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Escritor que no lee,

libro que no siente

Aunque al momento existe un auge de escritura y publicaciones en Panamá, a un gran porcentaje de los autores o escritores no les gusta leer.

Esta es una situación irónica y frecuente con la que me he enfrentado en años recientes trabajando con autores nuevos. Ellos están súper motivados por lo que quieren escribir y publicar, pero al preguntarles sobre lo que leen o cuánto leen, la respuesta es “Eh, yo leo muy poco”, o de plano “Es que no me gusta leer”. 

Como ellos y ellas me contactan para darles asesoría editorial, mi respuesta no es una de rechazo, crítica o regaño.

Y yo los entiendo. Yo no crecí con un hábito de lectura. Lo desarrollé de adulto, en mi etapa universitaria, tanto por gusto como por necesidad de estar informado, considerando además que la palabra escrita sería una parte importante de mi profesión como periodista y editor. Y mi hábito lo moldeé en base a mis horarios de trabajo y de ocio, al igual que con mi propio gusto personal. 

A una persona que quiere escribir pero que no le gusta leer no le recomendaría el Quijote, ni siquiera a Cohelo o a Gabo. Mucho menos a transgresores vanguardistas como Borges o Foster Wallace. ¿De qué te sirve leer un clásico, o un “buen libro” o bestseller si tu interés por los libros o tu apreciación de la lectura se enfoca únicamente en lo que tú mismo quieres publicar?

Las excepciones solo cuentan cuando el escritor no lector tiene un discurso claro, personal y que aporta al público, y que por lo menos comunica bien de forma oral. Con estos elementos él o ella pueden escribir un libro decente, que refleje un punto de vista propio y que tenga una redacción por lo menos aceptable. 

La semana pasada hablé con una mujer experta en liderazgo que quiere hacer un libro sobre el tema. Cuando le pregunté qué leía me mostró varios tomos de un escritor, un gurú de hecho, en la materia, y eso lo tomo como algo positivo con lo cual se puede trabajar. 

Porque en cualquier empresa creativa las referencias cuentan. Si has de leer algo, lee lo que te gusta o sobre tu tema de interés. ¡Pero lee! De esa manera podrás producir una obra que evoque ese tono, y que lo presente con la autenticidad propia de cada pluma o persona, añadiendo tu sazón. Las referencias no son para copiarte, sino para guiarte e inspirarte.

A pesar de que tenemos toda la información del mundo al alcance de un botón, muchos evitan eso y se concentran en lo suyo. Eso es bueno hasta un punto. Si vas a aportar con algo es importante que te refleje o proyecte, al mismo tiempo que tenga cierta noción o conciencia del entorno en el cual se ha de presentar. Por eso leer libros en sí, y no solo posts, noticias o memes, te ayudará a formar mejor tus ideas para presentar algo original y bueno.

Un ejemplo que siempre pongo de aquí en Panamá es que hay muchos libros y autores de terror o misterio. ¿Sabes cuántas historias publicadas sobre la Tulivieja hay? ¡Docenas! Panamá y sus lectores no necesitan otro cuento o novela sobre este mito. Mejor inventa otro, o enfoca tu atención en algo similar. 

La razón por la cual publico y comento los libros que acabo de leer en mi Instagram es para que la gente que me sigue vea cómo alimento mi mente, y, por consiguiente, mis escritos. 

Yo no me jacto de leer, en promedio, 30 libros al año. Eso es algo que ya es natural y que me llena. Asimismo, no espero que esos escritores nuevos que no leen logren un desempeño parecido. Para nada. Con que leas un poco más, y que leas de lo que te gusta o de tu tema de interés, ya con eso te estás ayudando. 

Velo así: si antes no leías nada, trata de leer por lo menos unos dos o tres libros al año. No importa su extensión o su temática. Lo que vale es que los busques o consigas, y que te comprometas a leerlos de principio a fin. Encuentra también tus espacios para leer, ya sea en tu sala, en tu cama, en un café, en un parque o donde sea. Incorpora el hábito a tu rutina de una forma orgánica, no forzada.

Porque la realidad es que uno aprende a escribir leyendo. O el leer a conciencia, fijándote en el ritmo de los párrafos, en el manejo de las narrativas, en el lenguaje que se usa, todo eso lo asimilas y sale a relucir cuando te embarcas en tu propio proyecto literario. 

Antes de escribir mi primera novela, hace unos años a la edad de 42, yo ya había leído por lo menos docenas de novelas. Eso me dio la base para hacer algo por encima del promedio, o que tenga un estándar decente.

Se imaginarán mi sorpresa al escuchar a personas que no leen decirme que han escrito varias novelas, o que su primer libro será uno de ese género, quizás el más amplio, avanzado y ambicioso de toda la literatura. 

Aprecio sus cojones, su valentía, su ego. Quisiera yo tener un poco más de eso y creerme mi propio cuento. Pero la realidad es que, lo más seguro, esos libros tengan varios tipos de errores o ajustes que se requieran en todos los niveles (ortografía, sintaxis, estilo). También puede haber ideas poco arraigadas, personajes acartonados, clichés, repeticiones, todas esas situaciones garrafales que has de querer evitar. 

Hace unos años un escritor me dijo que el tercer libro con el que habríamos de colaborar sería una novela de fantasía para un público adolescente en la línea de Tolkien. Por suerte este escritor había leído la serie de El Señor de los Anillos, además de otros libros similares. Se tomó un tiempo para hacer worldbuilding, o para crear sus personajes, sus lenguajes y su imaginario en general. El resultado final denotaba esos esfuerzos previos. 

La metáfora que les presento es sencilla: imagina a una persona que le gusta comer, que le gusta la comida y que tiene el deseo de hacer una cena o poner un restaurante, pero que no le gusta cocinar, o que le da pereza aprender sobre cómo se prepara la comida. ¿Qué resultado tendrá en su cena o en su restaurante? 

Claro, puede contratar a un cocinero o a un chef, pero entonces no podría decir que su menú es “cocina de autor”, como se dice curiosamente, porque otra persona estaría interpretando sus ideas.

Digamos que sí puede cocinar algo. Quizás es un platillo fijo, como hamburguesas o ceviche. Ese algo seguro que le quitará el hambre a un comensal, incluso dándole una experiencia placentera para su mente y ciertos nutrientes para su cuerpo. Pero si ese algo estuviera enriquecido por más técnica culinaria, o por ingredientes más selectos, seguro que el resultado sería mejor, más auténtico y sabroso, con un elemento diferenciador que lo distinga del resto. Y con una reacción más profunda por parte del comensal.

Leer puede ser difícil porque toma tiempo, sí. Le puede costar a algunos porque es algo que, por lo general, se hace solo. Cierto. Todas estas comunicaciones digitales han disminuido nuestros índices de atención, así que el que logra leer un libro de ochocientas páginas en un mes es todo un héroe. 

Pero no todos los libros tienen cientos de páginas. Ese tiempo que pasas en redes podrías dividirlo entre pantalla y libros, o incluso leer ebooks en tu pantalla (o escucharlos, porque supongo que el leer audiolibros también ayuda). Como cada vez hay menos revistas en las salas de espera, yo siempre cargo con un libro de bolsillo en el carro para llevar y leer en estos tiempos muertos. 

Hace poco un videíto de Sarah Jessica Parker, la actriz conocida por protagonizar la serie Sex and the City, donde ella comenta que en su familia de ocho hermanos su mamá siempre les decía que cada vez que salieran de casa llevaran un libro consigo. Que la cercanía de ese objeto los haría leerlo, a su paso sobre todo, y conectar más profundamente con las ideas y cómo se expresan. Me pareció un detalle muy tierno, además de que hoy en día puedes leer libros en tu celular si es necesario. 

Así que si no lees y quieres escribir, la recomendación es tomar un poco más de consciencia sobre lo que te vas a meter y mojarte los pies en el agua de la palabra escrita. 

El resultado no es que necesariamente seas más culto, pero sí que lo que sea que vayas a escribir esté más informado y elaborado. Es por tu bien, y por el de tus lectores también.