Return to site

Viviendo en Disneylandia

Viviendo en Diseneylandia

Ha sido una transición lenta pero segura: nuestro país, y en especial la ciudad capital, se ha convertido en una meca turística que solo ha de seguir recibiendo más y más visitantes. Bendecidos con un espacio geográfico estratégico a nivel mundial y una economía relativamente estable y amigable, es lógico que el turismo se haya convertido en uno de los rubros más importantes para el desarrollo económico de Panamá, realidad que cada panameño vive de una manera distinta.

Los empresarios, grandes o chicos, ven esto como una eterna oportunidad de hacer crecer y diversificar sus negocios, sean productos (desde artesanías y tiendas de retail hasta café y chocolate local) o servicios (hoteles, restaurantes, arrendadoras). El estado lo considera un insumo más para sus arcas, solo que este tiene la doble función de servir de tarjeta de presentación para el mundo. Sin embargo, el panameño promedio simplemente mira cómo esto sucede a su alrededor y sigue su curso, a veces interesado en los cambios que están sucediendo a su alrededor.

No somos los primeros ni seremos los últimos en ver este cambio con nuestros propios ojos. Muchos nativos de Nueva York comentan como la ciudad dio un giro de 180 grados en la década de 1990, pasando de ser un lugar sucio, peligroso, arriesgado pero interesante y con carácter a uno seguro, limpio, “mágico” y lleno de atracciones turísticas. Para muchos se convirtió en un tipo de Disneylandia, como una caricatura de sí misma, con millones de personas tomándose selfies en Times Square mientras esperan entrar a sus musicales de $200.00 el boleto o comer una cena modesta en un restaurante por lo que te gastas al mes en el supermercado. Esto se entiende desde afuera, pero para muchos lugareños el lugar perdió su encanto y viven recordando viejos tiempos, muy a pesar de lo malo que pudieran haber tenido. En ciudades de México D.F., Antigua, Medellín o inclusive La Habana, también se ha aprendido a vivir entre turistas.

Modales modelo

Yo trabajo en Casco Antiguo, y es tan parte del paisaje de edificios históricos y vistas del mar la presencia de tusitas con cámaras tomándole fotos a todo aquello que a veces damos por sentado. Van a su tiempo con sus shorts y su nuevo sombrero Panamá, recorriendo el área donde hay personas trabajando o viviendo su día a día. No los puedes ignorar y yo elijo verlos con curiosidad y cierto aprecio; después de todo, ellos están fascinados por algo que tu puedes decir que es parte de tu identidad, de tu herencia, y pensando si son de Ámsterdam, Sydney, Ontario, Tokio o Buenos Aires uno se imagina a sí mismo recorriendo sus ciudades con los mismos ojos de maravilla mientras ellos te ignoran, caminando a paso rápido en camino a sus oficinas.

Vale admitir que los panameños, aunque somos cálidos y amigables, no tenemos en nuestro ADN ese espíritu servicial propio de un colombiano o de un cubano. Esto ha llevado que ante este nuevo panorama turístico que nos rodea, tengamos que aprender a ser serviciales en pro de establecer una cultura de servicio que ayude a que esos turistas sigan viniendo por más Panamá, y esto es a través de todas las escuelas de hotelería y turismo que existen hoy en nuestras universidades, además de talleres y seminarios especializados sobre servicio al cliente. Y lo que a muchos nos cuesta entender es que, aunque no seamos parte de esta industria, pertenecemos a un país que se beneficia con que tratemos bien a los que lo visitan. Piensen en cuando nos piden direcciones, o que les hagamos una foto, o que les respondamos una pregunta sobre un monumento o edificio; si en ese momento somos groseros o poco importas, dejamos mal al país tanto como a nosotros mismos. “Lo cortés…”.

A veces vivir en Disneylandia se hace un poco pesado, como en cualquier lugar, y uno no siempre tiene la mejor cara para compartirle al visitante. Esto es entendible. Pero antes de mirar feo a un bondadoso turista que te pide cómo llegar a equis lugar, piensa que el echarle la mano puede ser tu obra buena del día, o tu aporte mínimo a la creciente industria turística de tu país. Suena idealista, sí, pero es sensato también.

Otra reacción que causa en mí la constante presencia de visitantes extranjeros en tiempo de ocio es un tipo de venganza bondadosa, pensando “algún día seré yo el que esté en tu ciudad, en sandalias con mi cámara y mi maletita, relajándome en un café mientras tu estás junto a mí estresado por el reporte que tienes que entregar a tu jefe en media hora”.

Publicado en revista Caras, edición agosto 2015.