tu handicap?

–Mira que el fin de semana pasado estuve en una súper cancha en Roatán y Lorena Ochoa nos dio un taller muy bueno. ¡Ya lo he subido hasta 13! Pero bueno, no te llamé para hablar de golf.

–Al grano, como siempre.

–Por supuesto. ¿Recuerdas a los Lacayo, esos venezolanos que te presenté la vez pasada?

–Que hacían vallas gigantes y artículos promocionales y eso. ¿Qué con ellos?

–Resulta que en Caracas tenían una súper agencia que por motivos de causa mayor, tú entenderás, tuvieron que cerrar.

–¿Y qué con eso?

–Quieren invertir 10 millones en asociarse con eFe y abrir una agencia nueva aquí que sea parte de nuestro holding. Ya hicieron la propuesta formal y todo. Nuestros abogados la revisaron y dieron el ok. Solo falta que yo dé la aprobación final. ¿Qué te parece?

–Bueno, aunque tengo mis reservas acerca de los venezolanos en general, creo que sería bueno para el grupo. Digo, no nos va mal, pero podríamos hacer más cosas con esa entrada siempre y cuando ellos no se metan con los clientes que ya tenemos.

–Sí, sí. Todo eso está hablado y estoy en la misma página que tú.

–¿Qué esperas entonces?

–Le gustaste a Paulina Lacayo.

–¿Y?

–Por razones administrativas ella va a ser la representante legal de la nueva agencia.

–¡¿Y?!

–Un matrimonio con un panameño agilizaría muchas cosas.

–Tú me estás jodiendo…

–No, estoy hablando muy en serio, y siendo bien realista.

–Lo siento, tío, pero no te puedo ayudar con esta –respondió Lucas secamente mientras se levantaba para irse.

–¡Te sientas que todavía no he terminado! Por favor.

El tono autoritario pocas veces usado con él hizo que el sobrino respondiera casi automáticamente. Lucas se sentó pero su mirada, aunque clavada en los ojos del tío, estaba muy lejos de esa oficina.

–También está el asunto de tu padre. No esperaba tener que sacar esto, pero las cosas pasan por algo. Mira que con su campaña y sueños de presidente tiene a todos bajo la lupa, tú incluido, y a pesar de tus andanzas de siempre, que pueden ser tolerables, él me pidió que te dijera que tuvieras cuidado con tus amores en público.

Lucas estaba tenso. Congelado. En shock. Ni asentía ni parpadeaba. Solo miraba sin expresión.

–Tú sabes que yo no soy como el resto de la familia, y aunque te he tratado como a un hijo, siempre te he dado tu espacio. Nunca me lo has dicho directamente, ni yo tampoco te lo he preguntado, pero digamos que yo entiendo tu estilo de vida. Inclusive lo respeto. Pero tu padre es harina de otro costal, irónicamente, porque él también tiene cola que le pisen, por así decir. Tu sabes esto, ¿verdad? Él desde chico se notaba bajo en sal, pero sus sueños eran más, la sociedad era distinta y él tomó sus decisiones. Si eso lo atormenta, no sé. Tampoco me importa en realidad. Pero el punto es que a veces el destino nos pone encrucijadas y debemos tomar un camino, porque no podemos quedarnos parados para siempre. ¿Me sigues?

Ahora, con un nudo en la garganta del tamaño de la Estatua de la Libertad, ni siquiera se atrevía a hablar.

–Así que aquí estoy hoy, tu tío que te quiere y te aprecia y que siempre te va a apoyar, pidiéndote dos grandes favores no para mí ni para ti, sino para el bien general de la familia. No tienes que dejar a tu novio, o como le digas, solo ser más discreto cuando estés con él en la calle. Y en relación a la venezolana, pues qué te puedo decir… Es guapa, inteligente y por lo que me dicen muestra un interés genuino en ti. Dale un chance, conócela mejor, y quién sabe, hasta puede gustarte. Esto puede ser una situación ganar-ganar para todos, ¿no crees?

–¿Terminaste?

Su voz sonó entrecortada, sus ojos estaban a punto de reventar.

–Sí, terminé. Tómalo con calma y piensa bien las cosas. Tú sabes que te quiero, Luquito.

Todo esto se lo dijo sin levantarse de su silla modular de miles de dólares hecha en Italia.

Lucas lo miró sin sentimiento alguno, se levantó, dio la media vuelta y salió aturdido hacia su oficina. En el camino se desvió al baño, entró, confirmó que no había nadie, cerró por dentro, y procedió a vomitar en el lavamanos. Cuando vació su estómago, limpiándose la baba de la boca con papel toalla, se quedó mirando fijamente a su imagen en el espejo, viendo sus facciones y encanto claramente Ferrer, y con un golpe que le rompió los nudillos reventó el largo cristal, que desmoronado cayó al piso.

 

Extraído de Purgatorio tropical, de Raúl Altamar Arias, publicado en 2013 de manera independiente. Todos los derechos reservados por el autor.

@altamarescribe