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Academia St. Vierja:

El recuerdo incómodo

de las escuelas católicas

del pasado

En 2024 estrenó una película nueva que trata un tema viejo –el abuso en las escuelas y sus efectos en los estudiantes– bajo la perspectiva fresca de un panameño.

El esfuerzo de conocer y compartir

Durante la amena conversación que sigue una cena íntima entre amigos en un apartamento de El Cangrejo a finales de noviembre de 2024, mi anfitriona, a quien conozco porque fuimos al mismo colegio con un año de diferencia (ella promoción del ‘94, yo del ‘95, nuestros hermanos mayores ambos del ‘89), me preguntó si vi la película nueva que salió sobre nuestra alma mater. Sorprendido le dije que no, y le pregunté el nombre y por el director. Ella me dio un título raro (el nombre de la película era un juego de palabras, comentó) y a manera de referencia me dio el nombre de un director de fotografía que yo conocía.

Esa noche me despedí curioso por conocer este filme que había evadido mi radar por completo, sorprendido porque como cinéfilo, periodista y a veces colaborador de proyectos audiovisuales uno más o menos sabe lo que está pasando en dicha industria a nivel local. Le pedí a otro amigo de la escuela (promoción del ’92) que me pasara el contacto de este camarógrafo, a quien conocí en una reunión con este intermediario para desarrollar un documental que él estaba planeando.

Dicen que Panamá es muy chico y que todos se conocen. Esto aplica, sí, pero a cierto nivel. Cierto nivel socioeconómico, vale apuntar. Teniendo el contacto de esta persona estaba esperando el momento para enviarle un mensaje y preguntarle sobre el proyecto. Pero antes de que eso pasara, yo estando una mañana montando patineta en el skatepark al final del tramo marino de la Cinta Costera, lo veo pasar, caminando sin camisa en un día soleado como haciendo un poco de ejercicio.

Sorprendido por la coincidencia lo saludo, conversamos, y me confirma que sí trabajó en el proyecto. Que el director, panameño, vivía en Estados Unidos. Que era doctor de profesión. Que él mismo había escrito el guion. Que la había financiado con recursos propios y del estado. Que todo se había hecho en poco tiempo durante los meses de pandemia, superando las restricciones de la época y dando un respiro de trabajo honesto a los miembros de la producción. Que contaba una historia personal. Y que era su primera película. “Yo también fui a esa escuela,”, me comentó el cinematógrafo Aarón Bromley, “pero no terminé. ¡Era muy difícil!”.

Todo esto sumó a mi curiosidad, y eventualmente recibí por WhatsApp el contacto de José Antonio Stoute, director de Academia St. Vierja. Me identifiqué, señalé mi conexión escolar, y le pedí el enlace para ver su película y reseñarla. Resulta que su ópera prima estuvo en el cine un par de semanas y no me enteré, a pesar de la nutrida red de exalumnos que comparto con varias generaciones. O de leer los periódicos y estar activo en redes sociales.

Comento todo esto por dos razones. Primero, porque a pesar del apoyo institucional de entidades gubernamentales como el Ministerio de Cultura, muchas obras artísticas (libros, exhibiciones, largometrajes, documentales) son poco difundidas o expuestas de la manera más básica, minimizando su impacto y limitando su alcance. Segundo, porque en los medios tradicionales a nivel nacional (televisión, periódicos, radio, redes) el contenido cultural o artístico esta presente casi de manera simbólica, en segundo plano, sin el espacio o interés que amerita en una dieta informativa balanceada y saludable.

Estas circunstancias de promoción mínima a nivel institucional y espacio mediático limitado para críticas y reseñas nos traen hasta aquí: el blog, la revista o canal personal en la Era de la Información, un espacio público y privado en el cual el contenido que logra ver la luz lo hace gracias a un interés personal por llenar un vacío profesional y cultural. Por lo menos en mi caso.

 

Los traumas del pasado en el presente

Es una realidad que no todas las personas recuerdan sus años escolares con placer. Sí, el tiempo suaviza los malos recuerdos y realza lo positivo, pero cuando esos recuerdos son verdaderamente traumáticos, o sea que influyeron y marcaron la vida de aquellos que los vivieron de una manera negativa, el cuento es otro.

Durante el siglo pasado en Panamá las escuelas católicas privadas eran el epítome de la buena educación. Todos las conocen, no hay que mencionarlas. Estar en esas escuelas garantizaba una educación eficiente bajo los estándares de la época, y al mismo tiempo marcaba la división social entre las clases pudientes que podían costearlas y la nueva clase media que estaba creciendo y que ahora tenía acceso a ellas. La “clase popular”, o el segmento socioeconómico C o D, para ponerlo en términos más objetivos, iba a escuelas públicas, que en un balance justo del asunto, y en el contexto de la época, eran tan dignas y tan buenas a nivel educativo como las privadas. El Instituto Nacional y el Colegio Artes y Oficios, por ejemplo, liberados de los dogmas del catolicismo y con maestros y profesores de primera, producían estudiantes tan destacados como cualquier otro colegio privado.

En ese entonces, digamos de 1950 al año 2000, las escuelas católicas tenían la buena fama de formar niños y niñas decentes y bien educados, listos para afrontar el mundo con valores y conocimiento. Esas escuelas también tenían la mala fama de tener profesores o administrativos, religiosos/as o no, que podían ser abusivos. Esto no es nuevo, y recordamos que en esos tiempos había prácticas que eran toleradas, como el tirarte un borrador a la cabeza, pegarte con una regla en las manos, jalarte las orejas o castigarte de una manera físicamente pesada. La sociedad era más machista en ese entonces, y un profesor que fumando en clase te decía que eras un idiota estaba ok.

Hoy en día vivimos con la cruda realidad del bullying, o el acoso infantil, lo que antes simplemente llamábamos “jodedera” o “molestar”. La tolerancia al abuso de cualquier tipo ha llegado a cero, y que no te inviten a un cumpleaños porque no eres miembro de algún club social, o que te tus compañeros te molesten constantemente por x o y motivo, es causal suficiente para que tus padres se quejen, para que la escuela les ponga atención, y para que incluso te saquen de allí y te lleven a un colegio nuevo donde, esperemos, encuentres un ambiente más amigable y relajado.

Al mismo tiempo, las escuelas católicas privadas que tanto brillaron en el pasado fueron superadas académicamente por nuevas escuelas particulares con una agenda educativa más contemporánea. Más idiomas, más tecnología, menos valores religiosos y más conceptos éticos en general. Estas escuelas religiosas mantienen su prestigio y sus estándares, no me malinterpreten, pero su popularidad y alcance ha sido superado por colegios con un currículo más global, además de con otros recursos que les permiten dar una experiencia más ventajosa para el futuro de sus estudiantes.

Yo crecí con mucho apego a mi colegio. Mi papá, mi tío, mis vecinos y sus padres, todos fuimos a este particular colegio particular, lleno de mística e historia. Una vez graduado, lo cual también pasó de milagro en mi caso porque mis notas en física, química y matemáticas nunca fueron buenas, pude agarrarle más cariño a mi escuela, notando que entre los que fuimos allí, además de los doctores, abogados e ingenieros obligados, había muchos artistas y creativos. También muchos hombres gay, lo cual siempre me llamó la atención y me dio cierto orgullo porque pienso que los hombres gay tienen que ser doblemente hombres para ser felices. Lo más seguro es que estaban en todos los colegios particulares y públicos, pero en el mío es algo casi estadístico.

Yo no tengo ni voy a tener hijos, y si los tuviera los pondría en una escuela más moderna y laica. Y también, viendo para atrás y conversando con exalumnos de diversas generaciones, entiendo que esos sacerdotes y administrativos tenían sus secretos, que no todo era tan color de rosa, y que efectivamente hubo abusos y situaciones que traumaron severamente a miles y miles de profesionales de hoy.

 

De doctor a cineasta

Así llegamos a José Stoute y Academia St. Vierja. La Web de la Salud, una revista online, tiene de las pocas entrevistas que existen con este nuevo director. Lo dejo comentar su background en sus propias palabras citándolo de dicha fuente:

“Nací en Carolina del Norte, de padre panameño y madre española. Poco después de mi nacimiento, mi familia se mudó a Panamá, donde crecí hasta los 16 años. En ese momento, vine a los EE. UU. para asistir a la universidad y estudiar medicina. Después de la escuela de medicina y la residencia, me uní al ejército de los EE. UU. para pagar una beca de la Escuela de Medicina. Estuve en el ejército durante 20 años, lo que incluyó muchas asignaciones en lugares riesgosos, incluidas dos guerras. Después de jubilarme del ejército a los 48 años, me uní a la Facultad de Medicina de Penn State, donde trabajé durante 10 años más”.

Panamá está llena de panameños y panameñas biculturales como Stoute. El tener un padre extranjero o el vivir en otro país por su trabajo siempre da otra perspectiva al descendiente, más amplia y de mundo, que a la vez que refuerza el apego por Panamá porque se reconoce su carácter único y especial de entre las naciones del mundo. Continúa Stoute:

“He sido médico, científico y soldado. Siempre me ha atraído contar historias en películas desde la escuela secundaria. Sin embargo, inicialmente, hice caso a la vocación de la medicina y la ciencia. Para la segunda mitad de mi vida, decidí que quería dejar un legado duradero en este mundo contando las historias que no se han contado. Por lo tanto, a la edad de 58 años me inscribí en la escuela de cine y aquí estoy”.

Al ser cuestionado sobre su vínculo con Panamá, habiendo hecho su vida por completo en Estados Unidos como un estadounidense, Stoute señala que “Es el lugar que me vio crecer y que yo tengo en mi memoria por ese tiempo especial. Mi mente está fijada en este país, su historia, y sus historias”.

Y vaya historia que contó en Academia St. Vierja (el "St." es el diminutivo de "san" de santo en inglés). Su guion sigue a Toño, un estudiante hijo de una madre soltera que trabaja como doméstica que logra entrar al prestigioso colegio, cuna de presidentes de la república y ciudadanos destacados. Su entrada a la escuela es en los primeros años de secundaria, pre media como le dicen ahora, entre los 11 y 13 años de edad en la década de 1970.

Toño es recibido por profesores estrictos y duros, todos hombres, algunos excéntricos, el rector y director ambos sacerdotes españoles. Sus compañeros son yeyesitos, esos hijos de la llamda “oligarquía” en cuyo mundo limitado El Club Unión y Coronado eran espacios comunes. Al principio sus compañeros lo molestan por ser nuevo y quizás algo sensible, y entre las golpizas y acusaciones falsas para joderlo logra hacer amistad con otro compañero de clase acomodada, este buscando un amigo para escapar de la mala relación entre sus padres, y Toño ocultándole que en realidad vive en un barrio popular.

La película de Stoute destaca, primeramente, por la manera discreta (podría decir elegante pero sería raro) en la cual muestra los abusos que Toño sufrió o fue testigo de. No es melodramático al respecto, ni exagerado. Hay un sacerdote malicioso y obvio, un profesor a veces sádico y otras sensato, y un directivo estricto pero con una larga cola que le pisen.

El peso de la trama recae en gran parte en la excelente actuación de Andrés Marín, chico que interpreta a Toño por más de la mitad del filme. Cualquier director de cine afirmará que trabajar con actores infantiles o adolescentes es un juego de ruleta porque controlar sus emociones y hacerlos proyectar para la cámara es complicado, sobre todo cuando hay sentimientos fuertes de por medio. Stoute tuvo suerte con Marín, el cual en sus gestos y actitudes, ya sean de miedo, orgullo, dolor o valentía lleva la narrativa e interpreta con naturalidad.

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Andrés Marín es brillante en su interpretación de Toño.

Una escena clave del filme, en la cual Toño visita una prostituta con la ayuda de uno de sus profesores, además de tener una referencia cinematográfica a El Graduado, el tema de la posible homosexualidad o no del protagonista es abordada de la manera más amigable y positiva, sin juicios y con total empatía, hasta con algo de humor para bajar la tensión.

La otra actuación que destaca es la de Julio Chamorro como el Prof. Guardilla, quien dentro de su dureza propia de la época y de su entorno se presenta, primero, como otro maestro jodido, pero que después, en el giro dramático del tercer acto, proyecta un lado sensible que ayuda a Toño de una manera fundamental para su futuro.

No esperaba que esta película me conmoviera, pero lo hizo. Por momentos se siente lenta en sus 105 minutos, pero las escenas finales tocan las fibras que tienen que tocar. Aquí el director tuvo otro gran apoyo aparte de su historia: a nivel técnico, la fotografía de Aarón Bromley es impecable y elegante, sutil en sus movimientos, e incluso jugando con los focos para ciertos efectos. En complemento, la orquestación del guitarrista y productor Rodrigo Denis soporta y resalta la emoción de cada escena sin distraer la atención, un logro importante para un músico surgido del rock y del pop.

Además, la ambientación de la época setentera es lograda con éxito gracias a un buen vestuario y con el detalle de carros bien posicionados en escenas de exteriores.

A pesar de su experiencia nula en el medio, de sus recursos limitados y de esta ser su primera película, Stoute, como director, no cae en ciertos vicios propios de otros directores panameños renombrados. Por ejemplo, no tiene el humor a veces forzado de las películas taquilleras de Arturo Montenegro, y también evita los dramas exagerados y a veces trillados de Arianne Benedetti, quien además insiste en actuar en sus propias películas en roles que no distan mucho de su personalidad real (el rostro de Stoute solo aparece en la pantalla de un celular como un amigo llamando al protagonista desde Panamá).

Academia St. Vierja logra contar una historia personal, inspirada o basada en hechos reales como lo señala en su título, diciendo algo que muchos vivimos pero que poco se ha contado, y mostrando situaciones realistas y complicadas en lo social y lo emocional sin caer en melodramas novelescos. Aquí quizás Stoute, endurecido en carácter como veterano de guerras y que hizo misiones sociales como médico investigador en África, pudo echar su cuento prescindiendo de estos tropes o fórmulas narrativas hollywoodescas.

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Toño estudiando en el baño de su casa pequeña.

Fuera de esos detalles minúsculos, Stoute cumplió su cometido. Su historia era tan original, por lo menos en papel, que le valió el premio del Concurso Nacional Fondo Cine del Ministerio de Cultura de Panamá en la categoría de post producción año 2022 ($25 mil).

Al final, Academia St. Vierja me sacó lagrimas por mostrar una época histórica vivida que ya no va a regresar. Además de que Toño, el nombre de su protagonista, era mi apodo durante los 11 años que estuve en el colegio (mi segundo nombre es Antonio y solo empecé a usar el Raúl en la U), la interpretación escolar de Stoute fue fiel y me hizo recordar lo bueno que viví en ese lugar y con esas personas.

Por suerte yo no la tuve tan difícil como él o como su protagonista. Cuando yo estuve en dicha escuela en los ochentas y noventas la institución estaba en una etapa de transición, pasando de ser solo para niños a estar integrada con niñas, algo que relajó ciertas tensiones que antes eran más notorias en un ambiente totalmente masculino; y también estaba quedando atrás la hegemonía religiosa y pseudo colonialista de los sacerdotes españoles que controlaban estos colegios como un feudo, dando paso a hermanos y hermanas y padres y monjas locales o de la región, quienes poseían un carácter menos autoritario y formal.

A estas alturas de su vida Stoute puede hacer cualquier cosa, y definitivamente ha logrado mucho. ¿Hará otra película? ¿O se dará por satisfecho de haber producido un largometraje de verdad y de contar su historia personal ante el mundo? Como sea, tiene el mérito de haber creado algo interesante y válido con un buen estándar de calidad, de capturar una realidad social de su época que lo marcó a él y a otros para bien o para mal, y de superar sus traumas de pasado para seguir un camino propio y lleno de retos.