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La Feria del Libro a través de los ojos de un escritor

Un año más y la Feria Internacional del Libro vuelve para alumbrar a la ciudad de Panamá con libros y escritores, dejando en su estela satisfacciones tanto como reflexiones.

Éxito rotundo

Tan solo viendo la cantidad de gente que se manifestó en el Centro de Convenciones Atlapa durante los seis días de la Feria Internacional del Libro de Panamá (FIL), llevada a cabo del 13 al 18 de agosto del 2024, el evento fue todo un éxito. Fueron miles y miles de personas de todo tipo: desde niños hasta de la tercera edad, adolescentes, hombres y mujeres, y siendo Panamá lo que es, por supuesto que los hubo de diversas etnias, estratos socio culturales y extranjeros.

Los números que muestra la página web de la feria son asombrosos: 20 ediciones realizadas desde 2001; más de 1150000 asistentes; más de 4000 actividades culturales; más de 800 autores internacionales invitados; y la presencia de más de 1200 escritores nacionales. Esta última cifra, les admito, me ha dejado anonadado. ¡En Panamá tenemos más de 1200 escritores! ¡Increíble! Sobre todo para un país que “no lee”, como se decía antes. Imagino que en los países vecinos que se jactan de ser más cultos, y sí, estoy hablando de Colombia, Costa Rica y México, los números han de ser más altos. Sin embargo, el saber que aquí tenemos tantas personas que escriben, o que han escrito, es algo positivo y esperanzador.

Su lista de patrocinadores también es impresionante: Gobierno Nacional, Ministerio de Cultura, Ministerio de Educación, Tribunal Electoral, Alcaldía de Panamá, SENACYT y Banco Nacional, que serían las gubernamentales u oficiales; las embajadas de Estados Unidos y España; las Fundaciones Sus Buenos Vecinos, Terpel Panamá, Fundamorgan y Fundación Trenco; además de la Universidad de Panamá, el Banco de Desarrollo de América Latina, junto a los aviones de Copa Airlines, las plumas Pentel, las hamburguesas de McDonald’s, agua Cristalina, los instrumentos y equipos de sonido de Compañía Alfaro, las toldas y tarimas de Toldas y Tarimas, y, ni más ni menos, los auditores financieros de Deloitte.

A nivel de apoyo, léase promoción y no dinero, están casi todas las televisoras y periódicos nacionales, además de más de una docena de emisoras de radio. Cualquier evento cultural envidiaría esta lista de instituciones, empresas y medios, y me imagino que el trabajo de venta debe ser estresante. También pienso que no hay que rogarles tanto, considerando la relevancia cultural del evento y su buena reputación y exposición. ¡Cualquiera ha de querer ser parte de esto!

Si entiendo que el grupo anterior hizo posible la feria, o sea que dio los fondos para que se realizara, la boletería de las entradas, más las editoriales, librerías y escritores que pagaron por estar allí con sus stands me dicen que esto es también un negocio rentable, o por lo menos con cierto margen de ganancia. Vale decir que la Cámara Pamameña del Libro (CAPALI), la organizadora de la fiesta, es una institución sin fines de lucro, así que lo que salga de allí es para su operación.

Dicho esto, la FIL presenta un panorama de “ganar ganar” para todos los involucrados. Ningún otro evento literario le pisa los talones, aunque en esta edición sí tuvo unas piedras en sus zapatos, hablando alegóricamente porque soy un escritor y periodista. Sobre esas piedras comentaré más adelante.

 

Fauna letrada

Gran Morrison, Hombre de la Mancha y El Lector son las librerías que más libros venden, por consiguiente, son las que poseen los espacios más grandes en la feria. Océano y Lexus Editores también tuvieron stands considerables. El otro espacio grande, como ya es tradición, es el del país invitado, que en este caso fue España. En esa línea, el lema/slogan de esta edición de la FIL fue “El lenguaje que nos abraza”, algo que seguro conmovería a Cervantes y a Gabo.

El resto de los espacios los ocupan docenas de organizaciones, individuos y empresas que de alguna forma u otra producen libros, o que tienen algún mensaje que compartir con aquellos que les gustan los libros.

Hubo casi 200 eventos individuales de 45 minutos en los distintos salones y espacios del primer piso de Atlapa. Los escritores internacionales, presentados como estrellas en la campaña publicitaria del evento (vallas en buses, mupis en las paradas y en las calles, avisos de prensa), presentaron sus libros más recientes en el Teatro La Huaca, mientras que los autores nacionales lo hicieron en los otros salones de menor tamaño.

Sobre estos autores internacionales de España, México, Colombia, etcétera, la mayoría de ellos me eran desconocidos, quizás para otros no tanto. Lo que sí puedo decir es que ninguno de ellos es Stephen King o Paulo Cohelo en materia de popularidad. Ya quisiera yo ir a un país que me desconoce, y que quizás desconozco, y entrar por la puerta grande a una feria pública con promoción, una audiencia masiva y demás bombos y platillos.

Sobre los escritores nacionales, pues, ¡lo que puedo decir es que no eran 1200! Sí, la Cámara Panameña del Libro tiene espacios para eventos de autores nacionales, sobre todo aquellos que están empezando. Pero el que parpadea pierde en esto, y solo lo aprovechan aquellos que lo buscan o que están pendientes.

Y esta es otra dura realidad de la FIL que afecta al escritor nacional: para tener un stand individual debes poder pagar entre $1200 y $1500 dólares, si mal no recuerdo, y contar con suficientes libros para tener en stock y a la venta por seis días. Un dato curioso para los que no conocen: la impresión de libros es cara, hay pocos autores que se dedican 100% a escribir, y solo tienen acceso a estos espacios aquellos que tienen ahorros, o que invierten de manera especial para la feria recursos que, me imagino, no les sobran.

Miguel Esteban, el popular conductor de radio y personalidad mediática que en años recientes ha encontrado un nicho creativo como escritor de novelas de misterio y terror, sabiendo él de patrocinios y de patrocinadores y de promoción, siempre tiene un stand propio con todos los lujos, como videos promocionales y docenas de sus libros en ediciones nuevas o sobrantes (¡él incluso paga publicidad en el cine!). Definitivamente que no todos los escritores tienen su sagacidad y recursos, y aunque no lo envidio, él es una particular excepción a la regla. Anteriormente otros como el reconocido escritor y doctor, Osvaldo Reyes, también ha tenido un stand propio, aunque este año no; la que me sorprendió fue la uruguaya Alondra Badano, muy respetada y con trayectoria, que tuvo su propio espacio con toda su obra. Las que no me sorprendieron con sus espacios individuales fueron Nicole Ferguson y Sheldry Saéz, dos personas mediáticas que, al igual que Miguel Esteban, poseen ciertas ventajas sobre el escritor promedio a la hora de promocionarse, sea en esta feria o en sus redes.

También en años recientes, tanto por la facilidad de la auto publicación que ofrece Amazon Kindle, como por el empuje creativo que hubo post pandemia, y por la facilidad de auto promoción que existe hoy en la era de redes sociales y páginas web, han aparecido un montón de escritores de diversos géneros y estilos que se han atrevido a publicar. Bien por ellos. Esto ha llevado a que varios se junten con causa común para hacer su vaca y conseguir su stand, como en el caso de los Escritores Independientes de Panamá, Sociedad de Escritores Unidos y Escritores Libres. ¡Me alegro por su esfuerzo y solidaridad!

Se podría decir que hay autores y hay autores, y que hay libros y hay libros. Esto sería un comentario snob. Este evento es una feria para darse a conocer y vender libros, sin importar el género en el cual estén escritos, o la calidad misma del escritor. Hay literatas con reputación, como Badano, y hay otras con productos con otras motivaciones y audiencias, como Ferguson. Ambas son bienvenidas aquí, sin necesidad de discriminar.

Pedir que en esta feria solo hubiera escritores de novelas, cuentos y poesía de peso, o ganadores de premios nacionales, es iluso, porque la realidad es que la mayoría de la gente que escribe hoy en día no necesariamente busca tener una reputación literaria avalada por el status quo.

 

Público variopinto

Si hay algo que nos gusta a los panameños es el ambiente de feria, o la ocasión de un evento público especial. Si tuviera que segmentar a los visitantes de la FIL diría que un porcentaje mayoritario, digamos el 70%, son personas que van para pasar el rato, paseando de espacio en espacio con cierta curiosidad. Si encuentran algo que les guste y lo compran, pues bien. Si no, también.

El resto, el 30%, diría que son personas que están en la escena o el ambiente literario de Panamá. Los primeros van, quizás, una vez a la feria y listo. Los segundos van dos, tres o más días y pasan horas allí, atraídos principalmente por los lanzamientos, presentaciones y conversatorios.

Un gran porcentaje de los asistentes de la FIL son los niños de escuelas públicas y privadas que logran una excursión a Atalpa. Estos van en las mañanas y aglomeran el espacio con sus uniformes y su energía juvenil. ¿Compran libros? Quizás, si sus padres les dieron dinero para eso, o si les gusta leer, lo cual no les la norma pero tampoco una excepción. Su ida cumple más con la intención de los colegios de darles algo de cultura a sus estudiantes, y de los organizadores de incluir a ese segmento de la población, y esto es algo que se aprecia. Para ellos hay toda una sección infantil con cuenta cuentos y actividades divertidas.

¿Qué tanto su visita a la feria influye en sus hábitos de lectura su visita? ¿O qué hábitos de lectura existen entre los estudiantes de primera y secundaria de las escuelas particulares o del estado en Panamá? No tenemos esta cifra, y sería valiosísimo contar con ella.

Caso curioso de esta edición de la feria fue el fenómeno de Bobicraft. Este mexicano es un YouTuber, es decir, alguien que se gana la vida haciendo videos en dicho canal. Tiene seis millones de seguidores, lo cual definitivamente le da un nivel de popularidad superior. Él fue invitado a la FIL de Panamá para presentar un libro de colorear inspirado en la especialidad de su contenido: el mundo del juego de video Minecraft, con el cual ha crecido la más reciente generación de niños y adolescentes. El tipo estuvo 11 horas del sábado, sí, once horas, firmando libros. Libros de colorear, donde el texto o el contenido es mínimo. La misma organizadora del evento, Orit Btesh, presidenta de la Junta Directiva de la Cámara del Libro, se rehusó en un principio a invitarlo, pero al final cedió y su apuesta le dio resultado. ¡La hija de una amiga esperó cinco horas para conseguir su firma! La cruda realidad es que este libro y autor, aunque populares, tiene un contenido simple basado en otra cosa que él mismo no creó, y para bien o para mal, él forma parte del ecosistema literario de hoy.

Las motivaciones para escribir un libro son tan variadas como los libros en sí. En la era de las redes sociales un libro puede ser parte de tu marca, de tu branding, conectado al mensaje que quieras dar sea por tu profesión o por tu convicción personal. Los que crecen como lectores, que tienen una noción más profunda de la lectura o de la literatura, y que eventualmente sueñan con escribir algo, son la minoría. Como editor me ha tocado trabajar con escritores que no son lectores, una ironía, yo sé, pero es lo que es y es lo que hay. Sea quien sea, si escribes un libro es un legado tanto personal como cultural, y eso se aprecia. Los libros quedan, tú no.

Lo que no se aprecia tanto, en mi humilde opinión, es la actitud de burbuja de algunos escritores y escritoras nacionales que no les importa otra cosa más que su propio proyecto y promoción. Sí, es bueno creer en tu cuento y echarte flores, especialmente si tienes algo que vender. Lo que señalo aquí es el potencial de la interacción, de la educación y del crecimiento que puedes tener compartiendo con otros escritores, y eso es algo que se puede lograr aquí.

Lamento que algunos escritores no vayan a ver las presentaciones de otros escritores, o que, teniéndolos al lado en un stand, se limiten a saludarlos y ya. Independientemente de mi experiencia profesional –toda basada en la palabra escrita– he estado en situaciones similares, rodeado de escritores de cualquier edad a quienes les hago un montón de preguntas pero que nunca me preguntan nada a mí, a pesar de que les digo que soy editor o que he publicado varias veces. Y esto también pasa con escritores de mayor renombre.

Yo siempre aprendo algo y conozco a alguien en estos menesteres. Lástima que algunos se queden en la superficie, ensimismados en lo suyo sin conciencia del entorno en el que se están desenvolviendo. Esto pasa en todas las artes, debo reconocer.

 

Evolución necesaria   

Me emocioné mucho hace unos años cuando la FIL se mudó de Atlapa a Multicentro, ese centro comercial sobre la Avenida Balboa que sigue abierto a pesar de que no es tan popular, y de contar con una infraestructura más que decente. La feria ese año se sintió diferente, fresca, renovada, y el espacio en sí, aunque un poco menor y diferente al de Atlapa, creo yo que funcionó.

Mi apreciación fue errónea. Resultó que los organizadores quedaron muy insatisfechos. Hubo problemas con la taquilla, problemas con el estacionamiento y problemas con la entrada, para la cual había que subir unas escaleras eléctricas. Esta fue una decisión obligada, debido a que el Gobierno Nacional había tomado el Atlapa (nombre que viene de Atlántico-Pacífico) para coordinar su operación de ayuda durante la pandemia. Al año siguiente regresaron otra vez al mismo lugar y todos contentos.

Más allá de lo práctico, y no soy el único con este pensar, ir a la feria cada vez me da una sensación de deja vú: todo siempre en el mismo lugar, de la misma manera, año tras año. Otros se han quejado de la bendita alfombra del primer piso del local, la cual tiene décadas de estar allí y que desconozco qué tan seguido la limpien, que les produce alergias o molestias en las vías respiratorias.

Otras cosas. Las ferias del libro en otros lugares duran más tiempo, dos semanas promedio. Aquí es un todo o nada en seis días. Los eventos son tantos que quizás a los que quieras asistir se traslapan. Los que corren con más suerte son los independientes, o los que disponen de su tiempo, que pueden coordinar e ir a lo que desean ver. Incluso estos se pierden vainas porque pasan a la vez.

Y los tranques. Todas las tardes de esos seis días de feria el tráfico alrededor del centro de convenciones se vio seriamente afectado. Es algo similar como los Carnavales en Vía España o la Cinta Costera, que incomodan a los miles de residentes en el perímetro. Los tres días que yo fui, en horario concurrido, me estacioné a tres cuadras y caminé.

¿Por qué no pasar la Feria del Libro al nuevo centro de convenciones en Amador? Sí, queda más lejos, pero es un espacio nuevo, cómodo, más limpio, con mejores accesos que no molestan a nadie, frente al mar y en una ex área revertida. Sería práctico y poético pasar la feria a ese lugar.

¿Por qué la Cámara Panameña del Libro no hace más eventos durante el año? Sí, me imagino que precisamente les toma todo un año organizar la feria, pero no sería complicado que hicieran otros eventos menores en el transcurso, lo cual disminuiría la cantidad de actividades dentro de la feria en sí, permitiendo que no te estresaras tanto por ir a una cosa o perderte la otra.

¿Por qué los organizadores no promueven a los autores nacionales de la misma manera que a los internacionales? No todas las letras panameñas son representadas por Juan David Morgan o Rosa María Britton o Eduardo Verdumen, escritores populares y de trayectoria que han tenido momentos de gloria en la FIL.

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Afiche honrando a una de las escritoras más queridas y populares del país. Otro similar honraba a Isis Tejeira, también fallecida. Un conversatorio dice más que mil pósters.

La controversia este año, esa piedrita en el zapato que comenté al principio, fue la presencia de la minera Cobre Panamá, que estaba promoviendo un libro infantil sobre su trabajo, haciendo un poco de “greenwashing” o relaciones públicas para mejorar su imagen en vista de todo lo acontecido sobre su presencia en el istmo. Hubo protestas y personas que se manifestaron públicamente, e in situ, al respecto. Otros también pensaron lo mismo sobre la presencia de la Embajada de Israel, con sus biografías de Bibi y demás próceres (¡pero nada sobre Isaac Rabin, el único que firmó la paz con los palestinos y que el actual presidente israelí consideraba un traidor a la patria!).

Decirle que no a estos dos participantes pienso que no hubiera afectado económicamente a la feria. El aceptarlos sí les causó malos ratos pública y moralmente. Orit Btesh, nacida en Israel y panameña de corazón, siempre ha tenido las mejores intenciones. Ella empezó la librería Hombre de la Mancha hace más de dos décadas con un local mínimo en un edificio viejo en Bella Vista, y la ha visto crecer para convertirse en una de las empresas panameñas más exitosas. ¡Y todo con la venta de libros! A ella se le reconoce su trabajo titánico, su esfuerzo y su compromiso, tanto con su librería como con la feria y la Cámara del Libro. ¿Cómo sería la FIL con una directora o director más joven, o con otro background profesional, menos conservadora y más abierta?

Me alegro mucho por la feria. Mi propia experiencia fue positiva: Gran Morrison hizo una convocatoria, vía Instagram, para autores que no tuvieran sus libros a la venta con ellos, bridándoles su espacio para promover sus obras. Fui aceptado, y pagué $25.00 para que me dieran dos horas en dos días. Vendí directamente dos libros, y todavía no sé si ellos vendieron más en otros momentos (les di 10 copias). En ambos días pagué mi entrada como cualquier mortal. También presenté un libro infantil nuevo que edité en una tarima junto a su escritora. Hubo cinco libros que yo edité en años recientes a la venta en diferentes lugares de la FIL en 2024.

Mi amigo Ameth Valencia, un promotor literario y lector acérrimo que se ha ganado un lugar en el ecosistema literario panameño, y que también es un hombre gay, me ha dicho, y no ha sido el único, “Yo no voy al desfile del Pride porque yo soy maricón todo el año, y no necesito de eso para celebrar mi identidad”. De la misma forma, yo soy un escritor y editor todo el año, y aunque la feria es algo especial, lo aquí mencionado me hace tomarla con una de cal y una de arena, como quien dice. Nunca he presentado libros míos allí por falta de presupuesto, y esto no me ha molestado en lo absoluto.

En ese sentido yo y personas similares somos una excepción. Todos los escritores se toman en serio su trabajo, sí, y sienten que esta feria es la validación que sopesa su esfuerzo. Estar allí es más fácil que ganar el Ricardo Miró, y eso está bien.

Pienso que la feria debe evolucionar, y que los organizadores deberían hacer el esfuerzo para actualizarla, o incluso darle un giro. Los patrocinadores no les han de faltar, sean públicos o privados. Los invitados internacionales, de cualquier país, siempre estarán allí. Los escritores nacionales también, sean influencers o no. Y los lectores también, cualesquiera que sean sus hábitos y gustos.

 

Fotos cortesía de Ameth Valencia.