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1903: El Musical que

Panamá

necesitaba

Estrenada en 2019, esta obra 100% panameña representa mucho más que un espectáculo taquillero que, muy a la Broadway, ha conquistado a miles de espectadores.

¿Quién necesita a los musicales?

La respuesta rápida y obvia es las masas, y eso está bien. Yo no era parte de esa masa, pensando que los musicales eran demasiado cursis, pero el tiempo me ha ablandado a su encanto cuádruple de dramaturgia, música, actuación y baile. En confianza, confieso que la película de El violinista en el tejado es de mis favoritas y la vi desde niño, sin embargo, apenas vi La novicia rebelde hace un par de años. Al momento no leído la novela ni visto el musical ni la película de Wicked.

A pesar de esta aparente resistencia, ya en otro post anterior escribí sobre los musicales en Panamá, comentando su creciente popularidad y variedad, además celebrando que ya existen más de un par de musicales nacionales. ¡Quién lo hubiera dicho y bien por nosotros!

¿Pero un musical nacionalista? Esa expresión e idea quizás suene muy contraria en el contexto de la frivolidad del musical. Pero recordemos que el arte en general tiene múltiples propósitos y manifestaciones, y a estas alturas del siglo XXI, cuando ya todo está inventado y la sociedad se está relajando un poco más –de cierta forma y a nivel general por lo menos–, el poner de cabeza, salir de la caja, romper el molde o dar un giro de 180 grados al formato del teatro musical es una apuesta que podría parecer sensata.

Como en todo, los referentes son tan importantes como los precedentes, y aquí hubo uno bien grande y significativo. Un estadounidense de familia puertorriqueña, o un newyorkrican como se les dice, Lin-Manuel Miranda, amante del teatro y de la música en general, tomó una parte clave de la historia de su país y a un personaje importante dejado entre las sombras, y aplicando su sabor boricua y astucia musical introdujo elementos contemporáneos de rap y hip hop para crear Hamilton, uno de los éxitos más rotundos de Broadway de los últimos años.

En un mundo donde ya casi nadie, ni obligados en la escuela, lee libros de historia, Miranda se leyó un montón y creó un musical inédito de casi cuatro horas donde cuenta el surgimiento de Estados Unidos como república, destacando a este personaje Hamilton, tan importante que está en el billete de diez dólares, pero tan desconocido que no era considerado taquillero como Washington o Lincoln. Miranda mismo, un latino, interpretó al banquero y político Alexander Hamilton, y el reparto destaca a actores que no son anglosajones, dándole color a una historia antes vista simbólicamente en blanco y negro. Yo creo que Hamilton, entre rimas y bromas y circunloquios a veces funky otras veces más dramáticos, le suelta al público una docena de datos históricos por minuto, tanto que incluso llega a abrumar por momentos. Y a pesar de esto la obra fue un hit, todo un fenómeno como en su momento lo fue Les Misérables. Los que quieran verla está en la plataforma Disney+, donde la tengo vista hasta la mitad.

Acá en Panamá, donde siempre ha habido teatros y obras chicas y grandes, ya desde hace años contamos con Maestra Vida, musical basado en el disco trascendental de Rubén Blades y dirigido anteriormente por dos de los grandes directores teatrales panameños, el ya desaparecido zonian Bruce Quinn y el muy activo Edwin Cedeño. De hecho hubo montajes de ella en enero y habrá otros en marzo y abril de este año. Curioso que Blades conceptualizó el disco como un tipo de ópera con salsa, donde vivías y sufrías las vicisitudes de los protagonistas que en este caso representaban arquetipos del panameño capitalino promedio o de clase popular, al ritmo de una música vernácula que antes no se imaginaba en el contexto de una obra de teatro.

Yo pienso que 1903: El Musical, escrito por el actor y productor Diego de Obaldía y dirigido por el también actor y productor Aarón Zebede, es la nueva Maestra Vida para las generaciones actuales y futuras, reflejando de la misma manera una realidad histórica que nunca debemos de olvidar.

Una adaptación con flow

Si eres abogado, o si eres culturoso, debes saber quién es Juan David Morgan. El señor, chiricano de nacimiento y de ascendencia galesa que lo conecta con famoso pirata, es conocido tanto por ser uno de los fundadores de Morgan & Morgan, una de las firmas de abogados más importantes del país que también tiene su propio banco, como por ser uno de los escritores más populares y vendidos de Panamá y la región. También es uno de los filántropos más grandes del país, y bajo la fundación benéfica que representa a su firma es uno de los patronos más generosos de las artes, apoyando desde el MAC hasta otro montón de instituciones y eventos culturales, cívicos y sociales. Por otro lado, si eres ciudadano tal vez hayas escuchado de él durante las protestas contra la minera de 2023, ya que Morgan & Morgan es la firma que defiende los intereses de la corporación propietaria de la mina ante el gobierno panameño.

Otro dato curioso de Morgan es que cuando empezó a escribir libros durante la década de 1990 él no quería que su nombre legal, por así decir, distrajera la atención de sus poemas y prosas. Así que en 1999, bajo el pseudónimo simplón de Jorge Thomas, publicó Con ardientes fulgores de gloria, una novela histórica (esta sería la especialidad que iba a desarrollar como autor) que narra, casi minuto a minuto, las acciones, personajes, motivaciones y dramas que llevaron a la independencia de Panamá de Colombia en 1903 y a la construcción del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos desde 1904.

Teniendo el tiempo, la disposición y el recurso, Morgan hizo todo el research posible para este libro, viajando incluso a Francia, Estados Unidos y Colombia para tener sus fuentes claras. Tanto fue esto que, leyéndola con ojo crítico, la parte dramática y narrativa es opacada por los elementos factuales y anecdóticos. Ya usando su nombre propio, con el tiempo y en novelas posteriores Morgan ha analizado otros momentos históricos del istmo, pero a un cuarto de siglo de su publicación Con ardientes fulgores de gloria siegue siendo un trabajo épico, meritorio, eficiente y popular entre los lectores de este subgénero literario.

Diego de Obaldía, capitalino que también tiene familia y nacionalidad nica, nació en 1990 y estudió comunicación social en la USMA. Yo también estudié esa carrera en esa universidad una década y cacho antes que él, y puedo confirmar que tiene todo el perfil de un estudiante de comunicación: hablantín con opiniones firmes y voz de locutor, tan creativo como informado e irreverente. Con todo eso, y porque el humor se le daba naturalmente, no sorprende que su primer big break en “el medio” fuese en la televisión, específicamente en La Cáscara.

Hoy en día es más conocido por Quién TV, su programa de sketches y humor de Telemetro que lleva casi diez años haciendo reír al público panameño. De Obaldía produce y actúa, y actores colaboradores como el interiorano jocoso de Elmis Castillo ya han creado personajes y producciones importantes desde esta plataforma. Paralelamente, y porque actuar en teatro y cine ofrece una proyección distinta a salir en la tele, de Obaldía comenzó a actuar en películas como las comedias Chance y Sin pepitas en la lengua, además de los proyectos cinematográficos de Elmis Locos al poder y Sancocho presidencial, todos bien recibidos en taquilla.

Eso lo llevó a leer Con ardientes fulgores de gloria de Thomas/Morgan, y a ver claramente el potencial del libro como material fuente para una obra de teatro. El elemento musical llegó después de que vio Hamilton en Londres en 2017. He aquí la semilla de 1903: El Musical, que estrenó tras dos años de investigación y escritura en 2019 en el Teatro Nacional.

La obra no es una adaptación 100% del libro, está inspirada en el y es su principal referencia. Tanto así que de Obaldía contactó a Morgan –como bien se debe si el autor está vivo– para que le diera su visto bueno/bendición al proyecto, cosa que hizo. El director elegido fue Aarón Zebede, lo cual fue como anillo al dedo porque compartía con de Obladía su entendimiento del ritmo cómico, el manejo de las complejidades de un musical y el deseo de crear algo verdaderamente auténtico y panameño. El complemento para la música llegó con el tecladista y arreglista Eduardo Charry, colombiano quien hizo su marca en Panamá en 2016 con el grupo Afrodisíaco, el cual llegó a Viña del Mar. Juntos él y de Obaldía, con apoyo de otros talentos como el cantante y productor musical Alejandro Lagrotta, escribieron las letras, melodías y música que llegaron a la obra final. Rodgers y Hammerstein nunca hubieran imaginado algo como lo que ellos crearon.

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El logo de la obra destaca los lentes y el bigote de Amador Guerrero, mientras que presenta al istmo como un ícono. Foto: Esdras Jaimes.

Admito que llegué tarde a la fiesta de 1903, como quien dice. Por una u otra razón me perdí todas sus presentaciones desde su estreno. Esto ha sido en parte porque, al igual que otras obras históricas de gran producción, como La Ciudad de Piedra de Ricky Ramírez que se presenta en las ruinas de Panamá Viejo, estas siempre se hacen con patrocinadores principales, usualmente bancos, en funciones selectas en las que el que parpadea pierde. Así que por fin pude ver este famoso musical este marzo de 2025 en una de sus dos tandas gratuitas en el Parque Omar como parte de un nuevo festival de verano del Ministerio de Cultura (antes también estuvo en las escalinatas del edificio de administración como parte del Verano del Canal de Panamá).

Vale decir que esta es una versión editada de un poco más de dos horas en comparación con la original de tres horas y media. Esto se entiende, ya que no cualquiera puede aguantar una obra tan larga, sobre todo aquellos que no están acostumbrados al teatro o a los musicales en sí, o el público abierto de un evento gratuito de verano.

También vale decir que una de las motivaciones por parte de la producción para llevar a cabo una obra como esta fue el contrarrestar la influencia y el costo súper alto de montar un musical de Broadway en Panamá. Para los que no lo saben, las productoras locales tienen que pagar grande$$$$ cantidades para poder tener los derechos, el libreto y las partituras de, digamos, Chicago o Jesucristo Superestrella. Eso explica los boletos caros.

Las escuelas privadas de corte internacional, como por ejemplo la International School of Panama (ISP), invierten en conseguir estos derechos para el beneficio de sus estudiantes, quienes practican producción y actuación al montar la obra para funciones especiales que luego sus familiares y amigos disfrutan. ISP incluso ha montado aquí en su teatro propio In the Heights, el primer musical de Miranda antes de Hamilton. El costo de esos derechos asciende como a $10 mil solo porque es una escuela, y solo una escuela como esa puede costear una actividad extracurricular de esta envergadura. Si una productora teatral quisiese presentar esa misma obra fuera de un contexto escolar el precio para su licencia de uso sería mucho mayor.

Así que con 1903 de Obaldía y compañía crearon una propiedad intelectual nueva que es rentable y propia en vez de invertir sus esfuerzos y los recursos de patrocinadores en traer otro éxito extranjero. Bravo por eso.

Y, entonces, ¿de qué trata 1903: El Musical? Un narrador anónimo –que es un panameño joven y alegre con mucha musicalidad– narra cómo Manuel Amador Guerrero, un doctor ya entrado en años y el futuro primer presidente de Panamá, organiza un grupo independentista que se revela ante el gobierno colombiano y, para bien o para mal, deposita su confianza en el ingeniero francés Philippe Bunau-Varilla y en las intenciones de imperialismo secreto del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, para lograr establecer una nueva república y cumplir el destino colectivo istmeño de construir un canal interoceánico.

Estos dos extranjeros, interpretados por de Obaldía y Randy Domínguez respectivamente, se presentan como los “villanos” de la obra, aquellos cuyos intereses personales y nacionalistas “se aprovechan de la nobleza” y circunstancias de los istmeños para cumplir sus planes maquiavélicos: Bunau-Varilla quería limpiar el nombre de Francia después de la debacle de su proyecto canalero, mientras que Roosevelt deseaba controlar el Pacífico militarmente y expandir el alcance de Estados Unidos. En la obra, Randy le pone rock a Roosevelt, y Diego le mete un poco de cabaret a Varilla.

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El elenco y equipo de producción de la obra tras la función que vi en el Parque Omar el 7 de marzo de 2025. Foto: Esdras Jaime.

De salida 1903 sorprende porque empieza con un ritmo de reggaetón, género musical popular que podemos decir se originó en parte en nuestro país. Una de mis escenas favoritas es cuando se presentan los próceres de la patria, todos aristócratas blancos en la vida real, pero aquí interpretados por panameños de diferentes ascendencias y medidas; cada uno hace un tipo de rap freestyle para decir quién es, como Manuel Espinosa Batista, Carlos Arosemana y Federico Boyd. Todos destacan, pero me gustó mucho Alex “Kendall” Montes como Nicanor de Obarrio, un militar que habla como El General (¡el de Muévelo Muévelo, no el cara de piña!).

Los papeles estelares son los de Amador Guerrero y su esposa y creadora de la bandera, María Ossa de Amador. El primero fue interpretado en los primeros años por Leonte Bordanea, actor y cantante que triunfó en España y luego regresó. Él ahora fue reemplazado por Lagrotta, quien interpretó el rol con la incertidumbre, bríos y ansiedad patriótica que consumió al personaje real. Su esposa es Juliette Roy, una de las actrices más destacadas de los últimos 20 años tanto por su voz cantada como por su capacidad dramática. Ella trata de apoyar a su nervioso esposo, y al final tiene su momento con el tema Bandera. Muy conmovedor.

Los colombianos son interpretados con cierto humor. Dos actores veteranos le dan vida los principales de este bando: el vetusto presidente José Marroquín es el actor y cantante Luis Arteaga, quien ha protagonizado en Maestra Vida, mientras que el General Tobar es Lucho Gotti, quien le da un feeling tipo Pablo Escobar al rol.

Y ese es otro ingrediente propio de un musical contemporáneo como este: es “meta” en el sentido de que está consciente de sí mismo y se burla de esto junto con el público. El narrador hace bromas sobre los musicales durante su narración, a veces la cuarta pared se rompe, y que los personajes colombianos del siglo XIX suenen como caricaturas de narcos modernos solo suma al zeitgeist, al momento histórico y las tendencias culturales de la era.

La obra sigue el hilo del libro, incluso narrando momentos clave como la ejecución de Victoriano Lorenzo, el viaje frustrante de Amador Guerrero a Nueva York, las tensas reuniones secretas independentistas en su casa en San Felipe y el aguante de las tropas colombianas en la estación del tren en Colón. Hay un giro al final con el narrador que representa el elemento más conmovedor de la obra, ya que acerca la trama a otro momento histórico más cercano, logrando una conexión que desata en el público un sentimiento patriótico seguido de lágrimas.

A seis años del estreno de 1903: El Musical su éxito ha sido rotundo y constante. A pesar de cambios en el reparto o ediciones al guion original la esencia y el propósito, su flow y estilo, se han mantenido. El gusto y la necesidad de contar historias históricas ha sido tal que de Obaldía, con su productora Full House Entertainment, escribió, produjo y estelarizó Balboa: El Musical en 2023, y además creó la mini serie televisiva Parking Histórico, donde también ha abordado temas como la construcción del canal francés y la independencia de Colombia.

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De izquierda a derecha, Charry, Lagrotta, de Obaldía y Zebede junto a dos fanáticos después de la primera función en el Parque Omar. Foto: Esdras Jaime.

Uno de mis vecinos creciendo en Miraflores, en Betania, fue el abogado, profesor e historiador Humberto Ricord (casado con la poetisa y lingüista Elsie Alvarado), quien escribió grandes tomos sobre nuestra relación con Colombia y la era republicana. Alguien más campechano fue Porfirio de Cruz, mi profesor de Relaciones de Panamá con Estados Unidos en quinto año del Colegio Javier, a su vez estudiante y luego colega en la misma escuela de Carlos Manuel Gasteazoro, uno de los historiadores más importantes del país. Recuerdo a Ricord como un viejito gruñón, a Porfirio como un Pedro Navaja con un título universitario en historia y a Gasteazoro como un monumento con la cara manchada (tenía un tipo de vitíligo). Imagino sus reacciones si pudieran ver 1903 y pienso que, por un lado, apreciarían los datos presentados que ellos tanto analizaron y enseñaron a sus estudiantes. Pero por otro lado pienso que el humor y la música de esta obra podría ofenderles por la disque seriedad temática de sus materias.

Sin embargo, la historia puede ser enseñada de una forma divertida, y esta obra no fue escrita para ellos, personas propias del pasado del siglo XX. Esta obra es para el siglo XXI, para el presente, para millennials y personas Gen Z y lo que venga, aquellos que tal vez no han de leer una novela de ficción histórica de letra chica y 500 páginas, pero que igualmente se sienten orgullosos de su país y les gusta el ser entretenidos.

Así que como Maestra Vida, siento y pienso que 1903: El Musical tendrá larga vida, y que quizás quede como el gran legado teátrico de Diego de Obaldía, cuya carrera artística se proyecta larga y dinámica más allá de la historia patria.