El artista venezolano acapara las principales plazas del arte nacional y promueve un legado ejemplar.
Hace no más de dos meses, en mayo de 2019, pude ver la exhibición que celebraba los 10 años en Panamá del taller Arti-Cruz de Carlos Cruz-Diez, el cual desde que se instaló en las afueras de la ciudad ha producido –y ayudado a producir a otros– obras interesantes de arte contemporáneo con un aspecto técnico que dinamizó la propuesta del artista. Además de hacer piezas para su artista titular, artistas de Panamá y otros países también se han beneficiado con la invitación a usar estas instalaciones, las cuales fueron diseñadas y están adaptadas para producir a nivel industrial, manejando diferentes tipos de materiales como el pvc, y complementada por un equipo altamente calificado en todos los rubros necesarios, desde moldaje y pintura hasta diseño y fotografía. Esta muestra de aniversario de Arti-Cruz se llevó a cabo en Marion Gallery, en San Francisco, un espacio refinado y eficiente también propiedad de la familia Cruz.
Adelantemos el reloj un mes y estoy en el Museo del Canal Interoceánico, uno de los espacios para arte más formales del país, en la inauguración de Diálogos Entre Sentidos Un viaje de la abstracción perceptual entre América y Europa, una muestra de arte cinético con obras de artistas de Europa y Latinoamérica que desde los años 60 y 70 se adentraron en este movimiento, también llamado arte óptico u op-art, del cual Cruz-Diez ha sido uno de sus mayores exponentes a nivel mundial. Esta exhibición, verdaderamente impresionante por el tamaño, concepto, efecto y ejecución de las piezas, estaba conformada por obras de la colección privada tanto de Cruz-Diez como de un empresario venezolano amante de este tipo de arte. Este empresario es gerente general de Suma Financiera, una empresa panameña del negocio de financiamiento, y durante su emotivo discurso en el evento de inauguración comentó que el arte está presente en sus oficinas, y que de vez en cuando hacen pequeñas muestras o invitan a artistas para que compartan con sus colaboradores, un valor agregado que beneficia el conocimiento y la cultura general de su equipo.
Adelantemos el reloj un mes más, a finales de junio, y estoy en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá, el MAC, un domingo en la mañana, en la inauguración de Cruz-Diez El Color Haciéndose. A pesar de no haber sido descrita como una retrospectiva, la exhibición incluye obras de toda la carrera del artista, y una volante describe que la muestra ofrece una “Exposición, visitas guiadas para escuelas y universidades, conversatorios, proyecciones, talleres y actividades para niños”. Rompiendo el protocolo usual, el museo la inauguró en domingo porque se comenta que al artista le gustaba inaugurar en este día para que los visitantes pudieran ir en familia. Y efectivamente, había muchos padres con hijos presentes, y en este sentido, la simpleza del colorido y la forma de las obras de Cruz-Diez sirven como introducción al arte en general (para los aficionados a los alucinógenos representan otras cosas).
Una de las primeras obras del artista en cartón de finales de los años 50.
Durante la inauguración de esta más reciente exhibición, el presidente de la junta directiva del MAC y su directora agradecieron al equipo de Arti-Cruz y a la familia Cruz en lo personal por su confianza y apoyo al museo, el cual estuvo al nivel de dicha muestra. Y la verdad es que el montaje de las piezas es impecable, la distribución de las obras aprovecha el espacio de formas no antes vistas y, en general, el público puede conocer desde los pininos del venezolano hechos en cartón hasta obras interactivas donde literalmente te sientes dentro de la fisicromía, ya sea una con líneas u otra en la cual sientas la energía y expresividad de cada color. La Cruz-Diez Foundation tiene además un espacio en el cual explican la naturaleza de los colores, la porción didáctica del asunto; además, algunas paredes del museo fueron cubiertas con vinilos de alta calidad que con fotos y texto marcan el timeline de la trayectoria de más de 70 años del artista.
Su nieto, presente en el evento, dijo que “lo que necesita el arte es voluntad, no dinero”, aludiendo a la actitud humilde del artista, su familia y sus allegados de interesarse por el arte en general, como un incentivo cultural para la educación y entretenimiento de la sociedad. El principal patrocinador de la exhibición es Banco Mercantil, una empresa establecida en Panamá con socios venezolanos, y la cual ha patrocinado otros eventos de arte en el país. Ellos tienen su propia galería en Caracas llamada Espacio Mercantil.
Carlos Cruz-Diez no asistió a la apertura de ninguna de estas muestras. Sigue vivo a sus 96 años, residiendo en París, capital europea donde se estableció a mediados de los años 50 huyendo de la situación de su país natal, la cual presentaba entonces una militarización opresiva que chocaba con sus industrias creativas. Este detalle lo aprendí en Vivir en arte – Recuerdos de lo que me acuerdo, la autobiografía del artista, impresa con la más alta calidad de manera independiente, y comprada en Kromya Store, la tienda de objetos de arte y regalos coloridos que actualmente se encuentra junto a su Marion Gallery.
Las duchas de color y detrás una muestra de la obra en espacios públicos que ha hecho el artista.
En un principio y a simple vista, esta presencia tan notable en el ambiente del arte panameño puede resultar abrumadora. Analizada con algo de perspectiva, el ejemplo de trabajo, comunidad, compromiso y unidad que presenta es admirable. Cruz-Diez ha logrado todo lo que tiene con el trabajo de su creatividad, manteniéndose constante incluso ante las adversidades políticas que ha atravesado su país; lo ha hecho por y con su familia, algo poco común en la vida de los artistas famosos y exitosos, donde celos y diferencias suelen aparecer en las generaciones subsiguientes; y lo ha hecho de una manera sistematizada y visionaria, siempre pensando en la comunidad tanto como en el negocio que rodea el arte, cualidades que lo hacen parte intrínseca de la cultura de un pueblo.
El artista y su familia pudieron regresar a Venezuela eventualmente, y en 1973 abrieron un taller en el cual en colaboración con otros artistas y técnicos desarrollaron la postura pro color, pro experimentación técnica y pro obras urbanas que ha definido el legado de Cruz-Diez. Sin embargo, a mediados de la primera década del 2000, y también por la crisis social y la diáspora que ha producido el régimen militar de Chávez y Maduro, ese taller se mudó a Panamá. Desde entonces, el nombre de Cruz-Diez y su petit figura barbuda se asimilaron con la escena del arte nacional, abriendo las puertas de su taller, haciendo obras en espacios públicos y ejecutando su ya establecida infraestructura, la cual, justo como Warhol, Hirst o Koons, cubre todos los aspectos del arte e incluye a, por lo menos, una docena de colaboradores.
Dentro de una fisicromía.
Son pocos los artistas que, de forma generosa y desprendida, abren su taller a otros creativos, sean emergentes o experimentados. Suele haber celo profesional en las comunidades artísticas, y cuando alguien mayor y de conocimientos comprobados demuestra lo contrario, las pequeñas diferencias que otros acentúan se hacen muy pequeñas.
Si le preguntase a artistas locales cuál ha sido una de las principales influencias en el arte panameño de los últimos años, creo que varios no vacilarían en nombrar a Cruz-Diez. El primero en la lista sería Cisco Merel, quien con la ayuda de Arti-Cruz ha logrado crear piezas de gran tamaño para exponer en espacios públicos en Panamá y el extranjero, y que gracias a las técnicas industriales del estudio podrán mantenerse expuestas y durarán por mucho tiempo (uno de los propósitos de los procesos que han desarrollado y aplicado).
Otra pregunta que viene al caso es “¿sabías quién era Cruz-Diez antes de que llegara a Panamá?”. Aunque me atrevería a decir que muchos responderían que no, esto resulta irrelevante para los artistas que han visto una figura de mentor e inspiración en Cruz-Diez y los miembros de su equipo. Fernando Toledo, Alex Wtges, Camila Bernal, Gabriela Batista, Olga Sinclair y Bárbara Cartier son algunos de los que residiendo en Panamá han hecho buen uso del taller, junto a un grupo mayor de colegas del extranjero.
Teoría básica del color en el espacio de la Cruz-Diez Foundation.
También está el elemento venezolano. La creciente y pujante comunidad venezolana en el istmo, la cual incluye a todos los niveles socioeconómicos, apoya los eventos de Cruz-Diez tanto por solidaridad como por respeto a esta institución del arte de su país. Esta actitud, que también aplica a empresas como Banco Mercantil y Suma Financiera, amerita ser emulada por un segmento mayor de la población panameña, ya que seas amante del arte o no, el reconocer su valor para el individuo y para la proyección de la sociedad es algo que beneficiaría a la mayoría.
La capacidad que Cruz-Diez ha mostrado en lo que a recursos económicos se refiere es innegable, contando con una infraestructura y un nivel de inversión que, hasta el momento, ningún artista nacional es capaz de igualar, tal vez por no contar con la proyección internacional o con los mecenas que la nación venezolana sí puede ofrecer. ¡Y recordemos que esto lo logró por su propia cuenta en 70 años de carrera, la cual tuvo comienzos modestos! Los principales benefactores del MAC Panamá, por ejemplo, como la Fundación Heurtematte, la Fundación Alberto Motta, la firma Morgan & Morgan, además de otros benefactores individuales, son un grupo pequeño que debería ser más diverso; mientras que por el lado gubernamental instituciones como el Banco Nacional o el Instituto Nacional de Cultura apenas pueden cubrir, además de concebir y asimilar a nivel estatal, la relevancia socioeconómica de invertir en el arte contemporáneo con mayor desapego. Se tiene la esperanza de que esta situación cambie con la futura creación del Ministerio de Cultura, pero independientemente de cómo esto suceda el tiempo siempre estará en contra, y la realidad es que más panameños y panameñas deberían interesarse por el trabajo y los eventos de los artistas de nuestro patio.
Cabe señalar que Cruz-Diez, a quien muchos llaman maestro, un título reverencial bien ganado tan solo por su longevidad, no es el único artista venezolano en Panamá: hay escultores, pintores, músicos, hasta drag Queens (Miss Veneno, q.e.p.d.), cada uno/a haciendo el esfuerzo posible para mantener su carrera creativa en un país diferente al suyo, y logrando el apoyo posible que venga de su comunidad inmigrante y de la local.
El artista en uno de los varios videos que explican sus procesos.
La reflexión que saco de todo esto es que tanto Cruz-Diez como Panamá se han beneficiado de su elección de traer su taller y centro de operaciones acá. Esto no hubiera sido igual en San José, o incluso en Miami, donde también tiene presencia el artista.
Durante la última década, Cruz-Diez ha tenido muestras retrospectivas de su obra en México, Argentina, España y Alemania, compartiendo piezas similares a las que actualmente están en el MAC. Creo que a esta exhibición no se le llamó como tal porque incluye más elementos complementarios, como el educativo y el de branding, que en este caso refuerzan el legado completo de este artista desde un espacio que le es cómodo y favorable, como ahora lo es Panamá para él y su organización.
La prensa internacional hace énfasis, quizás de manera equivocada, en señalar a Cruz-Diez como un artista franco-venezolano, haciendo referencia al hecho que entre Caracas, Miami y más recientemente Panamá, el artista pasa la mayoría de su tiempo en París, y lo más seguro es que allá sea donde termine sus días en paz. Las lecciones de trabajo técnico, desarrollo de carrera y creación de comunidad que él ha demostrado en Panamá influirán a muchos de ahora en adelante. Será interesante ver cómo este intercambio evoluciona con el tiempo, sobre todo cuando Venezuela vuelva a ser una democracia saludable.