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Un libro maldito y un libro bendito del Canal de Panamá

Dos publicaciones, una de 1997 y otra de 2009, presentan realidades opuestas sobre el canal de Panamá.

¿Crisis canalera?

A principios de año, y al igual que muchos de mis coterráneos, sentí unas olas de sorpresa, disgusto y ligero pánico al escuchar las declaraciones del actual presidente de Estados Unidos sobre sus intenciones de disque retomar el Canal de Panamá. Siguiendo el modus operandi que lo distingue, este señor dijo lo que dijo con un tono arrogante y prepotente, con motivos que en teoría solo benefician a su país y las necesidades nacionalistas de sus copartidarios.

También siguiendo su actuar usual, sus declaraciones estaban basadas en hipérboles sin un sustento real, para no decir mentiras. Y como era de esperarse de un millonario de bienes raíces que salió en un reality show, este señor no es el fanático más grande de la historia, y una vez establecido como “líder del mundo libre”, título que se le daba antes al presidente estadounidense, sus asesores le presentaban e interpretaban los acontecimientos históricos a su favor y desde su perspectiva.

Mientras esto pasaba yo pensaba en cómo esto me parecía anacrónico, fuera de tiempo, como algo que haría alguien que desea regresar al pasado cuando en realidad no hay vuelta atrás.

Y en esa misma línea, en años recientes me ha tocado ayudar a distribuir y donar el contenido de bibliotecas personales de gente que ha fallecido o que ya no tiene el espacio. Las ordeno y categorizo, y luego dono los libros a donde mejor sirvan, conservando como pago algún tomo que me parezca interesante. Uno de ellos fue Michael Pierce, un abogado estadounidense que radicó en Panamá hasta morir en 2023, y que de hecho fue de los que defendió a varios panameños afectados por la invasión de 1989 ante el gobierno de Washington en la solicitud de compensaciones.

Uno, como escritor y editor, siempre tiene libros por leer en su mesa de noche. En enero de 2025, con la paranoia del canal en el ambiente, reviso mi montón de libros pendientes y encuentro uno que rescaté para mí de la colección del señor Pierce. Cuando empecé a leerlo no podía creerlo: todo lo que Estados Unidos y su gobierno estaban alegando y discutiendo sobre el Canal de Panamá estaba allí, dicho casi con las mismas palabras en 1997.

Tras pasar el mal rato de leer ese libro quise balancear el asunto con otro del mismo tema. Así que busqué y releí uno que había leído por primera vez en 2020, en pleno apogeo de la pandemia, mientras hacía research para el Museo del Canal Interoceánico que estaba en proceso de actualizar sus salas y exhibiciones. Al final fui excluido del proyecto por razones más allá de mi control o de mi trabajo (firmamos contrato en marzo y en junio nos despacharon; la renovación se dio con éxito), pero en ese período leí varias docenas de libros, estudios y documentos sobre la historia del Canal de Panamá. Uno de ellos lo disfruté tanto que nunca lo olvidé, y leyéndolo ahora por segunda vez siento que encaja perfectamente en la discusión como contrapunto basado en hechos concretos y bien documentados.

Así que a continuación les comento Death Knell of the Panama Canal?, de G. Russel Evans, y The Canal Builders, de Julie Greene. Saquen sus propias conclusiones como yo lo hice.

Un libro maldito y la retórica ultra conservadora gringa

Death Knell of the Panama Canal? es un título que puede traducirse como ¿Retumban las campanas por la muerte del Canal de Panamá? Es un libro de tapa suave, tamaño de bolsillo, publicado en 1997 por dos organizaciones conservadoras estadounidenses, el National Security Center y el Freedom Center. La tesis del libro es la siguiente: Estados Unidos no debe ceder el canal a los panameños porque ellos lo van quebrar con su mala administración, corrupción e incapacidad, además que “Red China”, o los rojos comunistas chinos, están acechando los puertos istmeños, lo cual presenta un alto riesgo de seguridad para el país norteamericano.

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El autor de la obra, G. Russel Evans, era un veterano naval de la guardia costera, o sea no un militar propiamente dicho. Tras trabajar allí 30 años al jubilarse comenzó a asesorar al gobierno en materias afines, y eso lo llevó a interesarse en el Canal de Panamá, considerado por alguien como él como un triunfo de sus paisanos y de su gobierno (a la gran mayoría les da igual). Se metió de lleno en el tema a principios de los años ochenta indignado, me imagino, como la mayoría de sus compatriotas por los recientes tratados Torrijos-Carter, en los que se decidió que Panamá recibiría el canal y la ex zona paulatinamente desde 1978 hasta finalizar la entrega total el último día de 1999.

Hoy es sabido que la mayoría de la población de Estados Unidos no quería entregar el canal, bajo la tónica de “nosotros lo construimos y es nuestro”. El presidente que lo hizo, Jimmy Carter, para nosotros un héroe, para ellos es un appeaser, un apaciguador, alguien débil de carácter que en vez de escuchar a su población escuchó a la del resto del mundo.

Con todo el tiempo del como jubilado, y comprometido con mantener el alto el poderío y renombre de su gran nación, Russel Evans investigó el asunto e hizo un gran descubrimiento que manifestó en su primer libro en 1986, titulado The Panama Canal Treaties Swindle: Consent to Disaster. Swindle se traduce como estafa. Su planteamiento, basado en datos y declaraciones, es que los famosos tratados son ilegales dentro del esquema constitucional de ambos países firmantes, y que la entrega de la zona y del canal a los panameños, a los cuales tacha constantemente como corruptos e incapaces, es que esto será un desastre internacional que deja mal parado a su querida “America”, debilitando su poderío global y su carácter.

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Once años más tarde en 1997, y conforme algunas bases y terrenos de la zona eran devueltos poco a poco a los panameños, Russel Evans seguía sonando las campanas hasta que se sintió obligado a escribir un segundo libro con el mismo tema, un último recurso para crear conciencia y tomar acción. En ese nuevo tomo entran dos grandes amenazas no previstas durante la negociación de los tratados: la guerra contra las drogas en el continente y la presencia de la “China Comunista” en el territorio con la compra de los puertos en el Pacífico y en el Atlántico.

La “estafa” canalera se dio entre Carter y su equipo negociador, liderados por el abogado y diplomático judío Sol Linowitz, y la ilegalidad viene por la “Enmienda DeConcini”. El tratado es en realidad tres tratados en uno, y a la hora de ratificarlos y aprobarlos una vez firmados se dan reservas y enmiendas. Esta en particular, presentada por un senador, afectaba el tratado de neutralidad, y en ella se insistía que Estados Unidos pudiera intervenir militarmente en Panamá para mantener el orden el país ante cualquier riesgo político que sucediera y que pudiera afectar la operación del canal. Al final ambos países ratificaron los tratados a pesar de estas observaciones y demandas.

Esa es una explicación generalizada del asunto. Russel Evans en Death Knell repite, una y otra vez de principio a fin, el título y la materia de su primer libro que nadie vio a casi 20 años después de los hechos (¡Los tratados fueron una estafa, un robo!). Y esta es una parte de la retórica del Partido Republicano de estados Unidos que veo aquí y que noto ahora: repetir incesantemente ideas que, aunque quizás suenen bien, carecen de fundamento ante una investigación más profunda.

La pérdida de $32 billones que representaban los casi 5000 inmuebles de todo tipo de la zona del canal es otro pesar que lamenta Russel Evans, alegando que lo ya devuelto, como las bases de Sherman en Colón y otros espacios en Amador, comenzaban a deteriorarse y que los panameños no podían darles el mantenimiento apropiado. En su libro él entrevista y cita a Pérez Balladares, Roberto Eisenmann, Carlos Eleta y a otros panameños en el debate de entonces de mantener cierta presencia militar de Estados Unidos para combatir el tráfico de drogas. ¿Por qué dejar la operación y sistemas de seguridad de Quarry Heights en Cerro Ancón, por ejemplo, y mudarlo a Miami, como se quería hacer con la operación del Comando Sur?

En su libro señala los cientos de entrevistas de radio y televisión a las cuales asistió en Panamá y Estados Unidos para fomentar esta causa, la cual hoy en día la percibo como perdida. ¿Por qué? Porque aunque sí vendimos esos puertos a China (mientras mantuvimos relaciones con Taiwán, vale decir) no hubo hasta ahora ninguna injerencia comprobada de dicha nación en la operación canalera o en la política nacional, tanto así que pudiese afectar directamente de manera negativa a Estados Unidos.

De la misma manera, la guerra contra las drogas fue otro esquema dogmático republicano, en el sentido de que aunque sí había criminales produciendo y vendiendo cocaína y demás desde Latinoamérica al resto del mundo, y aunque sí se capturaron a capos y se disminuyeron los índices de violencia en los países productores a través de ajustes sociales, el mayor consumidor sigue siendo Estados Unidos, que hace todo para echarle la culpa a los demás por su población adicta sin tratar la situación de la mejor manera internamente. Hoy en día no es Colombia y la cocaína, sino México y el fentanilo, y el problema sigue siendo el mismo.

Lo que más molesta de Russel Evans y su libro, el cual escribió con miedo y coraje (enojo) a sus más de 80 años, es el tono condescendiente y grosero ante todos los que no son como él en este asunto, o sea los demócratas y los panameños. En algunas partes el mal es mencionado cuando no se va de acuerdo a sus intereses, en esos "evil doers" insensatos que actúan de la forma incorrecta insistiendo en que devolver el canal es lo correcto. Y la idea de la soberanía de Panamá, o el respeto por los deseos de la población de este país, son una bicoca (¡nunca había usado esa palabra!) ante los intereses que sí importan de verdad, o sea los de su grande y poderosa nación.

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Podría decir mucho más de este libro, pero prefiero que otro lo resuma. Death Knell of the Panama Canal? está a la venta en Amazon y tiene dos reseñas. Esta es una de ellas:

“Author criticizes supposed lack of Panamanian maintenance to Canal; neglects to explain Panamanian government was otherwise occupied during period of economic turmoil resulting from years of U.S. support for tyrannical regime, U.S. sanctions, and U.S. invasion. Premise for book, that Panamanians are incapable of running Canal themselves, proven wrong since this publication. Author can't proofread but presumes command of legal language in 1903 treaty superior to that of Kissinger, White House legal team, and treaty signers themselves, all of whom determined Canal Zone was never US territory. Repeated citation of Panamanian preference for continued US presence 3 to 1, but polls changed (perhaps after publication) once press reported US misuse of base land. Clearly indicates that justice for Panamanians is subordinate to his definition of "justice for Americans." Enough misrepresentations to discredit book except as insight into inner workings of ethnocentrism.”

Un libro bendito y la historia no antes contada

The Canal Builders dice todo lo que The Path Between the Seas de David McCullough, considerado desde su publicación en 1977 como el documento más completo sobre la historia de la construcción del canal, no dice.

Escrito por la profesora e historiadora Julie Greene, con títulos de Cambridge y Yale, The Canal Builders se concentra en presentar cómo fueron las vidas de los constructores del canal: sus situaciones laborales y personales, sus luchas por mejorar sus condiciones, sus penas sufridas ante el sistema que los administraba. Así como la retórica del libro anterior se asemeja a la del actual gobierno estadounidense, en este libro, en su introducción, toda su descripción sobre Theodore Roosevelt, el presidente que negoció la participación de Estados Unidos en el proyecto, es similar al de su actual homólogo: un tipo nacido en cuna de oro en Nueva York, con carisma pero inseguro personalmente e insensible a la realidad de otros que no son como él, con capacidad para hablar pero con ideas a veces poco sensatas o complicadas, interesado en hacer crecer a su país a costa de conquistas internacionales que causaron más dolor ajeno que beneficio propio (ver historia de Filipinas y Puerto Rico; comparar la posición de Estados Unidos en relación a los conflictos actuales en Ucrania y Palestina).

Aunque el tono del libro a veces es seco y académico, lo que narra es tan telenovelesco e interesante que a mí en lo personal me produce una película épica interior en mi mente. En sus capítulos señala, primeramente, el experimento social, militar y administrativo que el gobierno estadounidense emprendió en la zona del canal, donde lo más difícil no fue la aplicación de la tecnología ni la ingeniería del canal en sí, sino más bien la administración correcta y eficiente de los miles de trabajadores que hicieron la labor más ardua de la obra. ¿Cómo debería ser ese gobierno? La conclusión fue un tipo de despotismo benevolente donde un líder respondiera por todo y por todos, o sea un tipo de socialismo o tiranía disfrazado de otras cosas.

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Ese gran líder de la obra no fue Roosevelt, sino George Goethals, en ingeniero militar que el impulsivo presidente puso de a dedo en 1907 para terminar la obra en 1914 según lo programado. De lo más interesante de The Canal Builders fue ver cómo Goethals hizo su trabajo con máxima eficiencia; por un lado prohibió las huelgas y los sindicatos entre los miles de trabajadores con labores y necesidades dignas de un gremio, pero por otro tenía una política de puertas abiertas todos los domingos en su oficina, donde cualquiera podía hablar con él directamente y presentarle su situación; por un lado le dio rinda suelta a los equipos de ingenieros de esclusas para que trabajaran de forma independiente y compitieran entre sí, pero por otro lado propició divorcios, realizó deportaciones, ofició ejecuciones de criminales, todo con un asistente mano derecha que era como un espía real de la corte que le reportaba de todo al oído.

Greene luego detalla las diferentes vidas entre los trabajadores blancos estadounidenses, quienes se consideraban racial, cultural e intelectualmente superiores a los demás obreros, profesionales y técnicos de proyecto, y los “no blancos” del Caribe, Europa, Asia y Latinoamérica, que motivados por la aventura y por tener un trabajo mejor pagado que las miserias que estaban viviendo en sus respectivas naciones llegaron a otro país para vivir nuevas miserias no antes imaginadas. Los administradores del proyecto pronto notaron que el dividir los pagos, beneficios y condiciones de trabajo por nacionalidad y raza ahorraba problemas y recursos, y así aplicaron el silver y el gold roll.

Una de mis partes favoritas del libro es la visita de Gertrude Beeks al sitio de construcción durante su punto más álgido en 1907. Ella era una asesora gubernamental en materia de derechos laborales, y fue enviada para hacer un reporte para el gobierno. En sus recomendaciones propuso mandar a traer esposas y construir más casas para familias para incentivar el trabajo y reducir la deserción; establecer clubes y actividades recreativas para mejorar la moral; y construir toldas de secado para que los trabajadores del silver roll pudieran secar sus uniformes cuando les tocaba trabajar bajo la lluvia o bajo el agua, ya que antes trabajaban con el uniforme mojado que nunca daba tiempo para secarse, causándoles pulmonía y muerte. El problema con Beeks y sus recomendaciones es que en su mayoría atendían las necesidades de los blancos estadounidenses, ignorando olímpicamente las de la mayor población laboral de negros y mestizos.

El profundo racismo y denigración de los negros de Barbados, Jamaica y demás islas caribeñas, incluso de los negros estadounidenses que vinieron a trabajar en el proyecto, es algo que Greene destaca claramente en este libro de una manera que Un camino entre dos mares de McCullough nunca hace. En su ascenso como potencia global Estados Unidos proyectaba liderazgo, progreso, innovación, todas cosas buenas con las cuales contaba efectivamente; sin embargo, al igual que la naciente Panamá en esa época, todos los ciudadanos que no eran “blancos” eran considerados de segunda categoría, sin derecho a participar en las acciones clave que llevan al desarrollo de una identidad nacional realmente inclusiva.

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De hecho, ahora que volví a leer el libro hubo algo que saltó a mi atención claramente. Es algo que el libro Erased, de Marixa Lasso, el cual reseñé aquí en 2019, confronta de salida. Greene repite constantemente cómo el canal era una obra con la cual Estados Unidos mostraba sus poderes para crear “civilización” ante el mundo. Todo es civilización para dominar el trópico (para el hombre blanco), civilización con tecnología (que otros también tenían pero que ellos especializaron) y civilización progresista (pintándose como mejores que los colonialistas europeos del pasado pero disfrazando su imperialismo de democracia y mercado libre).

Esa “civilización” es la civilización occidental, “Western Civilization”, un esquema socio cultural donde la razas caucásicas europeas blancas son superiores a todas las demás, basadas en esos valores de los Griegos y los Romanos de democracia y justicia, y que en la antigüedad dividían al mundo de los bárbaros paganos de Asia y en resto. Durante todo el siglo XX Estados Unidos se convirtió en el principal representante de este cuento, denigrando poco a poco hasta lo que está pasando hoy, donde se encuentran en una etapa “post imperio”, con el actual presidente deseando regresar a ese pasado imperial que Roosevelt echó en marcha.

En las docenas de pueblos de lo que se convirtió en la zona del canal había, por unos 300 años antes de que los estadounidenses llegaran, comunidades organizadas con instituciones públicas y una población cultural y étnicamente diversa. Esto no era civilización para ellos porque había mestizos, indígenas, negros, judíos, chinos y europeos compartiendo en cierta armonía. Ese etnocentrismo que al final comenta la señora en Amazon del libro Death Knell se refiere a esto de sentir que tu grupo es mejor que los demás, y si le sumas la filosofía de “manifest destiny”, en la cual el derecho divino cristiano entraba en el asunto, eso justificó las acciones de este país que beneficiaron, sí, pero perjudicaron casi de igual manera.

The Canal Workers termina con otro acontecimiento digno de una película de Hollywood: los disturbios de Cocoa Grove en 1916. Fue una noche de violencia en las calles de este distrito ubicado en el área de Santa Ana a la altura de la Avenida de los Mártires, donde en ese entonces estaban los bares, cantinas y prostíbulos del lado pacífico (la zona del canal era un “condado seco”). Militares borrachos celebrando el 4 de Julio cruzaron la cerca y causaron daños y desastres. La policía panameña trató de controlarlos, hubo disparos, y varias personas murieron en ambos mandos. La imagen que más recuerdo de esta parte son las prostitutas tratando de protegerse dentro de sus habitaciones de lupanares para que los jóvenes militares alocados no entraran y abusaran de ellas. El resultado: Estados Unidos desarmó, literalmente, a la policía de Panamá para que nunca más pudieran alzarse de esa manera ante ellos. Solo el hombre blanco puede poner en orden al hombre blanco.

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Así que estos dos libros demuestran la realidad histórica del Canal de Panamá. Está el berrinche de aquellos que no pudieron aferrarse a él, sin quitarles el crédito por la impresionante creación que ejecutaron con éxito, y cómo algunos de esa línea de pensamiento quieren regresar a esa realidad sin considerar todo lo que ha pasado desde entonces.

Groenlandia, bajo el discurso actual del gobierno estadounidense, está igual que Panamá en 1902: una provincia lejana que podría estar mejor si se suma al protectorado de Estados Unidos, aportando además a su posicionamiento estratégico militar para defenderse de sus enemigos.

Y Panamá, que prácticamente hizo un segundo canal por cuenta propia y merece todo el mérito por ello, sigue considerando a los estadounidenses de una manera especial con justa razón, aunque en este caso debe mantener firmes sus posturas, políticas y comunicaciones para seguir progresando con su particular civilización, sin imposiciones de otros.

The Canal Builders empieza con este poema que resume todo esto muy bien:

Preguntas de un trabajador que lee la historia (Bertolt Brecht, 1935)

¿Quién construyó las siete puertas de Tebas?

Los libros están llenos de nombres de reyes. ¿Fueron los reyes quienes arrastraron los escarpados bloques de piedra?

Y Babilonia, tantas veces destruida. ¿Quién construyó la ciudad cada vez?

¿En cuál de las casas de Lima, Esa ciudad resplandeciente de oro, vivieron quienes la construyeron? En la noche cuando se terminó la muralla china ¿Adónde fueron los albañiles?

La Roma imperial está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? ¿Sobre quién Triunfaron los Césares?

Bizancio vive en canciones. ¿Eran todas sus viviendas palacios?

E incluso en la Atlántida de la leyenda, la noche en que los mares se precipitaron. Los hombres que se ahogaban aún gritaban por sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo?

César venció a los galos. ¿No había ni siquiera un cocinero en su ejército?

Felipe de España lloró cuando su flota se hundió y fue destruida. ¿No hubo otras lágrimas?

Federico el Grande triunfó en la Guerra de los Siete Años. ¿Quién triunfó con él?

Cada página una victoria, ¿A costa de quién la bola de la victoria?

Cada diez años, un gran hombre. ¿Quién pagó el pato?

Tantos detalles. Tantas preguntas.