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Reflexiones de la soberanía panameña en cine

Una muestra del nuevo Museo de la Ciudad recordó un dilema moral que aún no hemos procesado de manera colectiva como nación.

Establecida como una propuesta adecuada a la ciudad capital de hoy, el Museo de la Ciudad es una iniciativa del Municipio de Panamá que establece un museo sin local fijo y con exhibiciones itinerantes, distribuidas en diferentes puntos del paisaje urbano. En su año inaugural el museo incluirá un grupo de muestras de temas especializados curadas por expertos, las cuales reflejan la historia y el paisaje urbano y humano de la urbe capitalina, y por extensión, al resto del país.

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Una de ellas es de cine y se titula Imaginando la ciudad: Retrospectiva de cine panameño, y se lleva a cabo en el renovado teatro Gladys Vidal en el edificio Hatillo. Todos los jueves, en tres tandas durante junio y julio, se proyectan cortometrajes y documentales de temática nacional o “imaginarios”, siendo estos La ciudad, Perfiles, Invasión de 1989, Canal de Panamá, entre otros. La curadora fue Carolina Borrero Arias del colectivo Cine Animal, y yo aquí sigo la recomendación que ella dio a la prensa durante el conversatorio de Cine por la soberanía, en la que señaló la importancia de comentar los temas expresados en las películas proyectadas.

Esta nota se concentra en la proyección de Cine por la soberanía, en la cual Borrero conversó con el realizador Luis Franco sobre lo que se iba a ver: Canto a la patria que ahora nace, de Pedro Rivera; El verdadero protagonista, de Ernesto Holder; y La canción de nosotros y Una bomba a punto de estallar, ambas de Franco, todas hechas entre 1972 y 1979.

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Lo que Franco dijo en la media hora que habló antes de la proyección fue algo que conmovió a mi mente burguesa de clase media panameña. El realizador comentó sobre la creación del Grupo Experimental de Cine Universitario, o GECU, como una herramienta de propaganda para el régimen militar de Torrijos, emulando el fondo (de izquierda, anti-imperialista, revolucionario) y la forma (cinéma vérité, directores cubanos de la época) del Instituto Cubano de del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). El GECU habría de crear piezas documentales para promover los ideales del estado, y esos ideales estaban concentrados en una sola palabra: soberanía.

La pregunta clave que Franco hizo, como punto de partida para explicar y reflexionar, fue ¿por qué se dio el golpe de estado de ’68? ¿Por qué Torrijos arrebató el poder a Arnulfo Arias? La respuesta es clara: para recuperar el canal de Panamá, eliminar la Zona del Canal y alcanzar la verdadera soberanía como nación, la cual no había sido posible hasta el momento de nuestra historia republicana.

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Se entendía que en ese entonces la población panameña estaba dividida entre ricos y pobres; ricos eran los de clase alta, empresarios y familias de abolengo, concentrados en la capital (aunque tenían presencia en el interior) y quienes se distribuían y alternaban los poderes del estado y las oportunidades de crecimiento para sus propios intereses; en este grupo el sentimiento pro americano era altamente positivo, y para ellos los gringos eran lo mejor. Los pobres eran el resto mayoritario, en barrios marginales de la capital y en poblados remotos de provincias y comarcas; esta población carecía de lo que hoy conocemos como “calidad de vida”, con carencias básicas de educación y vivienda (la clase media apenas estaba en ascenso). Para ellos, la noción de la soberanía y la importancia del canal para el país, antes del 1968, eran conceptos inalcanzables. Torrijos entendió esto, y con la mayor celeridad posible, se hizo del poder y comenzó a negociar lo que eventualmente fueron los Tratados Torrijos-Carter.

El catalizador para esto fueron los acontecimientos nefastos del 9 de enero de 1964, en los cuales los panameños que tenían en buena estima todo lo estadounidense y su gente vieron un lado del vecino que no era nada agradable. Ellos, los americanos, desde la protección de la zona en territorio que entonces sentían como suyo, dispararon y mataron a protestantes indefensos. El primer indignado fue el presidente Chiari, quien históricamente rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Ya se venía trabajando en un nuevo tratado que volviera a analizar la presencia militar americana en suelo istmeño desde tiempos de Kennedy, pero esas negociaciones se estacaron. El propósito de Torrijos fue sentir el pulso de la nación, ver a futuro y arrebatar al poder a las fuerzas que, tal vez, hubieran demorado este proceso hasta quién sabe cuándo.

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La claridad de este análisis me dejó estupefacto. Claro que como panameño sabía el valor de Torrijos como negociador de los tratados, pero viendo las películas de Franco y sus colegas el punto se hacía de una manera tajante.

En “Una bomba a punto de estallar” conocemos a un conjunto musical de jóvenes del barrio Viejo Veranillo, frente a los terrenos de la Universidad de Panamá. Ellos son panameños capitalinos con influencias culturales netamente propias (sombrero típico del interior, ascendencia afroantillana), y hacen sus instrumentos con objetos reciclados. Su barrio, el cual está sumido en la pobreza sin electricidad o calles y rodeado de aguas servidas, colinda con la base de Albrook, y mientras escuchas su música de fondo los ves a ellos caminar junto a la larga cerca rotulada que les impide seguir el paso. Uno de los protagonistas comenta cómo policías militares canaleros lo encontraron cazando (¡!) por el área con un biombo (¡!) y lo condenaron a un mes (¡!) de cárcel por la infracción. Esto era algo frecuente y aplicaba a la recolección de mangos. Él y sus amigos ven con desdén esta imposición sobre un territorio que consideran suyo, y uno de ellos patea con agresión el enorme letrero de “No Trespassing”.

Esta realidad era algo lejana para los residentes de Bella Vista, El Cangrejo y Obarrio, por ejemplo, quienes no eran expuestos a estas verdades crudas. El propósito del GECU, explicaba Franco con franqueza, era crear un discurso unificado panameño en favor del propósito de Torrijos de retomar el canal y promover la salida de Estados Unidos de Panamá.

En ese mismo documental Franco entrevista a personas en el parque de Santa Ana y los alrededores del ahora Museo Afroantillano en Curundú, y les pregunta sobre las negociaciones de los tratados y qué harían si Estados Unidos invadiría a Panamá. La respuesta de ancianos negros, jóvenes guna y señoras de Azuero, generalizando un poco a los sujetos mostrados, es la misma: “este territorio es nuestro, ellos deben irse y lo defenderemos a capa y espada”. Pienso si Franco hubiera hecho la misma pregunta entonces, a mediados de los 70, a otro grupo social de la capital, ¿cuál hubiera sido la respuesta?

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Sin embargo, cuarenta años después, TODOS los panameños estamos de acuerdo en que el 9 de enero fue algo tan triste como revelador, que los tratados Torrijos Carter eran necesarios y que solamente hasta después de la reversión de la zona del canal en 1999 en realidad comenzamos a sentirnos soberanos como nación.

Canto a una patria que ahora nace y El verdadero protagonista, otros dos cortos proyectados, fueron más duros en su postura anti-imperialista, y debo admitir que todo el discurso militar panameño hoy se nota algo ridículo. Nunca íbamos a poder defendernos en contra el ejército estadounidense, sin embargo, la postura en favor de apropiarnos de lo propio era históricamente correcta y le da la razón a Torrijos.

Yo nací a finales de los años 70, y muchas personas de mi generación dan mucho del pasado por sentado. Salí conmovido de esta proyección pensando que nada de esto lo aprendí en la escuela y que aún no se enseña en las aulas. Reflexioné sobre cómo mis amigos de diferentes familias y estratos sociales quizás no hayan hecho esta conexión con Torrijos, a quien muchos ven como un tirano comunista igual que Fidel; quién sabe si él hubiera llegado a los extremos opresores de su colega cubano si no hubiera muerto en ese “accidente”, yo la verdad no lo creo. ¿Y qué hubiera pasado si el golpe no se hubiera dado en el 68? Quizás nuestra ciudad capital aún estuviera dividida, y nuestro principal atributo comercial (el canal) seguiría en manos ajenas.

Hay una canción de Sonic Youth que se llama Massage The History. Debemos, colectivamente, masajear a nuestra historia para que todos estemos bien con ella y la conozcamos mejor. Admito que tal vez Silvio Rodríguez o Pablo Milanés tengan una mejor canción para este sentimiento, y en español, pero estoy abordando esto desde mi propia perspectiva, y musicalmente mi referencia aplica si la escuchas.

Las fotos fueron hechas por el autor con su celular desde la parte de atrás del teatro.