Es cierto que a los humanos, en un momento determinado de nuestras vidas, nos llega un tiempo de duda existencial.
Pasé mi cumpleaños número 45 contento con mi familia, la cual aunque reducida, está llena de amor. Comimos y reímos en un lugar de sushi por Condado del Rey, en uno no tan lleno por suerte, considerando que mi cumpleaños sucede en el día de la madre panameña, el 8 de diciembre, fecha tope para restaurantes y demás.
Mi entusiasmo y alegría eran genuinos. Pero detrás, o en el fondo, una melancolía rondaba mi mente. Siendo como uno es, emotivo y sensible, estos sentimientos de ligera tristeza que a veces llegan a depresión sutil, y uso esas expresiones porque no estoy a un nivel clínico aunque, sí me afectan, siempre han existido. He aprendido a vivir con ellos tras más de cuatro décadas en este planeta. Los conozco y los manejo. Sin embargo, permanecen.
¿La razón de sentirlos de otra manera ahora? El peso de la edad. La persistencia del tiempo. La convención social de las cosas que deben estar pasando en tu vida a determinadas edades.
Al momento, y siendo sincero, me siento satisfecho de lo que he logrado. He cumplido mis metas y mis sueños. He hecho sacrificios. He superado adversidades. He hecho cosas nuevas, incluso a veces cosas que pocos hacen. Lo he hecho por mi cuenta, pero tampoco he negado la ayuda que me ha llegado, sea de familia o de amigos. No puedo quejarme mucho.
Pero este cumpleaños me llega en un año particularmente raro.
La gente, o la mayoría, sufrió mucho en el 2020 por la ansiedad de la pandemia, entre el riesgo de enfermarse y morir, o que alguien allegado se enfermara y muriera; o asimilando el encierro y el tiempo libre; o tratando de unirse a la modernidad y trabajar desde casa y hacer todo online; o de plano perder tu trabajo o tu ingreso. Estas cosas no me afectaron porque, al ser un profesional independiente desde hace durante más de una década, y con proyectos importantes andando, estuve ocupado y los días me rindieron. No me enfermé, lo cual sigo considerando un tipo de milagro.
Pero mi papá sí murió, aunque de un ataque cardiaco y no del covid. Pude manejar ese trauma bien, creo yo, a pesar de las circunstancias, porque sabía que mi papá se iría de esa manera y ya me había mentalizado, aunque la sorpresa y las reacciones de los demás fueron lo más duro de sobrellevar.
Pero en el 2020 trabajé en un proyecto interesante sobre el Canal de Panamá, y al mismo tiempo, después de publicar tres libros de cuentos y una biografía, escribí mi primera novela, la cual no ganó pero quedó de finalista del premio literario más importante del país, lo cual su suficiente validación para mí en el momento.
Tenía trabajo e ingresos, y aunque lidiar con la muerte de mi padre y todo lo que dejó (propiedades, carros, deudas) era pesado, uno aprendió a manejarlo como familia con ayuda de mi hermana, mi mamá y mis tíos. Así que a pesar de todo, no me sentí tan mal.
El 2021 pasó agachado, como quien dice, y en el 2022 la cosa comenzó a cambiar, llevando a un 2023 que no fue trágico en sí, pero definitivamente duro para mí. ¿Qué pasó? Varias cosas, unas circunstanciales del ambiente, otras personales y cíclicas.
Los que le entran a la nueva era y al rollo cósmico espiritual energético afirman que estos últimos años son de grandes cambios –un cambio de era en realidad– y que toda esta muerte y nuevos sistemas y formas de vivir y conflictos se impusieron para llevarnos hacia el futuro. Ok, cool.
Cuando eres un profesional independiente, lo que buscas para poder subsistir son contactos de potenciales clientes que te manden trabajo. Yo ya tenía esta relación con varias empresas, proveedores de servicios sobre todo, pero esos proyectos comenzaron a decaer, luego a escasear. Algunos incluso desaparecieron.
¿Las razones? El uso de proveedores más económicos en otros países, por un lado, y el uso de sistemas de inteligencia artificial, por otro. También el deseo de probar con otras personas, lo cual es válido y lo entiendo.
Yo ya me había acostumbrado a siempre ser el último que llaman para algo. En el mercadeo y las comunicaciones y la publicidad, la estrategia y el mercadeo, la idea, siempre van primero, seguidos de la imagen, hecha por diseñadores gráficos y fotógrafos. El texto, el contenido, el bla bla bla que se pone para que se lee aunque no todos lo hagan, que es lo mío, siempre era solicitado de último y a la carrera para terminar algo que ya se venía gestando desde hacía un tiempo.
Pero ahora los trabajos simplemente dejaron de llegar, llevándome a buscar nuevas opciones, a tocar puertas, a hacer cosas que no había hecho antes para subsistir.
En esa línea, y a pesar de estar consciente y claro de mi vocación y convicción de mi trabajo y lo que hago, en este momento lo estoy dudando, porque ya no parece tener tanto valor como antes. Valor monetario, primero, y valor profesional segundo. Yo sé que hay la necesidad tangible de alguien que ordene ideas, busque las palabas correctas y las manifieste en contenidos claros y prácticos, pero lo que mis contactos me proyectaban era siempre duda y reserva, o de plano rechazo.
Esa es la primera parte de mi crisis de la edad media: ¿tiene valor en realidad lo que hago para ganarme la vida? Yo sé que sí, pero si el ambiente me dice lo contrario, ¿qué debo hacer?
La respuesta es evolucionar o morir, o buscar nuevas avenidas y caminos para llegar al resultado deseado.
Por eso me convertí en guía turístico no autorizado, aplicando toda esa información que he recopilado por años sobre Panamá y su historia para ponerla al servicio de la industria del turismo, la cual creo fielmente que es más positiva a largo plazo para mi país que una mina de minerales. Las giras que hice este año para cerca de 20 extranjeros sobre el Panamá colonial y la Zona del Canal fueron algo nuevo que disfruté y que me dio dinero, pero ahí sí comencé a sentir quizás el síndrome del impostor, pensando “esto no es lo mío” o “qué hago aquí”.
Me he abierto a hacer otras cosas relacionadas con mi profesión de comunicación, dejando atrás el anhelo por hacer lo que más me gusta, y lo que más plata me da, de hacer contenidos escritos para otros que lo necesiten.
Algo que hice en 2023, que me tomó mucho trabajo sin darme tanto dinero, fue editar dos novelas de dos escritores nuevos y jóvenes. Ambos encontraron en mí un editor que, además de poder costear porque yo cobro según el cliente y el proyecto, reconoció su talento y el valor de sus ideas y se fajó el tiempo para ayudarlos con sus respectivos proyectos.
Ese trabajo, que se manifestó cuando uno presentó su libro en la Feria del Libro y cuando el otro lo subió directo a Amazon, me dio lo que una vez me dijo un profesor de sociología de la universidad, Alfredo Figueroa Navarro, cuando lo saludé y le agradecí por sus clases: “Ese es el salario moral del educador”.
Sí, no soy un profesor per sé, sin embargo gran parte de lo que hago como editor es enseñar a otros a escribir mejor. Y aunque a veces gane miles de dólares por hacer libros institucionales, los cientos que les cobro a estos chicos me lo sudo de otra manera y me ofrece una satisfacción más profunda.
El 2023 fue el año de las cotizaciones y de las propuestas. Coticé miles de dólares, y al final solo se manifestaron cientos. Muchos hablan esa paja del “es que es un año electoral y la gente aguanta sus presupuestos porque no saben…”. Entiendo este concepto, y entiendo que los libros y los textos no son una prioridad en el gran esquema social. Igual me parece tonto.
La crisis de las protestas de octubre y noviembre sí me afectaron más que durante la pandemia: todo se paró, literalmente no podías ir a la esquina, mucho menos a una reunión con un cliente o a una entrevista para un proyecto.
Veamos cómo fluye todo eso. El punto es que después de 13 años de freelancear, haciendo un montón de cosas cool para otros y para mí, incluida la autoproducción y autofinanciamiento de 5 libros y 4 discos, hoy en día fantaseo con ser una rueda del engranaje y trabajar de 8 a 5 con un salario fijo y un cheque al final del mes…
El otro lado de mi crisis es la emotiva, vinculada a las relaciones de pareja, al amor, al romance y a la amistad también.
Desde que terminó mi última relación formal de pareja hace cinco años, a propósito no había querido involucrarme con nadie a ese nivel. En veinte años había acumulado una serie de rompimientos y situaciones que, sumadas, y para mí, cuantitativa y cualitativamente creaban un gran divorcio a lo que pudo haber sido un matrimonio de diez años.
Cuando después de eso quise usar Tinder tuve unas experiencias curiosas que registré aquí. Luego me enamoré perdidamente de alguien, como no me había pasado en mucho tiempo, y ese sentimiento me llenó de emociones agridulces que se resolvieron un año después: el enamoramiento tuvo frutos, pero no exactamente los que buscaba, y tuve que aceptar esa realidad y agradecerla, lo cual no fue fácil por muchas razones. A veces cuesta entender el lugar que ciertas personas llegan a ocupar en tu vida, pero una vez que lo entiendes y que todos están cool, como dicen en inglés, “It’s all smooth sailing from here on out”.
Luego, desesperado por satisfacer mi necesidad de dar tanto como de recibir, volví a la fucking aplicación de citas, conecté con alguien rápido y boom, comencé una nueva relación bajo otros parámetros, más abierta y relajada, menos formal y basada en una atracción mutua física e intelectual. Poco después tuve una situación complicada en mi familia y ella estuvo allí para apoyarme, lo cual fortaleció nuestro vínculo. Pero con el tiempo, y de una manera clara para mí pero no tanto para ella, la magia se fue yendo hasta que desapareció por completo. Fue el break up más eficiente de mi vida y no esperaba menos de ella, una mujer de mundo educada y sensata, sin embargo ella me dio a entender que había cosas en mí que la habían hecho dejarse de sentirse atraída, lo cual fue una sorpresa.
Así que regresé a estar por mi cuenta, satisfecho de haber dado lo mejor de mí, como siempre, aunque con la reserva y reflexión propia de saber qué cosas había hecho mal o diferente para alejar a esta persona en lo sexual como en lo moral. Ese no es un buen lugar para estar, sobre todo cuando no tienes acceso a la contraparte para discutir las vainas claramente.
Y eso me llevó a una reflexión mayor de cómo soy yo ahora, a los 45, y qué puedo ofrecer en este momento a los demás, tanto romántica como profesionalmente. Ergo: crisis de la edad media, cosa que suena rara en español porque la expresión se inventó en inglés y no tiene nada que ver con la plaga bubónica ni con los caballeros templarios.
Otra gran parte de esta etapa, de esta encrucijada, es el entender que ciertas personas en tu vida han queado atrás, algunas para no volver, otras para dejar congeladas por un tiempo. Un grupo importante de amistades de mi infancia, con las que pensaba estar toda la vida, ya no siguieron en mi camino (¡o yo en el de ellas!), y eso ha sido duro de asimilar para una persona que es fiel ante todo. Otras amistades se perdieron sobre la marcha, afectadas por emociones complicadas, dejando huecos que no necesariamente han de llenarse. Y sí, siempre hay la posibiliad de hacer amistades nuevas, así que me abro a eso, sabiendo que soy una persona de cierta edad con ciertos puntos de vista que conectan más con unos que con otros, es decir, estoy consciente de que hay una brecha generacional que se ha de aceptar y entender mutuamente para seguir adelante.
Así que pecando de caprichoso y egocéntrico, pero usando los blogs con el propósito original de su existencia (bitácoras personales), eso de darle al individuo común con acceso a internet la capacidad de producir y redactar su propio contenido, confieso todo esto aquí como un ejercicio de redacción, al igual que como una experiencia personal que pueda hacer eco con otros para que no se sientan tan solos en estas fechas.
Sigo motivado, no me he rendido, y al igual que aquellos en recuperación de adicciones o lutos me tomo todo un día a la vez. “Go with the flow”, dicen, y pues eso es lo que es.
PD: Las referencias a canciones de Queens of the Stone Age no fueron planeadas y surgieron orgánicamente.