Una de las ventajas de la autopublicación es el tener ejemplares para regalar. Lo que se hace con esos regalos está más allá del gesto.
Este post está hecho, primeramente, como un desahogo ante una serie de desaires. En segundo plano lo presento a autores o escritores nuevos o en general como un tipo de consejo y recomendación.
La autopromoción modesta
Mi primer libro lo publiqué con una editorial local. Básicamente yo pagué la producción (edición, diseño, impresión, venta) y la editorial se encargó de ejecutarla. La editorial me dio un ejemplar para mí de un tiraje de 100. Yo terminé comprando unos 20 para regalarle a mis familiares y amigos. El resto se vendieron.
En ese momento tenía el dinero para hacerlo, alrededor de $1300.00, y me parecía correcto presentar mi libro a través de una editorial. En esa época, circa 2010, Kindle y Amazon no eran una opción, así que cuando eso llegó revolucionó el mundo editorial, casi poniéndolo de cabeza. Ahora no hay nada ni nadie que te impida publicar tu libro a nivel internacional en formato de ebook, con la opción de imprimir las copias que quisieras, ya sean una o varias docenas.
Actualmente tengo ese primer libro y otros dos más en Kindle. Y como editor, sobre todo en años recientes, he trabajado con escritores que han seguido el modelo antes mencionado: idea-redacción-Kindle-venta. Lo que uno les propone, como asesor editorial, es cierto estándar, ya sea en la edición misma del manuscrito o en la producción editorial, que incluye diseño gráfico y otros detalles.
Con ese primer libro me frustró mucho el tener que comprar varios ejemplares, especialmente porque no hubo un retorno real de mi inversión. Pero eso es otro cuento. Yo quería poder compartir mi libro con mucha gente, además de familiares y amigos colegas del periodismo, medios de comunicación, profesores o mentores. A algunos de ellos me daría pena decirles “Hey, ¡compra mi libro!”, y por eso apreciaba el gesto de yo poder darles una copia dedicada sin que tuvieran que gastar.
Las editoriales grandes, creo yo, le dan ejemplares al autor para que disponga de ellos a su gusto. Después de todo, él/ella es el principal embajador/a del producto, y la editorial a veces no está pensando necesariamente en promocionarlo o darlo a conocer más allá de lo que sus propios recursos se lo permiten.
Por eso a la hora de hacer mi segundo libro en 2013 tomé el hoy ya popular camino de la autopublicación. Eso me permitió –de los 300 que imprimí entonces– regalar casi la mitad, pensando en que es promoción y cortesía al mismo tiempo dependiendo de a quién se lo regalara, sea un periodista de radio que quería entrevistarme o a un amigo cercano con quien quería compartir mi obra.
Sabiendo de relaciones públicas y mercadeo (soy licenciado en comunicación social), eso de tener ejemplares suficientes para regalar estratégicamente fue y ha sido uno de mis placeres de autopublicar con impresión. Nada me da más gusto que obsequiar a alguien especial o importante algo que representa mi mayor esfuerzo profesional y creativo, y que además forma parte de un acervo cultural de un país, porque mi obra, aunque sí tiene mis ideas y sentimientos, es un reflejo de la sociedad en la que vivo, mostrando cosas que se piensan y no se hablan, o que se saben y se guardan para no incomodar.
Por esta razón, y viviendo y conociendo y madurando, he tenido que aceptar que no todo el que recibe mi libro lo va a leer, más allá de gustarle. Ha pasado, incluso hasta hoy, que personas que lo han recibido lo han perdido, caso en el cual hay cierto sosiego porque implica que alguien quiso tener ese tomo y que, de alguna forma y en algún momento, lo va a leer.
Pensando en mercadearme estratégicamente, en estos 15 años que llevo escribiendo y publicando libros propios le he dado obras mías a personas que he considerado clave, ya sea por su trabajo como comunicadores sociales que pueden difundir el mensaje de lo que escribo, o porque el tema de las obras les puede interesar a nivel sociocultural. También he abordado a ciertos escritores, líderes de opinión y relevantes en el gremio, para que tuvieran referencia de quién soy y qué estoy haciendo. Esto me parece tan importante como 10 post o stories promocionales en redes sociales, para dar un balance.
No voy a mencionar nombres para no ofender a nadie. La decepción que alguna vez sentí por sus respuestas ya es cosa del pasado.
El periodista cultural
En 2014 este señor era uno de los principales periodistas que escribían sobre arte y cultura en un periódico, incluyendo libros y literatura. Yo lo conocía profesionalmente, y sabiendo que habíamos tenido profesores universitarios en común, más allá de una profesión afín, pensé que se interesaría en leer mi Purgatorio tropical. Fui a su oficina y se lo dediqué con algo tipo “Comparto contigo este trabajo…”, sabiendo que algunos periodistas también desean escribir literatura y que hacer ese salto que yo ya había hecho. Sabiendo también que ellos no necesariamente controlan el contenido que publican, le dije que si podía publicar o comentar algo, bien, y si no, también.
Al final publicó una pequeña nota en un suplemento, no una reseña propia en la página de cultura. Dos (¡!) años después, venciendo mis emociones, le pregunté por mail si había leído el libro. Me dijo que no, que tenía muchos en fila en su mesita de noche, y que pues el mío no estaba en su lista te prioridades. A veces me dan ganas de pedírselo de vuelta para ponerlo a la venta o para volver a regalarlo. Lo imagino, al libro, solo y sin leer en una biblioteca copada, como una mujer virgen en un prostíbulo.
El gran autor
Es considerado uno de los autores más importantes de la literatura panameña, y lo es. Ha hecho tanto que merece que se escriba sobre él, más allá de los libros que él mismo ha publicado sobre su trabajo, especializándose en un género en particular. Me llamaba la atención que leyera mi obra porque en ese momento yo estaba aplicando el género de su especialidad; eso y porque él había hecho gran parte de su trabajo docente en una universidad que un pariente suyo y mi abuelo fundaron juntos. Pensé que mi apellido le llamaría la atención en ese sentido, que me abriría la puerta a su atención.
Una vez lo conocí le dije que le quería dar algo de mi trabajo. Me dijo que se lo mandara a su oficina en esta universidad. En un sobre grande con su nombre le dejé una copia de mi Purgatorio tropical impresa, junto con un cd con los pdfs de mi primer y tercer libro. Se la entregué donde me dijo, junto con una carta y una tarjeta de presentación, detalles que me parecieron pertinentes y correctos con él. Año y medio después le mandé un mail al respecto que nunca me respondió. Otro par de años más tarde lo volví a ver en un evento, donde otra amiga escritora me presentó a él por segunda vez como otro autor, y él no dio ningún indicio de saber quién era ni de tener alguna referencia mía. Yo tampoco quise decirle nada.
Con él también pienso en dónde habrá quedado todo lo que le mandé. En la basura lo más probable…
El dramaturgo irreverente
Este tipo es polarizante. Algunos lo adoran, otros lo odian. Yo lo respeto. Produce, escribe y dirige sus propias obras, las cuales, al igual que mi literatura, son una crítica social con un elemento de sátira. A él lo contacté y le pedí su dirección residencial para dejarle mi libro en su puerta. Y así lo hice, como en 2015. Él no estaba en su casa y se lo dejé en una ventana junto a la puerta, también en un sobre, dedicado y con mi tarjeta de presentación.
Pasa otro año y por redes le pregunto si lo leyó, y me dijo que no, que no tenía el tiempo. Esto mientras en sus obras, a las cuales yo iba por interés, él proyectaba los mismos detalles de la idiosincrasia panameña que yo también trataba de reflejar: desde los diferentes acentos capitalinos hasta los tabúes sociales, como el entendimiento y aceptación de las personas homosexuales, o la actitud permisiva de las clases altas. Nada de esto lo motivó a leerme. Otro libro regalado cuyo destino desconozco.
En complemento a este, hay una actriz y profesora de teatro que fue muy amiga mía desde la universidad. Incluso fuimos novios en algún momento. A ella también pensé en darle uno de mis libros, imaginando una posible adaptación. Su respuesta, también después de meses de yo prestarle una de mis obras que ya no quería regalar, me dijo que no había podido leerlo, que qué pena, pero que tenía mucho en la cabeza, y me lo devolvió. Estas son personas que pueden leer un guion de teatro en horas si así se requiere.
El colega lector
Este man es un periodista del departamento de comunicación de una institución importante. En redes lo veía comentar los libros que leía. Varias veces le dije que habláramos de libros y demás, y que si le interesaba escribir o publicar le podía dar ciertas luces basado en mi experiencia. Como la canción, siempre me decía que sí, pero no me decía cuándo.
En un momento noté que empezó a leer libros con protagonistas femeninas, interesándose en historias de mujeres. Yo acababa de publicar mi novela Nuevo paraíso, la cual encaja en ese esquema, y le dije que si me la compraba. Me dijo que sí y la compró, y como fue directamente conmigo y no en una librería le di el precio de amigo, que a esas alturas era la única cortesía que quería tener con él.
Año y medio después le pregunto si lo leyó y sin más me dijo que no, que tenía, al igual que su otro colega periodista/lector, muchas otras cosas que leer antes de llegar a lo mío, y que de hecho tenía otro libro de otro amigo suyo que no había leído por las mismas razones. Yo suspiré y le dije “Ok, entiendo”.
“El sastre de Panamá”
Este apodo hace referencia a una novela de espías de John LeCarré y a una película con Pierce Brosnan. En ellas el espía inglés en Panamá se viste como un europeo de la guerra fría se vestiría en Panamá en el siglo XX: trajes o camisas de lino, tonos claros u ocres, cortes casuales y un sobrero Panamá, por supuesto. Aquí hablo de otro panameño destacado por su aporte a la academia y a la literatura, con estudios y residencia en un país europeo por muchos años, al cual apodé así por su particular estilo al vestir.
Lo conocí en un evento cuando él estaba volviendo a establecerse en Panamá. Lo escuché decir que le interesaba conocer sobre la escena cultural contemporánea para su research académico y sociocultural, como para ponerse al día, y más listo que ligero le pedí su mail y procedí a enviarle 25 artículos de mi blog que, en los últimos años, había acumulado reseñando y comentando libros, películas, discos, exhibiciones de arte y obras de teatro llevadas a cabo en nuestro país. Me respondió y me dio las gracias.
Meses después lo vi en otro evento y le llevé una copia dedicada de mi novela, la cual aceptó. Pasado el tiempo voy a una especie de disertación suya, donde lo escucho decir que las obras de arte que le gustan son las que reflejan problemas o situaciones globales, más allá de lo local. El libro que le di tenía eso, pero su reacción vaga al verme me daba a entender que no lo había leído, y que todavía no me asociaba con el cache de contenido que le había pasado para sus estudios.
Con él sí sentí la necesidad de mandarle otro correo recordándole que mi obra tocaba esos puntos que él consideraba válidos. Me pidió el pdf de Nuevo paraíso, porque quién sabe qué hizo o qué le pasó a la copia impresa que le di. Se la mandé y me dio las gracias.
Hubo otro escritor panameño residente en el extranjero al cual también le mandé ese libro para que lo leyera en formato pdf. Él es alguien de clase media que sentí respondería positivamente a las historias también de la clase media que yo plasmaba en mi trabajo. Después de los meses de espacio para ver si se había interesado en lo mío me dijo que, efectivamente, no lo había leído. Tiempo después publicó un libro sobre autores panameños. No esperaba que me incluyera, la verdad, y pues no lo hizo.
La moraleja
Uno debe entender que cada quien lee a su ritmo, y que cada quien sigue sus impulsos lectores en base a cuestiones personales. Es poco común que alguien lea y comente un libro en poco tiempo, y esas son dos cosas separadas que requieren de compromiso, la lectura y el comentario.
No creo que he sido impulsivo, irresponsable o insistente en estas acciones. Todas han sucedido en un transcurso de más de una década, yo dando meses e incluso años para cortésmente preguntar si habían llegado a leerme. A los autores que abordé yo previamente los había leído, por lo menos uno de sus libros, adelantando la cortesía para saber quiénes eran, lo que hacían y cómo para entablar posibles conexiones.
En un principio quizás pequé de ingenuo, lo reconozco. No todos pensamos igual, y eventualmente tuve que deshacerme de la idea de que que si soy periodista y escribo otros periodistas se interesarían o motivarían a leer a otro colega, o a publicar más allá de los medios que los emplean. Pero tal no es el caso. También he descubierto que existe cierto celo de algunos lectores que no tienen interés en la literatura local, o que por lo menos son muy selectivos en sus elecciones. Bien por ellos.
Un caso que sopesa todo lo anterior sucedió con otra colega periodista hace unos años. A ella le di la copia de mi Nuevo paraíso también, como quien dice, “sin compromiso”, y ella procedió a hacerme una entrevista para una reseña de dos páginas en la sección dominical del periódico en el que trabaja. Leyó mi libro en menos de una semana, y lo que más me dio gusto no fue el desplegado en el periódico, sino que en la entrevista me dijo: “He leído pocos libros que reflejan mi realidad de una manera tan clara como tú lo hiciste aquí”, o algo en esa línea. Eso es maná del cielo para un escritor.
Sí, estos son intentos de agraciarme con el estatus quo literario. En la era de las redes sociales, o incluso antes, el artista se promociona por cuenta propia, y esto no es más que una formalidad o un gesto práctico para darse a conocer.
Sigo pensando que para un autor el obsequiar libros a personas importantes o en posiciones de difusión es válido, hasta relevante y elegante, y que es un lujo que solo permite la autopublicación.
El colmo de colmos: yo creo que fui de los pocos escritores que asistió a una firma de libros en la Feria del Libro, llevado a cabo en el espacio de un local que vendía mi novela, que llevó libros PARA REGALAR mientras recorría la feria, sabiendo que me iba a encontrar con personas de este tipo. Y así lo fue con una amiga que se apareció en el stand donde yo estaba; ella había inspirado una de las escenas en la trama de la novela que yo estaba promocionando, cuyo manuscrito ella había recibido antes de su publicación, y que incluso lo había impreso para leerla mejor; darle la copia original dedicada fue lindo para mí. Sí, pude haberle dicho que lo comprara ahí mismo, pero el gesto no hubiera sido el mismo.
Así que si los tienes, y si quieres, dalos. Si los leen bien, y si no también. Soy un fiel creyente en que lo cortés no quita lo valiente. En compartir. En crear puentes. En ser parte activa de una comunidad.