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Esterilización con V de vasectomía

Una reflexión personal sobre la enorme decisión de no procrear.

Antecedentes

Mi fantasía siempre fue tener hijas. Una, dos, quizás tres. Desde que era más joven pensaba que el mundo se beneficiaría con más mujeres en él. Esta fantasía también incluía el tener a estas potenciales hijas con una mujer de determinada apariencia, buscando cualidades físicas ajenas a las mías y a las de mi familia que, de cierta manera, complementaran aquello que yo no tenía.

Sí, entiendo que este es el argumento elaborado detrás del políticamente incorrecto dicho de querer “mejorar la especie”, pero en el fondo es cierto: el mestizaje es nuestra futura salvación, ya que produce humanos genéticamente más fuertes. Con esto había logrado fusionar mis sueños románticos de niñas pelirrojas pecosas con el de ser un futuro padre de hijos/as que aporten algo positivo a este planeta.

Esta idea estuvo en mí durante mis años universitarios y el transcurrir de mis veintes. En el fondo, como era esperado socialmente, deseaba casarme y tener hijos, lo cual era visto como parte del desarrollo pleno de una persona junto al “éxito” profesional. Conforme pasaba el tiempo –y esto es algo que nos pasa tanto a hombres como a mujeres– me tocó ver a mis amigos del barrio y de la escuela hacer precisamente esto: comprometerse, tener una boda grande, traer hijos al mundo y lograr combinar satisfactoriamente sus vidas familiares y profesionales. Yo los veía a ellos desvelados pero contentos, orgullosos de diferentes maneras de los seres que habían traído al mundo. Mi reacción ante esto era una de respeto y admiración.

También fui testigo de muchos embarazos no planeados. En estos casos, las relaciones de los padres eran más volátiles y los niños, conforme crecían, lo hacían enfrentando ciertas dificultades que muchas veces les impedían tener una niñez más plena o feliz. Sin embargo, estos retoños no eran menos queridos que aquellos que nacían en un hogar estable, muy a pesar de los posibles errores de sus padres, y en general seguían contribuyendo al constante ciclo de la vida y proliferación de la especie humana en este planeta.

El único capricho que admito en mi juvenil deseo de tener hijas era la posibilidad de ver parte de mí ser trasferida a una mujer, sexo que opino es más fuerte y superior en muchos sentidos al mío.

Como a los 25, y ya teniendo el trabajo de mis sueños que ayudaría a establecerme profesionalmente, logré tener de novia a una chica que tenía esas cualidades que tanto buscaba para procrear. Sin embargo, no contaba con que ella tuviera una condición psiquiátrica que no supo/pudo manejar en el momento y que terminó menguando en la relación. El rompimiento de este amor fue determinante en mi vida, me afectó más de lo esperado y me traumatizó en varios aspectos. Para recuperarme tuve que renunciar a mi trabajo, medicarme e irme un rato del país. Comenzar a escribir música y letras para canciones también me ayudó con esta catarsis.

Antes de que las relaciones entre mujeres mayores y hombres menores estuvieran de moda, como es la tendencia hoy en día, yo siempre me sentí atraído a las mujeres “de cierta edad”, por múltiples razones que vienen al caso aquí. He tenido noviazgos con damas 15 o 20 años mayores que yo, todos con resultados diferentes; una de estas relaciones fue con una mujer que tenía varios hijos de edad adulta y adolescente, y lo que compartimos en el tiempo que tuvimos juntos fueron cosas que ella no pudo disfrutar con su ex esposo ni al estar al cuidado de sus niños. En un momento de la relación, y en una reacción que no entendí al principio, ella una vez me dijo llorando que era una lástima que no pudiéramos tener hijos (ya se había hecho la histerectomía). Después pude captar que, para ciertas mujeres, cuando se enamoran de verdad, la fantasía de tener un hijo de ese hombre es un sentimiento intenso que llega a la médula de su identidad femenina y de futuras madres.

Mi padre es ginecólogo obstetra con especialidad en infertilidad, endocrinología y sexología clínica. O sea que yo crecí escuchando sobre los problemas femeninos más íntimos. Eso me dio un respeto muy grande ante el bienestar sexual y reproductivo de una mujer. Por otro lado, recuerdo tener amigos que hace 20 años todavía me decían que no les gustaba usar condón, o que enfrentarían sin más el caso de tener un hijo si la situación se diese. Yo los escuchaba con cierto recelo, sorprendido ante una actitud tan irresponsable e impulsiva. Con esto digo que desde que empecé a estar “activo” tuve conciencia de protegerme, esperando a la persona ideal con la cual esto no fuera necesario, ya encaminado hacia la madurez que llega con la paternidad (o viceversa).

Por eso fue traumático cuando tuve “sustos” con algunas parejas. Fueron con diferentes mujeres y en diferentes décadas de mi vida; todos fueron falsas alarmas por suerte, y el caso es que a pesar de usar protección siempre tuve miedo a que algo pasara y se diera un embarazo no planeado. Una de estas parejas, algo dolida y con deseo de molestarme, incluso me mintió sobre un supuesto aborto natural que había tenido después de que habíamos terminado. Este hecho me jodió bastante, y no fue hasta años después, cuando ella admitió su acto en un momento de expiación, que pude comenzar a olvidar ese sentimiento de culpa y pérdida.

Cuando a mis 35 encontré a esa persona con la que pensaba compartir el resto de mi vida, aquella que era la mujer con la que había soñado, resultaba que ella ya tenía un hijo y que éste requería de toda nuestra atención (su padre estaba presente, pero yo como “padrastro” le daba otro tipo de cariño y apoyo). En broma y en serio, y considerando las profesiones de ambos, yo le decía a ella que el precio que pagábamos por habernos encontrado en ese particular momento de nuestras vidas era el de no poder tener hijos, no porque no pudiéramos técnicamente, sino porque ya hubiera sido algo más disruptivo que positivo para el hogar ideal que deseábamos crear como familia. Fue en esta etapa de mi vida cuando pensé por primera vez en hacerme una vasectomía.

Apenas lo pensé lo consulté con ella, y aunque lo entendió, sus sentimientos le pedían otra cosa. Al tercer año de nuestra relación visité al urólogo para saber los detalles de la operación, y el doctor, súper entusiasmado, me dijo que no era nada complicado y que lo programáramos de una vez. Yo le dije que iba a tomar mi tiempo para pensarlo y que lo volvería a visitar cuando estuviera listo. Eso me tomó dos años.

Precedentes

Decidí hacerme la vasectomía a los 39, consciente de que esto era lo mejor para mí y mi desarrollo personal.

La relación ideal antes mencionada había terminado de una manera inesperada y concreta. A pesar haber tenido lo que había deseado, me encontré a mí mismo buscando otros caminos que no eran el estándar, y entonces entendí que a diferencia de lo que mis amigos que ya eran padres estaban viviendo y lo que la sociedad pedía de mí, capté que mi felicidad plena no iba a llegar logrando un matrimonio y procreando. Mi camino, o mi rol en esta vida, analicé, era el desarrollar mi potencial. Mi legado no sería otra persona con mi genética y mi apellido, sino mi trabajo, el cual lleva mi nombre y que es también un tipo de aporte a la sociedad. Esta fue una cadena de revelación-decisión extremadamente difícil para mí, y cargaré con su peso por siempre.

Entiendo que esto puede sonar egoísta, incluso inmaduro, pero depende de la perspectiva. Cuando digo “lo que la sociedad pedía de mí” me refiero a ese ideal de la felicidad de casarse y tener hijos, el cual pensado con objetividad no es para todos los humanos. Eliminar ese concepto de mi esquema mental fue durísimo, pero el entenderlo me hizo quitarme un peso enorme de encima. Toda proporción guardada, me sentí como esas mujeres liberadas que rechazan los cánones en favor de seguir sus metas o deseos personales.

Estuve casi un año soltero antes de esterilizarme con una vasectomía. La operación, como bien implicó el especialista, es sencilla y corta. Me la hice en una clínica pública de la Asociación Panameña para el Planeamiento de la Familia, mejor conocida como APLAFA, por razones de costo más que otra cosa. El doctor que me atendió es un colega y amigo de mi padre, y el trato fue profesional y satisfactorio en mi caso.

Cuando estaba en la mesa de operaciones (el procedimiento es ambulatorio) me sentí cual perrito en Spay, cumpliendo un tipo de misión que ha de beneficiar a otros tanto como a mí. Porque el hecho es que, más allá de mis razones personales, soy de la opinión de que el mundo está sobrepoblado, de que hay muchos niños faltos de cariño y de atención, y de que al momento este planeta no es el mejor lugar para criar una nueva vida. Mis respetos a aquellos que lo hacen, pero yo decidí salirme por completo de esa ecuación.

Los niños me conmueven. Noto cómo son el centro de atención donde quiera que estén. Entiendo que son el futuro de nuestra especie y sociedad. Noto también el esfuerzo de sus padres y cómo sus vidas se han comprometido de diferentes maneras por su decisión de tenerlos. Sus esfuerzos valen oro y ellos deben contar con todo el apoyo posible. En algunas tribus o en otras sociedades los hijos son de la comunidad: viven y reciben cuidado especial de sus padres, pero hay una serie de personas que los apoyan en su cuidado. Creo que yo soy una de estas personas. En este sentido, me siento más identificado e inspirado por un amigo gay, quien después de estar casado varios años decidió con su esposo el adoptar a un niño, el cual había nacido en circunstancias complicadas. Este hijo no se parece a ninguno de sus papás, y en vez de pensar que va a tener una vida difícil por su familia poco convencional, siento que el ejemplo de compromiso y amor que ellos le dan es realmente positivo y digno, libre de egos.

Después de haberme hecho la operación comencé a comentarla con amigos y amigas de confianza para ver su reacción. A diferencia de otras personas, yo decidí hacérmela sin consultarlos previamente, actuando netamente en base a mi criterio. Las respuestas que tuve fueron varias y diferentes: asombro, respeto, tristeza, un poco de enojo; mi mayor sorpresa fue el saber la cantidad de hombres que ya se han hecho esta intervención, algunos de ellos también amigos o conocidos, pero todos ellos casados y con hijos.

Mi idea es que más hombres solteros deberían hacerse la vasectomía. Los casados que se la hacen actúan en beneficio de sus parejas, quitándoles la molestia de tener que tomar anticonceptivos y eliminando los achaques que esto les conlleva. El mundo en realidad no necesita más hijos, necesita más padres, y es bien sabido que no todo hombre con hijos (y un trabajo estable) es un buen papá.

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Ilustración para una campaña pública de un centro de salud regional que me encontré recientemente durante una visita a México.

Una respuesta que suelo recibir al comentar sobre mi vasectomía es, “cool, total se puede revertir, ¿no?”. La respuesta es sí, pero ese no es el punto. El punto es decidir qué es lo mejor para ti en base a tu formación, tu vocación y tu experiencia de vida. Claro que esta realización se beneficia con cierta madurez, como en mi caso, pero no quita que otros lo entiendan antes o de otra manera.

Admito que, siendo de tendencia melancólica, en algunos momentos sentiré tristeza por la hija o el hijo que no llegué a tener. Me sentiré mejor pensando en todo lo que podré aportar en mi campo, y a todas las personas a las que podré ayudar de maneras chicas o grandes… gracias a haber tomado el control de mi sistema reproductivo.