Return to site

Hijo de tigre y mula, los tratados y Torrijos

Un nuevo y taquillero documental panameño ofrece una mirada profunda al pasado que sirve bien para afrontar el futuro.

Cuando terminé de ver Hijo de tigre y mula – La historia de los tratados Torrijos-Carter un domingo en la tarde en una sala de cine de esas más caras y cómodas, porque esta película lo valía, sentí el deseo de aplaudir, algo que pasa de vez en cuando. Sin embargo, aunque empecé con mi par de aplausos suavemente, de pronto paré porque noté que la sala, aunque llena, no tuvo la misma reacción.

Alrededor mío escuché voces extranjeras, colombianos, venezolanos, curiosos de conocer más sobre la historia de su país de asilo me imagino. ¿Y qué pasó con los panameños orgullosos que se conmovieron igual que yo? Pues quizás no estaban en esta tanda, porque en las redes sociales he leído que, efectivamente, en otras salas y con un público quizás más susceptible, sí ha habido aplausos. Pasada más de una semana de ver la película, y reflexionando y conversando con otras personas, entiendo mi reacción y la de otros panameños.

Divino pietaje

Hijo de tigre y mula es un largometraje documental que narra las complicadas negociaciones que llevaron a la firma de los Tratados Torrijos-Carter en 1977. Su formato narrativo se basa en la sucesión de imágenes, tanto en foto como en video o cine, tomadas de pietaje o registros que han sido poco vistos hasta ahora en Panamá y el mundo, conocidos por aquellos que vivieron estos acontecimientos y que todavía los recuerdan, o vistos algunos que les gusta la historia y que leen libros y demás.

La película cuenta con entrevistas valiosas de personas involucradas en el proceso, como Adolfo Ahumada, Omar Jaén, Arístides Royo, entre otros, pero a diferencia de otros documentales históricos aquí las expresiones o emociones de los entrevistados no distrae o interrumpe la narrativa ya que son presentados como voces en off, y solo al final, en los créditos, son mostrados a manera de cortesía y respeto.

Otros espacios de la trama son llenados visualmente por tomas nuevas y panorámicas, con la mejor alta definición del cine digital, algunas de ellas en helicópteros o con drones, de la ciudad de Panamá, sus puertos, sus montañas, su verdor, y el canal en sí, por supuesto. Estas tomas regresan al espectador al presente, a la vez que sirven como eye candy para deleitarse un momento con la belleza y grandeza inherente de nuestro país, un elemento clave en el tema a profundidad que la directora y guionista de esta pieza, Annie Canavaggio, quiso presentar.

Gran parte del trabajo de la directora y su equipo de producción fue el buscar y conseguir este pietaje de diversas fuentes, como los increíbles archivos del Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) de la Universidad de Panamá, al igual que en los National Archives de Estados Unidos. En los créditos conté más de una docena de instituciones históricas a las cuales se les solicitó el material, el cual, me imagino, tuvo que pasar por un proceso de edición y restauración para poder que tuviera la calidad propia de una producción contemporánea. En la película vemos, por ejemplo, tanto extractos de videos propagandísticos y periodísticos de Panamá en los años 60 y 70, tanto como pezados de entrevistas, debates y noticias de la época de Estados Unidos.

También hay fotos, imagino que cientos de ellas, a color y blanco y negro, trabajadas lo más posible para que lucieran bien en las pantallas grandes de hoy. Como alguien que conoce un poco de producción y que ha trabajado en piezas similares, como El último soldado del realizador Luis Romero, lo primero que salta a la vista del trabajo de Canavaggio es la calidad visual y narrativa de su documental, que nunca baja el ritmo y que corre fluido de principio a fin. Dicho de otro modo: técnicamente está muy bien logrado y satisface.

Las tomas de lo que hoy conocemos como “la gesta del 9 de enero de 1964” son particularmente impresionantes, mostrando tanto la determinación de los estudiantes panameños y zonians para establecer sus posturas contrarias, como la violencia que se desató después, con policías de ambos lados de la cerca tratando de controlar el desmadre que desató el desastre. También destaca el pietaje del debate tenso del Consejo de Seguridad de la ONU que se llevó a cabo en Panamá en 1972, y en donde Estados Unidos, terco y en contra de todos, insistió que no cedería el canal.

Estos logros cinematográficos son los que, a primera instancia, me alegraron de la película de Canavaggio. Lo otro, y lo que quizás divide al público y retiene los aplausos, tiene que ver con uno de los personajes principales de la película.

Este documental no se llama Los tratados imposibles o El largo camino a la soberanía, por ejemplo, se llama Hijo de tigre y mula, una alusión directa a Omar Torrijos, quien comparte el póster del filme con el recientemente difunto Jimmy Carter. Y aunque el subtítulo del documental recuerda que el tema principal son los tratados y su trascendencia, es inevitable sentir que esta obra es un muy bien presentado tributo a la memoria de Torrijos y su legado.

El panameño que se ganó casi todos

A más de cuarenta años de su muerte Omar Torrijos sigue siendo una figura histórica divisiva en Panamá: adorado por muchos, menoscabado por otros, ignorado por otro montón. Desconozco si la directora tuvo la intención de hacer un documental solo sobre los tratados y el personaje de Torrijos acaparó la trama, o si el militar fue siempre su sujeto principal y el contar su historia era contar también la de los tratados que lo hicieron trascender, y que en realidad representan su propósito de vida.

Imaginemos por un momento que Torrijos nunca existió. ¿Cómo sería Panamá ahora? Quizás habríamos llegado a ser como Puerto Rico, un estado libre asociado con todos los beneficios de estar bajo el resguardo de los estadounidenses… pero con las mismas ganas de independencia que la mayoría de los boricuas aún sienten muy en tu interior. Quizás no hubiese habido un golpe de estado el 11 de octubre de 1968... y el Panamá rural de las provincias interioranas estaría atrasadísimo en materia de infraestructura, educación y desarrollo socioeconómico.

Yo soy de la opinión de que el único propósito de vida de Torrijos, y a lo cual él aludió en varias ocasiones, era el retomar la soberanía territorial de Panamá y demostrar nuestra capacidad al mundo al tomar control del canal. Aquí es donde se manifiesta el título del documental: Torrijos, un panameño tan alegre como contundente, tan ameno como peligroso, encantó a muchos líderes y personalidades internacionales con su carisma natural, entre ellas al escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien en algún momento lo describió como alguien que tenía la agudeza y ferocidad de un tigre y la necedad y determinación propia de una mula.

En este documental suma al mito de Torrijos, un mito que en mi opinión se ve bien servido por las imágenes mostradas. Lo vemos en fotos como un militar joven pero promedio; lo vemos en un jeep recorriendo el país tras la victoria del golpe; lo vemos llegando a su querida comunidad de Coclecito en una onda “Dejad que los niños vengan a mí”, rodeado de niños alegres con los cuales se mete al río a nadar en uniforme, algo que le gustaba hacer y que la película muestra más de una vez. Varios de esos niños, hoy adultos, comentan sobre este personaje que invadió su comunidad remota de montaña, como un abuelo dinámico que de verdad trabajó para darles carreteras y escuelas.

Quizás el pietaje más revelador es una entrevista de finales de los ’70 para un canal colombiano en la cual Torrijos afirma dos cosas que ningún otro líder militar o dictador suele decir: que quería jubilarse y dedicarse a leer, que el ser un líder del pueblo implicaba que todos eran sus jefes, y que el movimiento que empezó con su golpe de estado se habría de convertir en un partido político para que el país regresara a una democracia propiamente dicha. En vida, Torrijos consideraba dejar el poder porque ya había cumplido su propósito de firmar los tratados y nivelar la balanza socioeconómica de Panamá.

Hoy no todos recuerdan que muchas personas votaron en contra de los tratados, y que pensaban que Panamá se iría al rayo sin Estados Unidos. Estas personas, en su mayoría capitalinos de familias de empresarios blancos, patricios, oligarcas, como quieran llamarles, seguían con el esquema político que vio a Panamá nacer como nación, donde nuestro mayor orgullo era descender de españoles y servir a los estadounidenses, pero donde los indígenas, los afrodescendientes y los campesinos del interior tenían un rol menos importante, casi de vasallos. La clase media era un sueño entonces, algo aspiracional.

El documental hace la pregunta: ¿fue Torrijos un dictador? Y pues se dice lo obvio, que no fue violento como Pinochet o Videla, que no tenía las ambiciones a largo plazo de Fidel, y que definitivamente no tenía la malicia de Noriega, un villano que siempre estuvo allí y que Torrijos usó estratégicamente para propósitos determinados.

Lo que el documental no hace, quizás porque entonces ya sería full la historia de Torrijos y no la de los tratados, es señalar todo lo malo que él hizo: la represión, los casos de Rita Wald y Héctor Gallego, las amantes, el trato particular con sus hijos y su familia. No lo critica, de hecho lo ensalza, y ver a Jimmy Carter echar una lágrima en su memoria durante los actos de reversión en las Esclusas de Miraflores en 1999 es una imagen muy poderosa que el documental apunta para la posteridad. No hay líderes militares sin pecados, casi que es parte del rol, y lo que podemos decir fácilmente es que Torrijos era más campechano y menos malvado, para no decir bonachón.

Así que los que ven Hijo de tigre y mula, independientemente de su background cultural o socioeconómico, reciben una lección de historia bien ilustrada, importante y relevante para todos los que se identifiquen como panameños, a la vez que presenta a un personaje histórico que tuvo un rol fundamental en el destino de la nación, para bien o para mal.

Anteriormente, el dramaturgo Javier Stanziola escribió y montó la obra de teatro Cristo Quijote Tratado, la cual reseñé aquí en 2017, y en la que tres actores interpretan la Torrijos, a Carter y a otros mediadores en la víspera de la firma de los dichosos acuerdos. En este caso el título alude más poéticamente que Gabo a la lucha quijotesca de Torrijos contra Estados Unidos y el resto del mundo para establecer la causa panameña por retomar su territorio y responsabilizarse por el canal, y el personaje de Torrijos, interpretado eficientemente por una actriz, le da otro matiz humano al líder que unos quieren y que otros odian.

Menciono la obra porque siento que Stanziola, al igual que Canavaggio y su documental, presentan de manera contemporánea y con datos históricos de fondo el dilema moral que afrontó Panamá alrededor de los tratados, mientras que enseñan a Torrijos como lo fue y como quedó, con su muerte accidental a destiempo como un designo del destino que solo sirvió para sellar su legado.

Todo esto es fundamental hoy, cuando en Panamá y el mundo carecemos de líderes directos y con carácter, con un propósito claro que beneficie más a la población en general que a ellos mismos y a sus particulares agendas, y que tengan cierto grado de humanidad por el bien común.

broken image